En la década de 1980 salir a la noche era como jugar al Jumanji, aquel juego de película en donde las fantasías, las más disparatadas y las más atroces, solían volverse realidad. Uno podía encontrarse con especies extrañas, algunas más amenazantes que otras, que invariablemente causaban estupor entre la gente mayor y no tanto. Salir en los ’80 era una aventura que no siempre terminaba bien pero, como ha escrito por ahí Clarice Lispector, “perderse también es camino”. Hoy nadie se asusta si por la calle se cruza con un chico con toda la cara atravesada por ganchos y colgantes, o si al dar vuelta en una esquina queda frente a frente con una chica toda maquillada de negro y tatuada de pies a cabeza. Nadie se asombra si una pareja de dos chicos o dos chicas pasean de la mano o se besan en la boca en el banco de una plaza.
Pero que en el presente la tolerancia y la aceptación hayan ido ganando espacios no es un milagro ni un invento de laboratorio. Más bien se trata de un eslabón muy importante dentro de un proceso que en la Argentina comenzó a mediados de los ’80, luego de que siete años de sangrienta dictadura volvieran a foja cero las conquistas de las décadas anteriores. Y en los ’80 el centro del universo estaba en Cemento, un Aleph contracultural que nació como una extraña discotheque, que se convirtió brevemente en un espacio que cobijó las expresiones artísticas más eclécticas, pero que enseguida encontró su destino definitivo: ser un templo sagrado para todas las ramas del rock que se extendieron en la Argentina hasta que a fines de 2004 el local cerró sus puertas.
Nicolás Igarzabal acaba de publicar su primer libro, Cemento, semillero del rock, en el que se impone la titánica tarea de intentar dar una idea más o menos aproximada de qué era y qué representó dentro del mapa de la cultura popular ese lugar en el que la mística y el caos convivían en tenso equilibrio. El libro parte de hipótesis de que el rock del país no sería el mismo si no hubiera existido Cemento como ámbito de experimentación y formación de tres o cuatro generaciones de bandas. Desde los Redonditos de Ricota, Sumo, Virus y Don Cornelio en sus primeros años; la llamada movida sónica que incluía a Peligrosos Gorriones, Los Brujos y Babasónicos en los primeros ’90; pasando por varias camadas de las del punk y el heavy metal, para llegar a la explosión del rock barrial, todo el espectro del rock argentino pasó por Cemento.
Fundado y regenteado por el gestor cultural y empresario Omar Chabán junto a su entonces pareja, la actriz Katja Alemann, el lugar era una criatura hecha a imagen y semejanza de su hacedor. Excéntrico, histriónico e hiperactivo, Chabán manejaba a su antojo el local ubicado en la calle Estados Unidos 1234, casi como un almacén de barrio. Y todos, o casi todos, los que pasaron por su inmenso escenario están agradecidos con él. Lo cual no significa negar sus descuidos y negligencias, algo que se hizo evidente con la tragedia ocurrida en Cromañón, el otro local del que Chabán era dueño y donde el 30 de diciembre de 2004 murieron 194 chicos luego de que parte del público encendiera bengalas durante un show de la banda Callejeros. Una semana más tarde, Cemento también cerraba sus puertas para siempre. Más allá de lo justo injusto de ese cierre, Igarzábal cree que “se perdió mucho con el cierre; pero no fue sólo el de Cemento, porque en los primeros días posteriores a la tragedia habían cerrado casi todos los boliches y el panorama cultural era agónico”. Durante varios años el circuito del rock llegó casi a su extinción. “Recuerdo el verano de 2005 con desolación, entre la pérdida de tantos chicos, la sensación de incertidumbre y la sequía de recitales. Con el tiempo, los boliches cambiaron los horarios, las normas de seguridad, los precios, y las bandas y el público se adaptaron a esas nuevas costumbres. Pero quedó un vacío enorme que tardó mucho en volver a llenarse”, reseña el autor.
Siendo un libro que busca retratar un espacio, Cemento, semillero del rock inevitablemente termina siendo también una especie de biografía parcial de Chabán, como si no fuera posible pensar en Cemento sino como una proyección o un reflejo del propio creador. “Es algo que fui descubriendo al escribir el libro y que roza lo filosófico: Chabán es Cemento y Cemento es Chabán, son figuras inseparables”, confirma Igarzábal. “No hubiera sido el mismo lugar sin sus manejos y él no hubiera tenido el reconocimiento que tuvo en el rock local si no hubiera sido por Cemento, algo que está bien reflejado en el agradecimiento continuo de los músicos en el libro. Pensemos que el boliche duró casi 20 años. Cemento funcionando era un mito viviente, un dinosaurio fuera de los museos.” Entonces parece imposible determinar si lo realmente importante fue la existencia de Cemento como espacio o el trabajo de Chabán como agitador cultural: “el rol de Chabán como promotor cultural fue fundamental y por eso Cemento es único”, afirma el escritor. “Con otra persona al frente del lugar, no sé si las bandas hubieran tenido el espacio que tuvieron con Chabán”, concluye.
Uno de los méritos de Cemento, semillero del rock consiste en tratar de presentar al lugar y a su creador de la manera más amplia posible, y que sean los protagonistas quienes enaltezcan sus méritos y virtudes, pero sin minimizar ni esconder sus enormes defectos. De hecho, en muchas de las críticas que diferentes músicos dicen haberle realizado cuando Cemento y Chabán aún estaban vivos, se percibe con mucha fuerza que lo que ocurrió en Cromañón quizá podría haber ocurrido antes en el local de la calle Estados Unidos. “Me pareció honesto mostrar también sus miserias, más allá de sus aciertos artísticos y comerciales”, reconoce Igarzabal. “Muchos músicos coinciden en ese diagnóstico, pero yo tengo mis diferencias: Cromañón no podría haber sucedido en Cemento porque el lugar era todo de concreto (paredes, techo, entrada, camarines), o sea, 100% ignífugo. No podría haber sucedido un siniestro de esa magnitud y, de hecho, Cemento cierra de rebote, porque se queda sin conducción tras la tragedia de Cromañón y no porque haya habido algún accidente concreto dentro. El día mismo de la tragedia Cemento estaba abierto y la clausura más importante que tuvo fue en 1993, tras el show de la banda inglesa The Exploited, aunque los incidentes fueron en las calles y no dentro del boliche”. Aunque el lugar fue clausurado varias veces por las causas más diversas, como por el uso indebido de una parrilla gigante instalada dentro de un local si la ventilación adecuada para tal fin, Igarzabal cree que la de Cemento no fue la crónica de una muerte anunciada. “Cemento era un lugar congelado en el tiempo, que sobrevivió a los '80 y '90, y para mí podría haber seguido varias décadas con la misma rusticidad de siempre, si no fuera por lo de Cromañón. Lo que era anunciado y previsible es que el lugar no podría haber vuelto a abrir sus puertas después eso, siendo que pertenecía al mismo dueño de Cromañón, y ese estigma pesaba mucho.”
Haciendo un poco de ciencia ficción e imaginando que la desgraciada noche del 30 de diciembre de 2004 no hubiera ocurrido y esas lamentables 194 víctimas aún estuvieran con los suyos, pero atendiendo al decreciente interés de las nuevas generaciones por el rock, volcadas mucho más a ritmos como la cumbia, el cuarteto o el reggaetón: ¿hubiera sobrevivido Cemento o esta coyuntura también lo habría empujado a la extinción? Y en tal caso, ¿hubiera podido sobrevivir como un espacio propio de la cultura rockera o hubiera tenido que mutar en otra cosa? “Así como Cemento vio crecer todos los estilos, como el punk, el metal y el dark en los '80 o lo barrial y lo alternativo en los '90, creo que si estuviera abierto hoy podría haber sido una base de operaciones importante para el movimiento indie, encabezado por grupos de La Plata como El Mató a un Policía Motorizado, Sr Tomate o 107 Faunos”, afirma convencido Igarzabal. “Cemento podría haber aglutinado tranquilamente esa escena que se hizo fuerte después de Cromañón, sin abandonar los otros géneros que abrazó siempre desde su inauguración. El Mató hoy podría estar llenando Cemento, no tengo dudas”.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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