viernes, 8 de mayo de 2015

CINE - 5° FICIC - Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín: Un festival, mucho cine

La ciudad de Cosquín, en el corazón de Córdoba, es famosa por su tradicional festival de folclore y, más recientemente, por el festival de rock. Ambos se realizan durante el verano, cuando las sierras brillan de verde y el río es un remanso para el calor. Para quienes no conozcan cómo es Cosquín en mayo, deben saber que hace frío. Pero la ciudad no se acobarda y al avance del otoño le hacen frente con su Festival Internacional de Cine Independiente, que ya va por su quinta edición y carga el ambiente con la calidez de una selección de películas que está a la altura de festivales de primer nivel. Un mérito del equipo responsable de sostener, contra viento y marea, un encuentro que es una fiesta de cine.
Las actividades comenzaron el miércoles a la noche con un reconocimiento al crítico, historiador y cinéfilo Fernando Martín Peña, quien este año presenta en el festival una sección de introducción al film noir, que incluye trabajos de directores fundamentales del género, como Orson Welles o John Houston. A continuación se proyectó el film de apertura, El país de Charlie, del australiano Rolf de Heer, que fue precedida por una entrevista al director, realizada vía Skype por el crítico y programador del festival Roger Koza. Protagonizada por el actor David Gulpilil, uno de los más importantes del cine australiano, reconocido por su militancia a favor de los derechos de los pueblos originarios de su país, a los cuales pertenece, El país de Charlie ilustra acerca de la vida en las comunidades aborígenes en el interior de Australia, en donde los nativos viven más o menos en las mismas condiciones miserables que los aborígenes americanos. La película descansa en el encantador trabajo de Gulpilil y sus compañeros, quienes a pesar de las miserias de la vida cotidiana no se resignan a una existencia de infelicidad. Gulpilil resulta un actor carismático y un buen transmisor de las emociones y estados de ánimo de su personaje. Mientras la película lo acompaña se vuelve disfrutable, pero en algún momento parece librarlo a su propia suerte, trazando un paralelo con el destino que esos pueblos tienen dentro de la Australia anglosajona. Aún cuando aquello que se muestra tiene un correlato con la realidad, ahí la película se vuelve excesiva, porque en el cine lo que se mide no es la vida misma, sino el camino que cada director elige para retratarla. 
Al contrario de esto, No todo es vigilia, segundo trabajo del español Hermes Paralluelo (quien estuvo muchos años radicado en la provincia de Córdoba, donde rodó su ópera prima, Yatasto), jamás se aparta de la luz, aún cuando su tema sea la vejez y en cada uno de sus fotogramas sea posible palpar sutilmente la presencia de la muerte. Paralluelo filma a sus propios abuelos Felicia y Antonio, quienes viven juntos hace más de 60 años, y lo hace de manera extraordinaria. Tanto desde lo cinematográfico, donde cada plano y cada movimiento de cámara han sido compuestos y realizados con un virtuosismo que provoca asombro, como desde lo narrativo, desde donde es imposible no percibir la ternura y el amor que sostienen el retrato de esos dos viejitos encantadores. Registro de una vida cotidiana que incluye desde hospitales y estudios médicos, hasta las obsesiones y mañas de la vida doméstica, puede decirse que No todo es vigilia tiene mucho del cine de miradas, de luces, sombras y fantasmas de ese gran director argentino que es Gustavo Fontán. Pero iluminado por un sentido del humor que al principio puede tomar desprevenido, pero que enseguida se convierte en una droga de la que siempre se quiere un poco más. Una película que retratando la vejez consigue ser un poema de amor. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

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