Una
sorpresa en la programación del 17º Festival Internacional de Cine
Independiente de Buenos Aires (Bafici): eso representan las dos películas que
tienen como protagonista a Michel Houellebecq. Lo curioso de ambas, que
cualquiera podría imaginar que vienen por el lado del documental sobre su
figura o del ensayo acerca de su obra, es que en realidad son ficciones donde
el ácido escritor francés ocupa (y se destaca en) el infrecuente rol de actor.
Una es Near Death Experience (Experiencia cercana a la muerte, 2014), de la
excéntrica dupla de directores integrada por Benoît Delépine y Gustave Kervern,
que participa de la Competencia Vanguardia y Género; la otra, L’enlèvement de
Michel Houellebecq (El secuestro de MH, 2014), extraño film del director
Guillaume Nicloux, en el que el escritor se interpreta a sí mismo, pero sin
salirse del marco ficcional. Más allá de la relevancia del autor dentro del
panorama literario mundial en la actualidad, no está de más indagar acerca de
si hay más allá de él, algún valor cinematográfico en las películas.
Si
alguien preguntaba por Houellebecq, digamos, seis meses atrás, sólo quienes
tuvieran un vínculo cercano con la literatura o la lectura como actividad
cotidiana lo hubieran reconocido. Pero la fuerza de la masacre de París, en la
que 12 personas, la mayoría humoristas gráficos, fueron asesinadas dentro de la
redacción del semanario satírico Charlie Hebdo a manos de una célula de
extremistas islámicos, consiguió hacer que su nombre trascendiera
involuntariamente los círculos cerrados, para instalarse más allá de las
fronteras mediáticas. El enlace entre la matanza y él estuvo dado por la
presencia de una caricatura suya ilustrando la primera plana del número de esa
revista que estuvo en la calle dos días después de los asesinatos. En ella,
bajo el título de Las predicciones del mago Houellebecq, se presentaba al
escritor con un gorro cónico estilo mago Merlín y un cigarrillo como varita
mágica. El personaje daba dos vaticinios: "En 2015 perderé mis
dientes" y "¡en 2022 haré el Ramadán!".
El
chiste hace referencia a su última novela, Sumisión, que llegó a las librerías
el mismo día en que ese número de la revista salió a la venta. En ella el
escritor imagina que en 2022 una coalición política liderada por una agrupación
islámica derrota a los partidos tradicionales franceses en las elecciones
nacionales, imponiendo al primer presidente musulmán de la historia de Francia.
Si esa fantasía a priori hacía aparecer a Sumisión como una "novela de
terror" para muchos ciudadanos franceses, individuos que forman parte de
una sociedad en la que la islamofóbica es un fenómeno crecientemente, los
hechos posteriores terminaron de quitarle a la figura de Houellebecq toda
posibilidad de grises. Se lo defiende o se lo condena sin posibilidad de hacer
paradas en las estaciones intermedias.
¿Pero
esa pirueta hacia las primeras planas globales realmente representó un acto
involuntario? Todo hace pensar que no. Un autor tan conocedor de los laberintos
de la realidad y de su tiempo, dueño de una vocación de polemista tan
autoconsciente, difícilmente no haya calculado la posibilidad de que cualquier
acción del radicalismo islámico podría terminar con él mismo enredado en la
maraña mediática. Quizá no como instigador o apologeta, pero sí en tanto agitador
cultural, porque eso es Houellebecq en la Francia del siglo XXI. Una de las
películas juega con esa idea. Los riesgos que toman ambos films, que coinciden
en el manejo de herramientas narrativas similares, son buena prueba de ello. Se
trata de comedias corrosivas no exentas de drama, aunque es posible pensar en
Near Death Experience como oscura comedia existencial, en tanto que El
secuestro de MH se aproxima más a la categoría de sátira política.
Por
empezar, los sucesos de esta última se desarrollan en el icónico mes de
septiembre de 2011. El escritor desaparece mientras se encuentra en una
supuesta gira promocional. Los rumores se desatan y llegan a mencionar que Al
Qaeda o seres del espacio exterior podrían tener algo que ver. Curiosamente,
una semana después de los asesinatos en la redacción de Charlie Hebdo, el
Houellebecq real salió de París con rumbo desconocido luego de recibir amenazas
supuestamente de Al Qaeda. Lejos de eso, sus secuestradores son un grupo de
franceses del montón y ese hecho se arriesga a poner en escena a la violencia y
a ponerla en manos del actor social menos sospechado de abonar el terror como
recurso. La idea de la banda es usarlo para dar a conocer sus exigencias y para
ello lo obligan a fotografiarse sosteniendo un ejemplar del diario Liberation,
en cuya tapa se ve al presidente François Hollande junto al titular Deseo de
futuro.
A
través de esos juegos con la realidad, El secuestro de MH se deja penetrar por
un clima social en el que la intolerancia étnica y cultural marcan el signo de
los tiempos. "Para empezar me sorprende que no lleven máscaras", dice
Houellebecq a sus captores mientras toma un vaso de agua en una ronda de charla
de apariencia distendida y concluye, con lógica literaria, "que en las
novelas eso nunca es buena señal". Los secuestradores se sorprenden y,
para calmarlo, algunas escenas después le festejan el cumpleaños sentados a la
misma mesa. Pero esta vez cada uno tiene el rostro cubierto con una de esas
máscaras que se usan en los carnavales cariocas de las fiestas. Como en la
Francia actual, no hay caretas que alcancen para cubrir lo evidente: el
desprecio, los prejuicios o el humor hiriente, convertido en tapa de revista a
caballo de la libertad, para que los límites deban cuestionarse una vez más en
medio de un patético baile de máscaras.
Near
Death Experience representa la colaboración del escritor con Kervern y
Delèpine, dos cineastas tan iconoclastas como él: no hay dos directores más
oportunos para unirse a Houellebecq. Entre los tres cuentan la historia de un
hombre vulgar, con un trabajo y una familia tipo, que de un día para el otro se
desmorona ante su propia realidad y deja su casa como quien va a comprar
cigarrillos y vuelve. Aunque acá no se interpreta a sí mismo, el personaje y la
película también tienen puntos de contacto con el escritor. Por un lado los
físicos y gestuales: Paul se mueve como Houellebecq, babea como él y demuestra
la misma habilidad para fumar sin que la ceniza nunca se desprenda del
cigarrillo. Por el otro la película, que utiliza como guía la voz en off del
escritor, consigue sostener a partir del discurso interno del personaje cierta
"profundidad literaria".Vestido
de ciclista, casi convertido en uno de los personajes de Las trillizas de
Belville –magistral película animada del director francés Sylvain Chomet–,
Houellebecq se extravía deliberadamente en las montañas, en una subida que
tiene mucho de las doce paradas del Vía Crucis: una pasión según Houellebecq.
La película instala su relato en las fronteras de la muerte y ahí parece
sentirse cómoda. Paul va y viene entre los intentos de suicidio y el examen de
conciencia, y son varios los días y noches que el protagonista pasa en la
montaña como un Cristo aún sin resucitar. Un rito que tanto puede ser de
iniciación como de despedida, pero que sin dudas lleva consigo un ineludible
carácter liberador. La película define al ser humano como maquinaria obsoleta,
pero no de manera explícita, claro, sino a través de la acción, elemento
central del dispositivo cinematográfico. Aunque en el universo de Near Death
Experience el sistema es lo importante y sus piezas, prescindibles, Delèpine y
Kervern se permiten reservarle un lugar destacado a la voluntad. Sin ella no es
posible vivir pero, mejor todavía, tampoco es posible morir. Porque, y más o
menos así lo dice Paul, "un hombre muerto es mejor que un hombre sin
vida". Suficiente como para que ir a ver a Houellebecq al cine esté
plenamente justificado.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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