viernes, 27 de marzo de 2015
CINE - Premios FIPRESCI Argentina 2014: Las mejores películas del año (pasado)
La filial argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI)que nuclea a una parte de la crítica cinematográfica argentina anunció sus premios a las mejores películas estrenadas durante 2014. Entre las películas argentinas la ganadora resultó el film Dos disparos, de Martín Rejtman, mientras que Jauja, de Lisandro Alonso, mereció una Mención Especial.
El resto de las películas nominadas en este rubro (entre las que no se contaba la omnipresente Relatos Salvajes, de Damián Szifrón) fueron:
Los dueños, de Ezequiel Radusky y Agustín Toscano.
Mauro, de Hernán Rosselli.
Carta a un padre, de Edgardo Cozarinsky.
Por su parte, entre los films extranjeros fue premiada Jersey Boys: Persiguiendo la música, del estadounidense Clint Eastwood, en tanto que la Mención Especial recayó en El desconocido del lago, del francés Alain Guiraudie.
Las nominaciones se completaban con:
El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese.
Boyhood, de Richard Linklater.
La vida de Adelle, de Abdellatif Kechiche.
La entrega de los premos se realizará durante la inminente 17º edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI)y ambas películas se proyectarán durante el festival de manera gratuita. El turno de Dos disparos será el jueves 16/4 a las 19, en la sala 3 del complejo Village Recoleta 3. Las entradas son gratuitas y se retiran en el Puesto de informes en el acceso al complejo desde las 10 de la mañana. Por su parte, el musical Jersey Boys formará parte de las proyecciones gratuitas al aire libre en el auditorio del Parque Centenario el domingo 19, a las 20.
La entrega de los premios FIPRESCI Argentina tendrá lugar el mismo jueves 16 a las 17 horas, en el auditorio El Aleph del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) y a continuación se realizará la charla "El caso Relatos salvajes: la crítica y el cine industrial argentino". La entrada también es libre y gratuita.
Integran FIPRESCI Argentina: Diego Batlle, Ezequiel Boetti, Nazareno Brega, Diego Brodersen, Gustavo J. Castagna, Juan Pablo Cinelli, Flavia de la Fuente, Leonardo M. D’Esposito, Paula Félix-Didier, Javier Diz, Juan Manuel Domínguez, Hernán Ferreirós, Josefina García Pulles, Mariano Kairuz, Federico Karstulovich, Roger Alan Koza, Diego Lerer, Fernando López, Luciano Monteagudo, Paulo Pécora, Miguel Peirotti, Martín Pérez, Javier Porta Fouz, Quintín, Eduardo A. Russo, Hugo Salas, Josefina Sartora, Pablo O. Scholz, Pablo Suárez, Diego Trerotola, Natalia Trzenko, Paula Vázquez Prieto, Sergio Wolf y Marina Yuszczuk.
jueves, 26 de marzo de 2015
CINE - "The gunman, el objetivo", de Pierre Morel: Extrañar a Luc Besson es posible
Típico exponente de thriller post 11-S –lo que equivale a decir post Jason Bourne, en referencia a la saga protagonizada por Matt Damon que marcó definitivamente la forma en que el cine concibe el complejo panorama de la geopolítica actual–, The Gunman, el objetivo es además un producto hecho a imagen y semejanza de las películas de acción producidas por Luc Besson, pero sin contar con el francés entre sus mecenas. Y su ausencia es notoria, no precisamente para bien. Como pasa con esas películas, The Gunman no toma como escenario central los Estados Unidos, sino que traslada la acción sobre todo a Europa, aunque la trama no se priva de echar raíces en el Tercer Mundo, en este caso en Africa. Y también elige como protagonista a una estrella del mercado internacional no necesariamente vinculada con este tipo de cine, para intentar el experimento de hacerla reencarnar en la piel del héroe de acción.
Puede decirse que Besson es el responsable de haber transformado a Liam Neeson en la gran figurita nueva del género vía Búsqueda Implacable, como así también de conseguir que la inestable carrera de Kevin Costner volviera a cotizar en Bolsa tras el film 3 días para matar. En este caso el elegido es el devaluado Sean Penn, que viene de dar un muy mal paso como villano de la fallida Escuadrón Antigangster, y el responsable detrás de cámara es Pierre Morel, uno de los alumnos dilectos del cineasta y productor galo, quien nada casualmente debutó como director con dos películas escritas y producidas por éste, incluyendo el episodio original de la mencionada Búsqueda Implacable, el mejor de esa saga.
Pero aun con estos elementos necesarios para conjurar la “mística” bessoniana, hay algo que falla en la ecuación final. Por un lado la cruza entre los universos políticos y corporativos fundiéndose en operaciones ilegales en el Congo, que incluyen el asesinato del ministro de Minería de ese país para favorecer a empresas transnacionales, se abre como un inmejorable punto de partida para un film de intriga contemporáneo. Incluso se puede decir que Sean Penn no representa una mala elección para el papel de este francotirador culposo y de buen corazón a quien su pasado se le viene encima para obligarlo a volver a los viejos hábitos. Sin embargo, el argumento acaba pecando de ingenuo y termina amontonando todas sus aceptables intenciones previas en un embudo final, donde algunas cursilerías les sacan varias cabezas a los modestos méritos costosamente acumulados. La burda utilización de un montaje paralelo para asimilar una corrida de toros con la persecución final y el sacrificio del héroe, es tal vez la más notoria de esas torpezas. Tanto que se termina extrañando la mano de Besson que, aunque no sea justamente la personificación de la sutileza, como productor y guionista no suele perder el tiempo con falsa poesía.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Puede decirse que Besson es el responsable de haber transformado a Liam Neeson en la gran figurita nueva del género vía Búsqueda Implacable, como así también de conseguir que la inestable carrera de Kevin Costner volviera a cotizar en Bolsa tras el film 3 días para matar. En este caso el elegido es el devaluado Sean Penn, que viene de dar un muy mal paso como villano de la fallida Escuadrón Antigangster, y el responsable detrás de cámara es Pierre Morel, uno de los alumnos dilectos del cineasta y productor galo, quien nada casualmente debutó como director con dos películas escritas y producidas por éste, incluyendo el episodio original de la mencionada Búsqueda Implacable, el mejor de esa saga.
Pero aun con estos elementos necesarios para conjurar la “mística” bessoniana, hay algo que falla en la ecuación final. Por un lado la cruza entre los universos políticos y corporativos fundiéndose en operaciones ilegales en el Congo, que incluyen el asesinato del ministro de Minería de ese país para favorecer a empresas transnacionales, se abre como un inmejorable punto de partida para un film de intriga contemporáneo. Incluso se puede decir que Sean Penn no representa una mala elección para el papel de este francotirador culposo y de buen corazón a quien su pasado se le viene encima para obligarlo a volver a los viejos hábitos. Sin embargo, el argumento acaba pecando de ingenuo y termina amontonando todas sus aceptables intenciones previas en un embudo final, donde algunas cursilerías les sacan varias cabezas a los modestos méritos costosamente acumulados. La burda utilización de un montaje paralelo para asimilar una corrida de toros con la persecución final y el sacrificio del héroe, es tal vez la más notoria de esas torpezas. Tanto que se termina extrañando la mano de Besson que, aunque no sea justamente la personificación de la sutileza, como productor y guionista no suele perder el tiempo con falsa poesía.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
CINE - "Home, no hay lugar como el hogar", de Tim Johnson: Mirar al otro y ver lo que tenemos ganas
La nueva película animada de los estudios Dreamworks resulta un interesante objeto de análisis. No porque venga a aportar nada sustancial al género infantil, uno de los más redituables y prolíficos de la actualidad, sino porque su eje temático se encuentra en pleno contacto con una realidad ineludible para una sociedad como la estadounidense. Home, no hay lugar como el hogar, de Tim Johnson, es un relato acerca de la invasión, sus causas y consecuencias pero que, a diferencia de otros relatos que giran en torno del mismo tema, aborda el asunto desde numerosos puntos de vista e incluso intenta ser comprensivo con las motivaciones que dan origen a todos ellos. Un intento de sinopsis: los Buvs son una civilización de tiernos y pacíficos extraterrestres que se ven obligados a invadir la Tierra para evitar la extinción, debido a que los Gorgs, otra raza alienígena, los persigue desde hace rato. Claro que a diferencia de los Buvs, los Gorgs son feos y agresivos, los malos del cuento, y en su persecución van destruyendo los diferentes mundos que los otros eligen para asentarse. Pero aunque sus motivos sean diferentes, ambos pueblos comparten su carácter de invasores y la humanidad termina encerrada en un campo de refugiados en el desierto de Australia. Pero como los Buv son buenos, lejos de parecer la Franja de Gaza el lugar es una especie de Disneylandia, en donde la humanidad no sólo tiene todo lo que necesita, sino también todo lo que aparentemente puede desear. El lugar perfecto, un paraíso de capitalismo socialista.
A diferencia de Francotirador, de Clint Eastwood, en donde la narración se ocupa nada más del relato propio y reduce al otro y sus acciones a un papel menor, en Home el otro también es un individuo con una explicación razonable para su accionar. Pero la película no sólo tiene esa generosidad con los humanos y los Buvs, que también habitan el lugar de la víctima y con quienes es muy fácil empatizar, sino que hasta se permite ser comprensiva con los Gorgs, los monstruos, que parecen venir a destruir por capricho y sin lógica aparente. En Home, entonces, no hay malos, sino problemas para entender las razones ajenas. Claro que todo eso sería más poderoso si tras un arranque prometedor, con buen humor y un alto sentido del absurdo, el film no se dedicara a dinamitar sus propios méritos con una banda de sonido de canciones pop–chorizo; con un doble final que sólo busca multiplicar el llanto del espectador y que, peor que peor, termina cayendo en el proto new age saintexuperiano de “lo esencial es invisible a los ojos” que desvirtúa bastante la cosa. Porque en el fondo, Home no se permite aceptar al otro en tanto monstruo (donde lo monstruoso es lo verdaderamente distinto de uno), sino que antes necesita asimilarlo en un ser lindo y amigable. En cambio, hay quienes podrán acusar a Eastwood de derechista recalcitrante o de alterar la realidad que retrata (incluso todo eso podría ser cierto, aunque este no es el espacio para debatirlo), pero les será más difícil probar que Francotirador es una película timorata o que atenta contra su propia (y sólida) lógica dramática.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
viernes, 20 de marzo de 2015
ARTE - Levantan una muestra en Barcelona por una escultura de Juan Carlos I de España: Al Rey nadie le rompe el culo
Nuevamente el arte queda en el centro de una polémica que excede su propio marco, para hacerse extensivo a la forma en que las sociedades miran su propia imagen en el espejo que los artistas ofrecen a través de sus obras. Una vez más una escultura que reproduce la imagen de una figura de vital importancia dentro de la historia reciente de España provoca un escándalo en ese país. Se trata de la cancelación de la exposición La Bèstia i el Sobirà (en catalán, "La bestia y el soberano") que debía abrir sus puertas al público durante el día de ayer en Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). Dicha suspensión, anunciada por Bartomeu Marí, director de ese museo, ocurrió luego de la negativa de los curadores de la muestra de retirar la obra Not Dressed for Conquering (Desvestido para la conquista), de la austríaca Inés Doujak, en la que puede verse al mismísimo rey Juan Carlos siendo sodomizado por la activista boliviana Domitila Barrios de Chúngara, que a su vez es montada sexualmente por un perro.
Igual que el resto del material que integra la muestra, esta obra que anteriormente participó de la Bienal de San Pablo 2014 y forma parte del proyecto Lanzaderas de telar / Caminos de guerra que llevan adelante Doujak y el británico John Barker, fue seleccionada por los curadores del MACBA Paul Preciado y Valentín Roma, quienes sostuvieron que "Doujak es una artista reconocida, con una trayectoria de investigación sobre las dinámicas del colonialismo y ya había expuesto en el MACBA". Roma por su parte explicó que "la escultura rechazada forma parte de un proyecto iniciado en 2010, que arroja luz sobre las complejas y asimétricas relaciones entre Europa y América Latina. Es una obra que se inscribe en la gran tradición de las relaciones entre arte y poder". La noticia fue levantada por diversos medios españoles, entre ellos los diarios El País, Abc y El Diario.
Frente a la negativa de los curadores de eliminar la obra, Marí canceló la exposición completa, que ya se encontraba instalada y cuya inauguración estaba prevista para las 19:30 de ayer. A esa hora, doscientas personas autoconvocadas a través de Facebook se manifestaron frente a la sede del museo barcelonés para expresar el desacuerdo del sector artístico por la cancelación y para pedir "un museo más democrático". Por su parte Marí aseguró haberse enterado de la presencia de la pieza recién el lunes pasado y declaró que "es la primera vez que se da un suceso así en 25 años de profesión. Una muestra implica un proceso de mediación entre los comisarios y la institución y es sorprendente y lamentable no haber llegado a un acuerdo."
Pero no se trata de un hecho aislado en la vida cultural española, sino de un nuevo episodio de intolerancia frente a una expresión artística que plantea una abierta y sólida posición política frente a la realidad histórica de ese país. Hace exactamente tres años, en el marco de la edición 2012 de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO) que se realiza todos los años durante el mes de febrero en Madrid, la obra Always Franco del artista plástico español Eugenio Merino desató una ola de indignación y pedidos de censura. Always Franco (Siempre Franco) consiste en escultura realista del general Francisco Franco, dictador que usurpó entre 1938 y 1975 el gobierno español, metida dentro de una heladera exhibidora de la gaseosa que refresca mejor. En aquel entonces la Fundación Francisco Franco en España encabezó las protestas en contra de la obra de Merino, amenazándolo por haberse atrevido a meter a Franco en una heladera, considerando que un acto semejante atentaba contra "el sentido de la estética y el arte" y hasta se atrevieron a decir que los humanos no pueden "caer tan bajo".
Claro que España no tiene el monopolio en materia de estigmatización de artistas incómodos. Basta recordar las reiteradas manifestaciones en contra que provocó La civilización Occidental y Cristiana, obra emblemática del extraordinario artista plástico argentino León Ferrari, en la que una figura de Cristo se encuentra crucificada sobre el fuselaje de un avión de la fuerza aérea estadounidense. El punto más alto de los ataques que Ferrari sufrió por su obra se dio durante la retrospectiva que le dedicó el Centro Cultural Recoleta durante el año 2004, cuando el por entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, hoy mejor conocido en todo el mundo por su rol al frente de la Iglesia Católica bajo el nombre de Francisco, llegó a calificar a la muestra como "una blasfemia que avergüenza a nuestra ciudad" a través de una carta pastoral dirigida a los sacerdotes y feligreses, en la que también los convocaba a realizar "una jornada de ayuno y oración" para que "el Señor perdone nuestros pecados y los de la ciudad".
Respecto de la muestra "La bestia y el soberano", en la Web del MACBA se explica que: "Esta exposición exploraba cómo las prácticas artísticas contemporáneas cuestionan y deshacen la definición occidental y metafísica de la soberanía política: el modo en que estas proponen maneras de entender la libertad y la emancipación que exceden el marco de la autonomía individual, así como la forma moderna del Estado-nación." También se explica que el nombre de la muestra está tomado del "título del último seminario impartido por Jacques Derrida en 2002-2003, dedicado a analizar los límites de la soberanía política en la tradición metafísica." En ese mismo texto, firmado por los curadores de la muestra, se explica que "la bestia y el soberano encarnan, para el filósofo francés, las dos figuras alegóricas de lo político que se han situado históricamente más allá de la ley: la bestia supuestamente desconocedora del derecho y el soberano cuyo poder se define precisamente por su capacidad de suspender el derecho".
En cuanto al levantamiento puntual de la muestra, en otro texto colgado en la página de la institución se intenta dar una explicación que no termina de aclarar nada. "Hoy (por ayer, jueves) habríamos abierto al público la exposición "La bestia y el soberano". Desde el MACBA lamentamos profundamente que esto no haya sido posible ya que, al fin y al cabo, a quien perjudica es a nuestro público y a nuestra permanente vocación de servicio. Es difícil entender y compartir algunas decisiones. Y también es difícil explicarlas serenamente en la vorágine mediática que estamos viviendo. Estamos seguros de que encontraremos el espacio y el momento para compartir el debate que sin duda se genera después de una situación como esta." Por su parte, el cuerpo de curadores expresó de manera pública y tajante su posición respecto del levantamiento de la muestra: "la decisión del director del MACBA pone en peligro no sólo esta exposición en concreto, sino que revela el funcionamiento no democrático de una institución cultural pública".
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo
Igual que el resto del material que integra la muestra, esta obra que anteriormente participó de la Bienal de San Pablo 2014 y forma parte del proyecto Lanzaderas de telar / Caminos de guerra que llevan adelante Doujak y el británico John Barker, fue seleccionada por los curadores del MACBA Paul Preciado y Valentín Roma, quienes sostuvieron que "Doujak es una artista reconocida, con una trayectoria de investigación sobre las dinámicas del colonialismo y ya había expuesto en el MACBA". Roma por su parte explicó que "la escultura rechazada forma parte de un proyecto iniciado en 2010, que arroja luz sobre las complejas y asimétricas relaciones entre Europa y América Latina. Es una obra que se inscribe en la gran tradición de las relaciones entre arte y poder". La noticia fue levantada por diversos medios españoles, entre ellos los diarios El País, Abc y El Diario.
Frente a la negativa de los curadores de eliminar la obra, Marí canceló la exposición completa, que ya se encontraba instalada y cuya inauguración estaba prevista para las 19:30 de ayer. A esa hora, doscientas personas autoconvocadas a través de Facebook se manifestaron frente a la sede del museo barcelonés para expresar el desacuerdo del sector artístico por la cancelación y para pedir "un museo más democrático". Por su parte Marí aseguró haberse enterado de la presencia de la pieza recién el lunes pasado y declaró que "es la primera vez que se da un suceso así en 25 años de profesión. Una muestra implica un proceso de mediación entre los comisarios y la institución y es sorprendente y lamentable no haber llegado a un acuerdo."
Pero no se trata de un hecho aislado en la vida cultural española, sino de un nuevo episodio de intolerancia frente a una expresión artística que plantea una abierta y sólida posición política frente a la realidad histórica de ese país. Hace exactamente tres años, en el marco de la edición 2012 de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO) que se realiza todos los años durante el mes de febrero en Madrid, la obra Always Franco del artista plástico español Eugenio Merino desató una ola de indignación y pedidos de censura. Always Franco (Siempre Franco) consiste en escultura realista del general Francisco Franco, dictador que usurpó entre 1938 y 1975 el gobierno español, metida dentro de una heladera exhibidora de la gaseosa que refresca mejor. En aquel entonces la Fundación Francisco Franco en España encabezó las protestas en contra de la obra de Merino, amenazándolo por haberse atrevido a meter a Franco en una heladera, considerando que un acto semejante atentaba contra "el sentido de la estética y el arte" y hasta se atrevieron a decir que los humanos no pueden "caer tan bajo".
Claro que España no tiene el monopolio en materia de estigmatización de artistas incómodos. Basta recordar las reiteradas manifestaciones en contra que provocó La civilización Occidental y Cristiana, obra emblemática del extraordinario artista plástico argentino León Ferrari, en la que una figura de Cristo se encuentra crucificada sobre el fuselaje de un avión de la fuerza aérea estadounidense. El punto más alto de los ataques que Ferrari sufrió por su obra se dio durante la retrospectiva que le dedicó el Centro Cultural Recoleta durante el año 2004, cuando el por entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, hoy mejor conocido en todo el mundo por su rol al frente de la Iglesia Católica bajo el nombre de Francisco, llegó a calificar a la muestra como "una blasfemia que avergüenza a nuestra ciudad" a través de una carta pastoral dirigida a los sacerdotes y feligreses, en la que también los convocaba a realizar "una jornada de ayuno y oración" para que "el Señor perdone nuestros pecados y los de la ciudad".
Respecto de la muestra "La bestia y el soberano", en la Web del MACBA se explica que: "Esta exposición exploraba cómo las prácticas artísticas contemporáneas cuestionan y deshacen la definición occidental y metafísica de la soberanía política: el modo en que estas proponen maneras de entender la libertad y la emancipación que exceden el marco de la autonomía individual, así como la forma moderna del Estado-nación." También se explica que el nombre de la muestra está tomado del "título del último seminario impartido por Jacques Derrida en 2002-2003, dedicado a analizar los límites de la soberanía política en la tradición metafísica." En ese mismo texto, firmado por los curadores de la muestra, se explica que "la bestia y el soberano encarnan, para el filósofo francés, las dos figuras alegóricas de lo político que se han situado históricamente más allá de la ley: la bestia supuestamente desconocedora del derecho y el soberano cuyo poder se define precisamente por su capacidad de suspender el derecho".
En cuanto al levantamiento puntual de la muestra, en otro texto colgado en la página de la institución se intenta dar una explicación que no termina de aclarar nada. "Hoy (por ayer, jueves) habríamos abierto al público la exposición "La bestia y el soberano". Desde el MACBA lamentamos profundamente que esto no haya sido posible ya que, al fin y al cabo, a quien perjudica es a nuestro público y a nuestra permanente vocación de servicio. Es difícil entender y compartir algunas decisiones. Y también es difícil explicarlas serenamente en la vorágine mediática que estamos viviendo. Estamos seguros de que encontraremos el espacio y el momento para compartir el debate que sin duda se genera después de una situación como esta." Por su parte, el cuerpo de curadores expresó de manera pública y tajante su posición respecto del levantamiento de la muestra: "la decisión del director del MACBA pone en peligro no sólo esta exposición en concreto, sino que revela el funcionamiento no democrático de una institución cultural pública".
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo
jueves, 19 de marzo de 2015
CINE - "Insurgente",de Robert Schwentke: La ciencia ficción como metáfora religiosa
Luego de que J. K. Rowling agotara el mundo del fantasy con su historia sobe el mago adolescente Harry Potter y de que Stephenie Meyer convirtiera el romanticismo gótico de vampiros y hombres lobo en una novelita rosa con Crepúsculo, el universo de las sagas literarias para jóvenes parece haberse instalado con fuerza en el territorio de la ciencia ficción distópica. En vista de los resultados, parece haber sido una buena decisión. Series como Los juegos del hambre, que va por su tercer episodio; Maze Runner, que recién empieza, o Divergente, cuya segunda parte, Insurgente, acaba de estrenarse, han echado mano de la eficiente caja de herramientas que ese género les proporciona para narrar diferentes versiones del futuro. Todas dan cuenta de un mundo que tras el colapso se ve en la necesidad de reconstituir sus instituciones e instaurar un nuevo orden social que asegure la supervivencia de la especie. De manera nada casual, esa necesidad a la que la humanidad se ve impelida en todos los casos se origina en el fracaso del sistema actual y deriva en diferentes modelos de sociedades en las que el hipercontrol invariablemente tiene un rol preponderante. Pero más allá de una metáfora política suficientemente ubicua como para ser interpretada incluso de maneras opuestas, en el caso de Divergente hay algo más.
Tanto Los juegos del hambre –donde un grupo de jóvenes es entregado al sacrificio como parte de un ritual destinado a sostener un orden– como Maze runner –en la que otros adolescentes son confinados en un laberinto del que no pueden escapar y donde algo siniestro se encarga de eliminarlos– parecen alimentarse de un mismo fondo mítico, que hace centro en la leyenda helénica del Minotauro. En cambio en esta segunda parte de la saga Divergente, donde la sociedad se divide en cinco facciones que ocupan diferentes roles dentro de la estructura social, empieza a quedar claro que la historia que se cuenta se sostiene en la figura del elegido, un elemento antes religioso que mítico. Es cierto que esa figura también existe en las otras dos sagas, pero ligada claramente al rol del héroe clásico. En cambio Tris, la protagonista de la serie Divergente, representa el papel del salvador, ese individuo-llave que, empujado por un don superior, enfrenta al injusto orden que se pretende imponer. Ella es la única capaz de revelar a su pueblo un mensaje de unidad y buenaventura que le llega directamente de los creadores para, a partir de ahí, ofrecer un nuevo y mejor destino en un más allá ubicado tras el muro que encierra la ciudad. Una historia conocida.
Así, Insurgente puede ser vista como un módico juego de reescritura que trafica parte del imaginario judeocristiano en el envase del cine de ciencia ficción. Una aventura en la que no faltan ni un pueblo elegido, ni la matanza de los inocentes, ni un par de Judas que van y vienen de la traición a la redención, ni el calvario del salvador previo a su muerte y posterior resurrección ni, por supuesto, su mansa y voluntaria entrega a un sacrificio que representa la esperanza de una tierra prometida para todos aquellos dispuestos a creer, ni un éxodo final. Y todo sin la sobrecargada solemnidad de las versiones de Noé y Moisés que Darren Aronofsky y Ridley Scott perpetraron en 2014.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Tanto Los juegos del hambre –donde un grupo de jóvenes es entregado al sacrificio como parte de un ritual destinado a sostener un orden– como Maze runner –en la que otros adolescentes son confinados en un laberinto del que no pueden escapar y donde algo siniestro se encarga de eliminarlos– parecen alimentarse de un mismo fondo mítico, que hace centro en la leyenda helénica del Minotauro. En cambio en esta segunda parte de la saga Divergente, donde la sociedad se divide en cinco facciones que ocupan diferentes roles dentro de la estructura social, empieza a quedar claro que la historia que se cuenta se sostiene en la figura del elegido, un elemento antes religioso que mítico. Es cierto que esa figura también existe en las otras dos sagas, pero ligada claramente al rol del héroe clásico. En cambio Tris, la protagonista de la serie Divergente, representa el papel del salvador, ese individuo-llave que, empujado por un don superior, enfrenta al injusto orden que se pretende imponer. Ella es la única capaz de revelar a su pueblo un mensaje de unidad y buenaventura que le llega directamente de los creadores para, a partir de ahí, ofrecer un nuevo y mejor destino en un más allá ubicado tras el muro que encierra la ciudad. Una historia conocida.
Así, Insurgente puede ser vista como un módico juego de reescritura que trafica parte del imaginario judeocristiano en el envase del cine de ciencia ficción. Una aventura en la que no faltan ni un pueblo elegido, ni la matanza de los inocentes, ni un par de Judas que van y vienen de la traición a la redención, ni el calvario del salvador previo a su muerte y posterior resurrección ni, por supuesto, su mansa y voluntaria entrega a un sacrificio que representa la esperanza de una tierra prometida para todos aquellos dispuestos a creer, ni un éxodo final. Y todo sin la sobrecargada solemnidad de las versiones de Noé y Moisés que Darren Aronofsky y Ridley Scott perpetraron en 2014.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
lunes, 16 de marzo de 2015
CINE - 18º Festival Internacional de Punta del Este: Cine brasileño, canción uruguaya
Luego de una intensa semana de proyecciones y actividades que incluyeron el estreno del documental A desalambrar con Daniel Viglietti, dirigido por el reconocido documentalista argentino Jorge Denti, la decimoctava edición Del Festival Internacional de Cine de Punta del Este concluyó este sábado a la noche. En dicha velada se entregaron los premios y menciones otorgadas por un jurado integrado por la cineasta uruguaya Ana Guevara Pose, directora del premiado largometraje Tanta agua; la mexicana Paula Astorga, productora y también realizadora, y por Horacio Javier Ríos, secretario de cultura de la ciudad de Rosario. Ellos decidieron premiar la actuación de la actriz mexicana Aglaé Lingow, de Cumbres dirigida por su compatriota Gabriel Nuncio, que también recibió una mención para su director de fotografía, Israel Cárdenas. En el rubro actuación femenina también fue mencionada la argentina Andrea Strenitz por su desempeño en Mar, coproducción entre Chile y la Argentina, dirigida por Dominga Sotomayor. Por su parte, el premio a la mejor dirección recayó en la argentina Natalia Smirnoff por su segundo largo de ficción El cerrajero, que fue recibido por su protagonista, Esteban Lamothe.
Pero la gran ganadora de la noche fue la película brasilera El último autocine, que recibió los premios a la mejor actuación masculina y mejor película, que recibieron respectivamente el actor Breno Nina y el director Iberê Carvalho, ambos presentes en la sala. Se trata de un drama familiar que tiene como protagonista a Marlonbrando. No se trata de un error de tipeo ni de una broma: así, todo junto, se escribe el curioso nombre de un joven que regresa a Brasilia, su ciudad de origen, para acompañar a su madre durante una internación obligada para poder cumplir con una serie de delicados exámenes médicos. A partir de ahí, Marlonbrando también deberá forzar un reencuentro con su padre, con quien no se habla desde hace años, para pedirle ayuda frente a la compleja situación. El regreso a su ciudad no sólo implica estos desafíos familiares, sino que significará reunirse con su pasado, representado sobre todo por su reencuentro con el autocine de la ciudad, que efectivamente es el último que sobrevive en ese enorme país-continente que es Brasil. Carvalho, que además de director es uno de los guionistas de la película, utiliza ese espacio de manera tornatoriana, haciendo que el cine (y las películas) se conviertan en el hilo de Ariadna que permitirán al protagonista hacer de ida y de vuelta el laberinto que une el presente con el pasado.
Fruto de una cinematografía poco conocida para el público argentino, la del cine producido en Brasilia, El último autocine, que también fue elegida por el jurado joven del festival como la mejor película, sin embargo tiene un interesante punto en común con otra película brasiliense, casualmente estrenada hace pocos meses en nuestro país. Se trata de Branco sai, preto fica, muy buen trabajo de Adirley Queiroz que, entre el documental y la ciencia ficción, cuenta una historia vinculada a la represión y la tensión racial en la capital brasilera a comienzos de los 80, tomando como punto de partida los masivos bailes y la escena del breakdance en esa época. Resulta interesante la preocupación que ambas películas manifiestan por indagar en el pasado. Más aún teniendo en cuenta que provienen de la que tal vez sea la más joven de las grandes capitales del mundo, inaugurada en 1960 durante la presidencia de Juscelino Kubitschek. Un detalle que quizás venga a hablar del valor del cine como herramienta para la creación de las propias raíces históricas y culturales de la ciudad y la fundación de sus propios mitos.
No menos curioso resulta que uno de los filmes más interesantes de los que integraron la competencia, a pesar de no recibir ningún reconocimiento oficial, fuera el también brasilero Permanencia, dirigido por Leonardo Lacca. Anclada en San Pablo pero con una fuerte impronta de la escena cinematográfica de Recife, Permanencia retrata el reencuentro entre Ivo, un fotógrafo que llega a la ciudad para su primera exhibición en una galería, y Rita, una ex novia que se ofrece a hospedarlo por esos días en la casa que comparte con su marido. Con una narrativa ajustada que se apoya en un delicado trabajo fotográfico, la película de Lacca pone su ojo en las grietas emotivas que el reencuentro entre los protagonistas va abriendo en sus vidas cotidianas, aún cuando se empeñen en tratar de eludirlas e incluso negar sus consecuencias. A partir de ahí construye una historia de amor elíptica y siempre imposible que, con elegante espiritualidad, habla de la supervivencia de los vínculos sentimentales más allá de su existencia física.
El sábado también fue el turno del estreno de A desalambrar con Daniel Viglietti, trabajo Jorge Denti en torno al ineludible cantautor uruguayo, figura fundamental de la llamada canción de protesta de los años 60, 70 y 80 en América Latina. Se trata de una versión acotada de una miniserie de tres capítulos creada por el director argentino radicado hace años en México para Teveunam, el canal de televisión cultural de la Universidad Nacional Autónoma de ese país. En su poco más de una hora de duración se suceden una entrevista exclusiva con el propio Viglietti; valiosos testimonios en primera persona, como el de Eduardo Galeano; e imágenes de archivo de diferentes presentaciones del artista, incluyendo alguna de las que realizó junto a Mario Benedetti en el teatro Solís de Montevideo o en un multitudinario acto en Nicaragua, a comienzos de los años 80.
A lo largo de la película, Viglietti va desandando sus propias memorias como músico que decidió asumir un destacado rol social durante los años más difíciles de la historia de Latinoamérica. A veces se permite confesiones que no por lógicas dejan de ser sorprendentes, como cuando afirma que su vida como artista fue marcada por el cine y se declara en deuda con el neorrealismo italiano, en especial con Vittorio De Sica. Otras deja caer frases a las que su voz profunda les imprime un color tan particular, como cuando habla del lanzamiento de uno de sus primeros trabajos Canción para mi América en 1961: “En aquella época los discos tenían dos caras: ahora son más sinceros”, define con gracia. Pero el documental también le hace un espacio a la poesía, principal herramienta de Viglietti, quien recuerda una lectura pública en la que él y varios artistas recitaron varios poemas, siempre anónimos, que los presos políticos contrabandeaban escritos en papel para armar cigarrillos, algunos de ellos bellísimos: “A veces sale el sol y te quiero/ A veces llueve y te quiero/ La cárcel es a veces/ siempre te quiero”. También conmueven las imágenes del día de la liberación de los presos políticos en enero de 1985, entre quienes puede verse claramente a un joven Pepe Mujica, día del cual justamente en estos días acaban de cumplirse 30 años. Con economía de recursos, A desalambrar con Daniel Viglietti consigue hacer que un recorrido por la obra del emblemático cantante sea además una travesía por 50 años de historia política, cultural y social no sólo del Uruguay, sino también de toda Latinoamérica.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Pero la gran ganadora de la noche fue la película brasilera El último autocine, que recibió los premios a la mejor actuación masculina y mejor película, que recibieron respectivamente el actor Breno Nina y el director Iberê Carvalho, ambos presentes en la sala. Se trata de un drama familiar que tiene como protagonista a Marlonbrando. No se trata de un error de tipeo ni de una broma: así, todo junto, se escribe el curioso nombre de un joven que regresa a Brasilia, su ciudad de origen, para acompañar a su madre durante una internación obligada para poder cumplir con una serie de delicados exámenes médicos. A partir de ahí, Marlonbrando también deberá forzar un reencuentro con su padre, con quien no se habla desde hace años, para pedirle ayuda frente a la compleja situación. El regreso a su ciudad no sólo implica estos desafíos familiares, sino que significará reunirse con su pasado, representado sobre todo por su reencuentro con el autocine de la ciudad, que efectivamente es el último que sobrevive en ese enorme país-continente que es Brasil. Carvalho, que además de director es uno de los guionistas de la película, utiliza ese espacio de manera tornatoriana, haciendo que el cine (y las películas) se conviertan en el hilo de Ariadna que permitirán al protagonista hacer de ida y de vuelta el laberinto que une el presente con el pasado.
Fruto de una cinematografía poco conocida para el público argentino, la del cine producido en Brasilia, El último autocine, que también fue elegida por el jurado joven del festival como la mejor película, sin embargo tiene un interesante punto en común con otra película brasiliense, casualmente estrenada hace pocos meses en nuestro país. Se trata de Branco sai, preto fica, muy buen trabajo de Adirley Queiroz que, entre el documental y la ciencia ficción, cuenta una historia vinculada a la represión y la tensión racial en la capital brasilera a comienzos de los 80, tomando como punto de partida los masivos bailes y la escena del breakdance en esa época. Resulta interesante la preocupación que ambas películas manifiestan por indagar en el pasado. Más aún teniendo en cuenta que provienen de la que tal vez sea la más joven de las grandes capitales del mundo, inaugurada en 1960 durante la presidencia de Juscelino Kubitschek. Un detalle que quizás venga a hablar del valor del cine como herramienta para la creación de las propias raíces históricas y culturales de la ciudad y la fundación de sus propios mitos.
No menos curioso resulta que uno de los filmes más interesantes de los que integraron la competencia, a pesar de no recibir ningún reconocimiento oficial, fuera el también brasilero Permanencia, dirigido por Leonardo Lacca. Anclada en San Pablo pero con una fuerte impronta de la escena cinematográfica de Recife, Permanencia retrata el reencuentro entre Ivo, un fotógrafo que llega a la ciudad para su primera exhibición en una galería, y Rita, una ex novia que se ofrece a hospedarlo por esos días en la casa que comparte con su marido. Con una narrativa ajustada que se apoya en un delicado trabajo fotográfico, la película de Lacca pone su ojo en las grietas emotivas que el reencuentro entre los protagonistas va abriendo en sus vidas cotidianas, aún cuando se empeñen en tratar de eludirlas e incluso negar sus consecuencias. A partir de ahí construye una historia de amor elíptica y siempre imposible que, con elegante espiritualidad, habla de la supervivencia de los vínculos sentimentales más allá de su existencia física.
El sábado también fue el turno del estreno de A desalambrar con Daniel Viglietti, trabajo Jorge Denti en torno al ineludible cantautor uruguayo, figura fundamental de la llamada canción de protesta de los años 60, 70 y 80 en América Latina. Se trata de una versión acotada de una miniserie de tres capítulos creada por el director argentino radicado hace años en México para Teveunam, el canal de televisión cultural de la Universidad Nacional Autónoma de ese país. En su poco más de una hora de duración se suceden una entrevista exclusiva con el propio Viglietti; valiosos testimonios en primera persona, como el de Eduardo Galeano; e imágenes de archivo de diferentes presentaciones del artista, incluyendo alguna de las que realizó junto a Mario Benedetti en el teatro Solís de Montevideo o en un multitudinario acto en Nicaragua, a comienzos de los años 80.
A lo largo de la película, Viglietti va desandando sus propias memorias como músico que decidió asumir un destacado rol social durante los años más difíciles de la historia de Latinoamérica. A veces se permite confesiones que no por lógicas dejan de ser sorprendentes, como cuando afirma que su vida como artista fue marcada por el cine y se declara en deuda con el neorrealismo italiano, en especial con Vittorio De Sica. Otras deja caer frases a las que su voz profunda les imprime un color tan particular, como cuando habla del lanzamiento de uno de sus primeros trabajos Canción para mi América en 1961: “En aquella época los discos tenían dos caras: ahora son más sinceros”, define con gracia. Pero el documental también le hace un espacio a la poesía, principal herramienta de Viglietti, quien recuerda una lectura pública en la que él y varios artistas recitaron varios poemas, siempre anónimos, que los presos políticos contrabandeaban escritos en papel para armar cigarrillos, algunos de ellos bellísimos: “A veces sale el sol y te quiero/ A veces llueve y te quiero/ La cárcel es a veces/ siempre te quiero”. También conmueven las imágenes del día de la liberación de los presos políticos en enero de 1985, entre quienes puede verse claramente a un joven Pepe Mujica, día del cual justamente en estos días acaban de cumplirse 30 años. Con economía de recursos, A desalambrar con Daniel Viglietti consigue hacer que un recorrido por la obra del emblemático cantante sea además una travesía por 50 años de historia política, cultural y social no sólo del Uruguay, sino también de toda Latinoamérica.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 12 de marzo de 2015
CINE - Resucitados (The Lazarus effect), de David Gelp: el arte de repetir y entretener
Resucitados de David Gelp, película a la que le calza mucho mejor el título original, “El efecto Lázaro”, es una de esas historias de terror que, sin salirse ni un poco de lo formulario, sin embargo consigue entretener a partir de un par de relecturas más o menos logradas de sus precursores, para redondear un producto recubierto con una patina delgada de originalidad. Si bien, como se ha dicho, no se aparta para nada del ciclo de sobresaltos y efectismo generados sobre todo por golpes sonoros, montaje, juegos de luces y las decisiones a veces inexplicables de sus personajes, Gelp logra completar la carrera de obstáculos de lugares comunes que suele ser el cine de terror clase B con bastante dignidad. Claro que no debe entenderse con esto que estamos ante un nuevo clásico del género; ni siquiera frente a un exponente de los más logrados: Resucitados simplemente tiene el mérito de haber conseguido que el paseo por un camino bien conocido resulte al menos entretenido, sin pretensiones grandilocuentes.
Un buen punto a favor son las numerosas referencias que el fanático del género podrá encontrar en el relato, si bien ninguna demasiado sutil, al menos sí mínimamente ingeniosas u oportunas. Se trata de un tópico demasiado clásico, fundacional del género del terror: un grupo de científicos encerrados en un laboratorio encuentran una fórmula capaz de resucitar a los muertos. Si bien en esta categoría tanto se puede incluir a Frankenstein o el moderno Prometeo, novela fundamental del gótico inglés escrita por Mary Shelley, como a Re-animator, clásico del gore modelo 1985 dirigido por Stuart Gordon, Resucitados sin embargo tiene más en común con Línea mortal, aquella película de Joel Schumacher estrenada en 1990 con un reparto cargado de estrellitas en ascenso, entre ellos Julia Roberts, Kiefer Sutherland y Kevin Bacon. Sólo que, a diferencia de los casos mencionados, el equipo de investigadores de la película de Gelp se encuentran con el asunto de la resurrección un poco de manera inesperada, como efecto no deseado de una fórmula pensada para otra cosa.
Tras revivir a un perro, el grupo encabezado por el doctor Frank (la referencia a Frankenstein es bastante obvia pero el chiste no deja de ser simpático) es separado de la investigación. Pero el equipo intentará recuperar el control, entrando de manera ilegal al laboratorio para repetir el experimento, registrarlo con una cámara y así poder asegurarse los derechos de autoría. Pero algo sale mal: uno de ellos muere electrocutado durante el intento y el resto decide cambiar al sujeto experimental, intentando revivir a la compañera en lugar de un perro. A partir de ahí la película se vuelve más sobrenatural, efectista y menos interesante, jugando con los alcances religiosos, psicológicos y parapsicológicos del asunto. Pero logra mantenerse de este lado, sin atravesar la línea de la vergüenza.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Un buen punto a favor son las numerosas referencias que el fanático del género podrá encontrar en el relato, si bien ninguna demasiado sutil, al menos sí mínimamente ingeniosas u oportunas. Se trata de un tópico demasiado clásico, fundacional del género del terror: un grupo de científicos encerrados en un laboratorio encuentran una fórmula capaz de resucitar a los muertos. Si bien en esta categoría tanto se puede incluir a Frankenstein o el moderno Prometeo, novela fundamental del gótico inglés escrita por Mary Shelley, como a Re-animator, clásico del gore modelo 1985 dirigido por Stuart Gordon, Resucitados sin embargo tiene más en común con Línea mortal, aquella película de Joel Schumacher estrenada en 1990 con un reparto cargado de estrellitas en ascenso, entre ellos Julia Roberts, Kiefer Sutherland y Kevin Bacon. Sólo que, a diferencia de los casos mencionados, el equipo de investigadores de la película de Gelp se encuentran con el asunto de la resurrección un poco de manera inesperada, como efecto no deseado de una fórmula pensada para otra cosa.
Tras revivir a un perro, el grupo encabezado por el doctor Frank (la referencia a Frankenstein es bastante obvia pero el chiste no deja de ser simpático) es separado de la investigación. Pero el equipo intentará recuperar el control, entrando de manera ilegal al laboratorio para repetir el experimento, registrarlo con una cámara y así poder asegurarse los derechos de autoría. Pero algo sale mal: uno de ellos muere electrocutado durante el intento y el resto decide cambiar al sujeto experimental, intentando revivir a la compañera en lugar de un perro. A partir de ahí la película se vuelve más sobrenatural, efectista y menos interesante, jugando con los alcances religiosos, psicológicos y parapsicológicos del asunto. Pero logra mantenerse de este lado, sin atravesar la línea de la vergüenza.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
miércoles, 11 de marzo de 2015
CINE - 18° Festival Internacional de Cine de Punta del Este: La buena costumbre del cine junto al mar
Con el comienzo de marzo el balneario de Punta del Este se convierte en algo más que el destino turístico favorito de las clases altas y las figuritas del módico glamour rioplatense. Igual que ocurría con los tradicionales Idus del calendario romano, el tercer mes marca el comienzo del fin del verano y con él, el cierre de una nueva temporada. Pero también la llegada del Festival Internacional de Punta del Este, evento cultural ineludible para la ciudad y una efeméride importante para el calendario cinematográfico en el confín sur de las Américas. Este año el festival abre sus puertas por decimoctava vez y vuelve a representar para el Uruguay la posibilidad de proveer de un espacio vital insustituible a un cine que de otra forma jamás alcanzaría a ver la luz en la oscuridad de una sala de proyecciones. Pero además resalta la vigencia de uno de los festivales más emblemáticos de la región, cuya fundación data del año 1951 y fue llevada adelante por un entusiasta grupo de cinéfilos (entre los que se encontraba el recordado Homero Alsina Thevenet, prócer del periodismo cultural y la critica de cine rioplatense), hecho que lo convierte en el más antiguo del continente.
Convertido a partir de 2006 en un encuentro de perfil iberoamericano, igual que en años anteriores el Festival de Punta del Este ofrece una vidriera para el cine producido en la región, dentro del cual las películas argentinas ocupan un lugar destacado. En esta edición tienen un espacio películas como Atlántida, de la cordobesa Inés María Barrionuevo; Choele, opus dos de Juan Sasiaín, quien antes dirigió La Tigra, Chaco junto a Federico Godfrid; Pistas para volver a casa, comedia dramática que marca el debut en dirección de la actriz Jazmín Stuart. Títulos que han tenido un paso previo por las competencias de los festivales más importantes de nuestro país, como BAFICI, Mar del Plata e incluso por la cartelera comercial. Pero también habrá lugar para filmes que todavía no se han exhibido en la Argentina, como en el caso de Amor, etc., de Gladys Lizarazu, y Showroom, de Fernando Molnar, quien debuta en la ficción tras un par de experiencias dentro del género documental, incluyendo la realización de Mundo alas, retrato del proyecto musical de León Gieco junto a artistas discapacitados.
Basado en un guión provisto por la pareja integrada por Lucía Puenzo y Sergio Bizzio, el trabajo de Molnar va detrás de Diego (Diego Peretti) e incluso se diría que, más que eso, la cámara se le va encima, recurso que hace aún más agobiante el vía crucis al que será sometido el personaje en los 80 minutos que dura le película. En ese lapso no sólo sufrirá la pérdida de su trabajo, sino que deberá dejar su hogar en Capital para mudarse a una casita desvencijada en el delta; soportará el abierto descontento de su mujer e hija con el cambio; pedirá ayuda a un tío que más que auxiliarlo parece aprovecharse de su vulnerabilidad y se verá sometido a la presión de trabajar para él.
Showroom es una comedia a veces ácida y otras un poco negra, siempre patética (no en el sentido coloquial y peyorativo que se le da al término, sino en su acepción más bien romántica), que replica el dispositivo narrativo antes descripto, recargando en Peretti todo el peso del relato. Y él responde con solvencia, porque tal vez sea uno de los pocos actores argentinos capaz de transmitir sentimientos antipódicos, a veces incluso dentro de una misma escena, con efectividad y economía de recursos. Es Peretti quien, con gestos y expresiones, va llevando de la mano a la película de la comedia al drama y de ahí a la farsa, siempre con la misma seguridad. Tal vez pueda ser un poco más cuestionable el uso (¿abuso?) que Showroom hace de su protagonista, del que tanto necesita pero con quien parece ensañarse, jugando siempre a cerrarle cada una de las pequeñas ventanas que podrían aliviar su ahogo, dejándolo invariablemente sin salida.
Dentro de un panorama latinoamericano bien amplio que, además de Argentina y por supuesto Uruguay, incluye trabajos de Chile, México, Brasil, Colombia y coproducciones que abarcan a casi todos los países de la región, la cubana Conducta, de Ernesto Daras Serrano, tuvo el honor de oficiar de film de apertura. Construida con el ámbito escolar como escenario, retrata el vínculo entre Carmela, una maestra a nacida antes de la Revolución pero educada en ella, y Chala, un chico de 12 años que es el más problemático del colegio. A través de ellos expone la vida sencilla en los barrios humildes de La Habana vieja y traza un perfil de pretensión realista, que se convierte en vehículo de algunas observaciones críticas hacia distintos aspectos del régimen que gobierna en la isla desde 1959. Conducta cuestiona claramente lo rígido y dogmático de las estructuras burocráticas de algunas instituciones cubanas, al mismo tiempo que hace evidente otras problemáticas, como el de las migraciones internas. Pero sin desesperanza, porque no se trata de una película contra en régimen, sino de una que se permite exhibir críticas parciales que nunca pretenden cuestionar el todo. Filmada y montada de manera clásica, con buena fotografía y buenas actuaciones –sobre todo la del chico Armando Miguel Gómez, toda una revelación en la piel del rebelde Chala—, Conducta también cae en diálogos discursivos que a veces pecan de epigramáticos y en un tono meloso y nostálgico que recuerda lo menos atractivo (pero también lo más popular) de la obra de Giuseppe Tornatore.
Pero el festival también le reserva un espacio importante a la producción europea y estadounidense, que va del llamado cine de qualité, representado por películas como Leviathan de Andrei Zvyagintsev, reciente candidata rusa a los Oscars, o la nórdica Fuerza Mayor de Ruben Östlund, pasando por el indie norteamericano con Welcome to New York de Abel Ferrara, hasta llegar a Big Eyes, último trabajo de un director a la vez popular y mainstream como Tim Burton. Con fecha de estreno en Argentina prevista para abril, Big eyes reconstruye la historia de Margaret Keane, artista plástica plagiada por su propio marido, Walter Keane, quien durante las décadas de 1950 y 1960 la manipuló para hacer pasar por suya una obra pictórica muy particular creada por ella. Con un punto de partida similar al que proponía El artista, la película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, Burton consigue por un lado poner en cuestión el papel del artista y el concepto de arte a partir del siglo XX. Y por otro representa un fresco social eficiente acerca del rol de la mujer, ya no en el arte, sino en la sociedad occidental de posguerra.
En cuanto a lo estrictamente cinematográfico, Big eyes marca una bienvenida moderación en la estética burtoniana, que había llegado al paroxismo en sus últimas películas, sobre todo en la fallida Alicia en el país de las maravillas (2010). Esto a pesar de que el austríaco Christoph Waltz se encargue de sostener las banderas histriónicas que en las películas de Burton habitualmente son portadas por Johnny Depp, mientras que Amy Adams aporta la pureza naif que tampoco suelen faltarle a los trabajos del director de El joven manos de tijera. La obra entre pop y kitch de Margaret Keane brinda un marco apropiado para el estilo gótico del director, que vuelve a filmar un guión de la dupla integrada por Scott Alexander y Larry Karaszewski, responsables del libro de una de las mejores obra de Burton: Ed wood (1994). Tal vez ahí pueda encontrarse el origen de la mencionada moderación.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Convertido a partir de 2006 en un encuentro de perfil iberoamericano, igual que en años anteriores el Festival de Punta del Este ofrece una vidriera para el cine producido en la región, dentro del cual las películas argentinas ocupan un lugar destacado. En esta edición tienen un espacio películas como Atlántida, de la cordobesa Inés María Barrionuevo; Choele, opus dos de Juan Sasiaín, quien antes dirigió La Tigra, Chaco junto a Federico Godfrid; Pistas para volver a casa, comedia dramática que marca el debut en dirección de la actriz Jazmín Stuart. Títulos que han tenido un paso previo por las competencias de los festivales más importantes de nuestro país, como BAFICI, Mar del Plata e incluso por la cartelera comercial. Pero también habrá lugar para filmes que todavía no se han exhibido en la Argentina, como en el caso de Amor, etc., de Gladys Lizarazu, y Showroom, de Fernando Molnar, quien debuta en la ficción tras un par de experiencias dentro del género documental, incluyendo la realización de Mundo alas, retrato del proyecto musical de León Gieco junto a artistas discapacitados.
Basado en un guión provisto por la pareja integrada por Lucía Puenzo y Sergio Bizzio, el trabajo de Molnar va detrás de Diego (Diego Peretti) e incluso se diría que, más que eso, la cámara se le va encima, recurso que hace aún más agobiante el vía crucis al que será sometido el personaje en los 80 minutos que dura le película. En ese lapso no sólo sufrirá la pérdida de su trabajo, sino que deberá dejar su hogar en Capital para mudarse a una casita desvencijada en el delta; soportará el abierto descontento de su mujer e hija con el cambio; pedirá ayuda a un tío que más que auxiliarlo parece aprovecharse de su vulnerabilidad y se verá sometido a la presión de trabajar para él.
Showroom es una comedia a veces ácida y otras un poco negra, siempre patética (no en el sentido coloquial y peyorativo que se le da al término, sino en su acepción más bien romántica), que replica el dispositivo narrativo antes descripto, recargando en Peretti todo el peso del relato. Y él responde con solvencia, porque tal vez sea uno de los pocos actores argentinos capaz de transmitir sentimientos antipódicos, a veces incluso dentro de una misma escena, con efectividad y economía de recursos. Es Peretti quien, con gestos y expresiones, va llevando de la mano a la película de la comedia al drama y de ahí a la farsa, siempre con la misma seguridad. Tal vez pueda ser un poco más cuestionable el uso (¿abuso?) que Showroom hace de su protagonista, del que tanto necesita pero con quien parece ensañarse, jugando siempre a cerrarle cada una de las pequeñas ventanas que podrían aliviar su ahogo, dejándolo invariablemente sin salida.
Dentro de un panorama latinoamericano bien amplio que, además de Argentina y por supuesto Uruguay, incluye trabajos de Chile, México, Brasil, Colombia y coproducciones que abarcan a casi todos los países de la región, la cubana Conducta, de Ernesto Daras Serrano, tuvo el honor de oficiar de film de apertura. Construida con el ámbito escolar como escenario, retrata el vínculo entre Carmela, una maestra a nacida antes de la Revolución pero educada en ella, y Chala, un chico de 12 años que es el más problemático del colegio. A través de ellos expone la vida sencilla en los barrios humildes de La Habana vieja y traza un perfil de pretensión realista, que se convierte en vehículo de algunas observaciones críticas hacia distintos aspectos del régimen que gobierna en la isla desde 1959. Conducta cuestiona claramente lo rígido y dogmático de las estructuras burocráticas de algunas instituciones cubanas, al mismo tiempo que hace evidente otras problemáticas, como el de las migraciones internas. Pero sin desesperanza, porque no se trata de una película contra en régimen, sino de una que se permite exhibir críticas parciales que nunca pretenden cuestionar el todo. Filmada y montada de manera clásica, con buena fotografía y buenas actuaciones –sobre todo la del chico Armando Miguel Gómez, toda una revelación en la piel del rebelde Chala—, Conducta también cae en diálogos discursivos que a veces pecan de epigramáticos y en un tono meloso y nostálgico que recuerda lo menos atractivo (pero también lo más popular) de la obra de Giuseppe Tornatore.
Pero el festival también le reserva un espacio importante a la producción europea y estadounidense, que va del llamado cine de qualité, representado por películas como Leviathan de Andrei Zvyagintsev, reciente candidata rusa a los Oscars, o la nórdica Fuerza Mayor de Ruben Östlund, pasando por el indie norteamericano con Welcome to New York de Abel Ferrara, hasta llegar a Big Eyes, último trabajo de un director a la vez popular y mainstream como Tim Burton. Con fecha de estreno en Argentina prevista para abril, Big eyes reconstruye la historia de Margaret Keane, artista plástica plagiada por su propio marido, Walter Keane, quien durante las décadas de 1950 y 1960 la manipuló para hacer pasar por suya una obra pictórica muy particular creada por ella. Con un punto de partida similar al que proponía El artista, la película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, Burton consigue por un lado poner en cuestión el papel del artista y el concepto de arte a partir del siglo XX. Y por otro representa un fresco social eficiente acerca del rol de la mujer, ya no en el arte, sino en la sociedad occidental de posguerra.
En cuanto a lo estrictamente cinematográfico, Big eyes marca una bienvenida moderación en la estética burtoniana, que había llegado al paroxismo en sus últimas películas, sobre todo en la fallida Alicia en el país de las maravillas (2010). Esto a pesar de que el austríaco Christoph Waltz se encargue de sostener las banderas histriónicas que en las películas de Burton habitualmente son portadas por Johnny Depp, mientras que Amy Adams aporta la pureza naif que tampoco suelen faltarle a los trabajos del director de El joven manos de tijera. La obra entre pop y kitch de Margaret Keane brinda un marco apropiado para el estilo gótico del director, que vuelve a filmar un guión de la dupla integrada por Scott Alexander y Larry Karaszewski, responsables del libro de una de las mejores obra de Burton: Ed wood (1994). Tal vez ahí pueda encontrarse el origen de la mencionada moderación.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
viernes, 6 de marzo de 2015
CINE - "Focus: Maestros de la estafa", de John Requa y Glenn Ficarra: La inseguridad cool llegó a Buenos Aires
Partiendo de la base de que Focus: maestros de la estafa, tercera película escrita y dirigida por el tándem integrado por John Requa y Glenn Ficarra, no es su mejor trabajo, sino más bien todo lo contrario si se la compara con I Love You, Philip Morris (2009) y Loco y estúpido amor (2011), de ningún modo sería justo afirmar que se trata de una película mala. Pero tampoco fallida, sino de una en la que los directores eligen justamente desviar o repartir el foco narrativo, por momentos perdiendo de vista la parte más entretenida de la historia que eligieron contar, en pos de crear un producto que lleve el concepto de multitarget hacia su versión más amplia. Porque Focus intenta ser todo a la vez: una comedia romántica pero también una comedia a secas, un ligero thriller de estafadores y una buddy movie, agregando además pinceladas de drama, violencia explícita y escenarios exóticos, siempre sin perder la línea de una cristalina estética high class.
Hay que reconocer que, así y todo, la película logra sostener el interés, aunque a veces lo haga valiéndose de espejitos de colores cinematográficos. Para el espectador argentino en particular, el film estará cargado de ese tipo de brillos, ya que más o menos la mitad de la historia transcurre en Buenos Aires, que viene a aportar la mentada cuota de exotismo. Por cierto resulta interesante ver cómo la ciudad, al ser retratada por una mirada extranjera, de manera nada sorpresiva aparece como una especie de París habitada por italianos. También es curioso que una película cuyos protagonistas son pungas de alta sociedad se traslade a Buenos Aires, para muchos la capital mundial de la inseguridad (aunque en este caso, claro, se trate de una inseguridad cool). Por supuesto que la miseria y la sordidez que son parte de la Buenos Aires real no tienen lugar en la película ni tienen por qué tenerlo, ya que no hacen al universo creado por los directores. En ese sentido, Focus hasta puede ser vista como una pieza promocional de la ciudad y del país, que toma una inesperada posición en la disputa de realidades que tiene a la Argentina como teatro de operaciones. Lejos del ranking de Bloomberg que hace poco ubicó al país entre las cinco economías más penosas para vivir y trabajar, Focus hace un retrato ABC1 de Buenos Aires, en el que se la presenta como una ciudad amable, cálida y llena de gente feliz. En ambos casos se trata de construcciones parciales, que tienen más que ver con los intereses del sujeto que mira que con el objeto observado en sí mismo.
En tanto pieza cinematográfica, puede decirse que en Focus Requa y Ficarra vuelven a dar pruebas del ingenio que ya habían mostrado en sus otros trabajos como directores y guionistas. Por su parte, Will Smith recupera algunos de los muchos puntos que perdió con la intolerable Después de la Tierra (2013) y Margot Robbie entrega nuevas evidencias que confirman, como en El lobo de Wall Street (2014), que es más que una de las actrices más lindas del momento. En el camino queda una película de estafadores que se empecina demasiado en querer ser una comedia romántica.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Hay que reconocer que, así y todo, la película logra sostener el interés, aunque a veces lo haga valiéndose de espejitos de colores cinematográficos. Para el espectador argentino en particular, el film estará cargado de ese tipo de brillos, ya que más o menos la mitad de la historia transcurre en Buenos Aires, que viene a aportar la mentada cuota de exotismo. Por cierto resulta interesante ver cómo la ciudad, al ser retratada por una mirada extranjera, de manera nada sorpresiva aparece como una especie de París habitada por italianos. También es curioso que una película cuyos protagonistas son pungas de alta sociedad se traslade a Buenos Aires, para muchos la capital mundial de la inseguridad (aunque en este caso, claro, se trate de una inseguridad cool). Por supuesto que la miseria y la sordidez que son parte de la Buenos Aires real no tienen lugar en la película ni tienen por qué tenerlo, ya que no hacen al universo creado por los directores. En ese sentido, Focus hasta puede ser vista como una pieza promocional de la ciudad y del país, que toma una inesperada posición en la disputa de realidades que tiene a la Argentina como teatro de operaciones. Lejos del ranking de Bloomberg que hace poco ubicó al país entre las cinco economías más penosas para vivir y trabajar, Focus hace un retrato ABC1 de Buenos Aires, en el que se la presenta como una ciudad amable, cálida y llena de gente feliz. En ambos casos se trata de construcciones parciales, que tienen más que ver con los intereses del sujeto que mira que con el objeto observado en sí mismo.
En tanto pieza cinematográfica, puede decirse que en Focus Requa y Ficarra vuelven a dar pruebas del ingenio que ya habían mostrado en sus otros trabajos como directores y guionistas. Por su parte, Will Smith recupera algunos de los muchos puntos que perdió con la intolerable Después de la Tierra (2013) y Margot Robbie entrega nuevas evidencias que confirman, como en El lobo de Wall Street (2014), que es más que una de las actrices más lindas del momento. En el camino queda una película de estafadores que se empecina demasiado en querer ser una comedia romántica.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
CINE - "Naturaleza muerta", de Gabriel Grieco: Algunos lugares comunes y un gran final.
Como en casi todo el mundo, el estreno de películas de terror suele ser una apuesta segura en Argentina: difícil que alguna alcance a estar entre las más vistas del año, pero suelen dejar un aceptable margen de ganancia. Atentos a los títulos que llegan a las salas locales, sobre todo desde Estados Unidos, y viendo lo que ha crecido en los últimos años la producción local del género, es inevitable preguntarse por qué ese público dispuesto a pagar una entrada para ver películas muchas veces mediocres no responde del mismo modo cuando se trata de trabajos de artistas argentinos. La respuesta es compleja e implica cuestiones que tienen que ver no sólo con el valor artístico, sino también con problemas ligados a la promoción y la exhibición, los grandes males que conspiran contra el cine nacional, sin distinción de géneros. Pero para hablar del estreno de Naturaleza muerta, del debutante Gabriel Grieco, conviene concentrarse en lo estrictamente cinematográfico.
La película parte de una idea que podría haber sido brillante: contar una de terror en el campo, territorio nacional por excelencia, tensando los intereses de un país ganadero en contra de la moralina biempensante de una comunidad vegana. En medio de eso, una periodista ambiciosa investiga la desaparición de una joven de familia terrateniente. Si bien es condición para el éxito del cine de terror conseguir esfumar los límites de la realidad a partir de la introducción de un elemento fantástico, uno de los grandes problemas del trabajo de Grieco es que ese esfuerzo se vuelve evidente, a veces casi grotesco, haciendo que el límite entre realidad y fantasía, en lugar de borronearse, se pegotee. Aun cuando se puede decir que existe cierta pericia en la creación de determinados climas por parte del director (que es además uno de los guionistas), hay una notoria falta de sutileza en el uso de algunos recursos fundamentales a la hora de hacer que el relato se vuelva verosímil. La mayoría de estos actos fallidos tiene que ver con la imitación de un modelo anclado en el cine clase B norteamericano de los años ’80, de Carpenter a Raimi pasando por Craven, estética que es una suerte de tierra prometida sin salida para muchos cineastas del género en la Argentina.
El uso de cámaras rasantes en persecuciones que se repiten hasta que el efecto, ya de por sí gastado, se vuelve fórmula; el abuso de subjetivas que asumen el punto de vista del perseguidor; la insistencia de leitmotiv sonoros que prenuncian golpes de efecto que nunca ocurren son todos recursos que acaban por cubrir con una cáscara prefabricada una narración que podría haber sido mucho más efectiva. Ese potencial se manifiesta, sin embargo, de manera abierta en la escena que marca el clímax del relato, cuando el monstruo detrás de los crímenes finalmente aparece para desatar una muy lograda carnicería, que representa el único momento en el que Naturaleza muerta consigue releer de manera libre el cine slasher más ochentoso, para crear un mundo original y con verdadera potencia propia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
La película parte de una idea que podría haber sido brillante: contar una de terror en el campo, territorio nacional por excelencia, tensando los intereses de un país ganadero en contra de la moralina biempensante de una comunidad vegana. En medio de eso, una periodista ambiciosa investiga la desaparición de una joven de familia terrateniente. Si bien es condición para el éxito del cine de terror conseguir esfumar los límites de la realidad a partir de la introducción de un elemento fantástico, uno de los grandes problemas del trabajo de Grieco es que ese esfuerzo se vuelve evidente, a veces casi grotesco, haciendo que el límite entre realidad y fantasía, en lugar de borronearse, se pegotee. Aun cuando se puede decir que existe cierta pericia en la creación de determinados climas por parte del director (que es además uno de los guionistas), hay una notoria falta de sutileza en el uso de algunos recursos fundamentales a la hora de hacer que el relato se vuelva verosímil. La mayoría de estos actos fallidos tiene que ver con la imitación de un modelo anclado en el cine clase B norteamericano de los años ’80, de Carpenter a Raimi pasando por Craven, estética que es una suerte de tierra prometida sin salida para muchos cineastas del género en la Argentina.
El uso de cámaras rasantes en persecuciones que se repiten hasta que el efecto, ya de por sí gastado, se vuelve fórmula; el abuso de subjetivas que asumen el punto de vista del perseguidor; la insistencia de leitmotiv sonoros que prenuncian golpes de efecto que nunca ocurren son todos recursos que acaban por cubrir con una cáscara prefabricada una narración que podría haber sido mucho más efectiva. Ese potencial se manifiesta, sin embargo, de manera abierta en la escena que marca el clímax del relato, cuando el monstruo detrás de los crímenes finalmente aparece para desatar una muy lograda carnicería, que representa el único momento en el que Naturaleza muerta consigue releer de manera libre el cine slasher más ochentoso, para crear un mundo original y con verdadera potencia propia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
LIBROS - "Calendario de siembra", de Jonás Gómez: La poesía animal
Un animal atropellado por un auto en la ruta es la imagen poética que da comienzo a Calendario de siembra, el cuarto libro del poeta Jonás Gómez. Un animal que al pasar bajo las ruedas y ser arrastrado contra el asfalto deja de ser un individuo para pasar a formar parte de una construcción mayor que lo trasciende. Una nena rubia cubierta con una máscara de mapache que viaja en el auto es la única testigo del atropello, la única en ver al animal que no sólo es uno y a la vez es todos los animales atropellados en la ruta, sino que al cabo de los versos acabará convertido en un tótem, en una de esas bestias míticas que, como un collage, están formadas por partes de distintas criaturas. Un animal al costado del camino de los hombres, incapaz de impedir que la humanidad le pase por encima. Con la elocuente potencia que sólo son capaces de producir las palabras cuando se las acomoda de la manera indicada, Gómez consigue introducirnos en su mundo poético y convencernos de que hay otra realidad, escondida entre los pliegues de la nuestra, a la que sólo es posible acceder a través de los versos de su libro.
Una de las principales características de Calendario de siembra –publicado a través de la editorial artesanal Barba de abejas que trabaja con tiradas chicas en las que la totalidad de los ejemplares están hechos a mano– es la aparición de una fauna profusa, que yendo detrás de aquel animal atropellado va colándose por los resquicios de esa imagen rígida que los hombres se han hecho del mundo luego de milenios de eso que llamamos progreso. Sus poemas contagian la idea algo paranoica de que estamos siendo observados, vigilados por ese gran otro al que hemos ido desplazando, al que cada vez más vamos dejando afuera del mundo. "Me llaman mucho la atención los animales, las distintas identidades a partir del cuerpo y del sonido, los roles que ocupan en la naturaleza y en la cadena alimentaria", dice Gómez como aceptando una lectura posible. "Pensemos en las escamas, las plumas, el cuero, los cuernos, pelos y picos que hay distribuidos en el afuera. Me llama mucho la atención la interacción entre animales y humanos que, a grandes rasgos, pueden ser mascota, alimento o parte de un escenario salvaje que genera un movimiento interno profundo en quien observa." La cuestión, entonces, es saber si realmente es posible construir una mirada poética del vínculo con lo animal. "Hay mucha intensidad y mucha belleza en los encuentros entre humanos y animales, y eso suele aparecer en lo que escribo", reflexiona el autor, "pero no sé si forma parte de una agenda poética. En todo caso voy a lo que me llama la atención y construyo desde ahí, más desde la intuición que desde lo conceptual".
Tal vez en ese vínculo desigual entre hombre y animales pueda verse también una mirada que añora una vida agreste, librada antes a los elementos naturales que a los de la cultura. Como si la esencia de la vida estuviera necesariamente contrapuesta a un progreso que le pasa por encima a todo sin mirar el tendal que su avance va dejando. "Quizás esto tenga alguna relación con la aparición de los animales, con una idea de la naturaleza como el estado puro de la vida", admite Gómez. "Me interesa lo primitivo, me interesa encontrar las constantes de estilos de vida más crudos en el presente, que está tan atravesado por lo industrial y lo tecnológico. Hay mucha fuerza en el 'hágalo usted mismo' de construir un refugio, herramientas y algo para salir a buscar comida. Nunca fui a cazar, no es algo que haya experimentado, pero mi imaginario vuelve a esos personajes que tienen cercanía con lo primitivo", concluye.
Ese juego con las figuras animales, que se extiende a lo largo de la cuatro secciones en las que se divide Calendario de siembra, también genera cierto tono de fábula que incluso puede llegar a evocar el espíritu de determinados relatos de la literatura infantil, que de algún modo le dan a su libro un perfil de evocación de la infancia. "Es cierto que hay una veta del período de la infancia en el libro, pero no fue algo buscado", sostiene Gómez. "Cuando elegí los poemarios (las series son de distintas épocas) quería que hubiera unidad en el recorrido. Podría haber incluido alguna serie que chocara con el resto de los poemas, pero preferí armar un cuerpo de lectura que funcionara de forma orgánica." "No sé si el mito de la propia infancia es importante, o más importante que otras etapas para la creación de una voz poética", afirma el poeta. "Creo que todo puede confluir en esa voz. La infancia es una parte de ese todo, pero no sé si se impone sobre el resto de las partes."
Algunos de los textos de Calendario de siembra parecen algo así como haikus extendidos: poemas que concentran su sentido en breves construcciones de dos o tres versos que se van encadenando hasta formar un texto mayor. Ciertos escenarios como arrozales o la observación de detalles en apariencia triviales como el orden de algunos adornos sobre un mueble ayudan a que esa idea gane fuerza. Sin embargo el autor relativiza esa posibilidad: "Leí poca literatura japonesa (haiku o no haiku) y si eso aparece en el libro, creo que se trata de algo más casual que buscado." Para Gómez, ese efecto es consecuencia de otro tipo de búsqueda. "Cuando empecé a escribir Calendario de siembra, puntualmente la serie que le da nombre al libro, estaba buscando llegar a un tono que fuera entre seco y lírico. No quería trabajar con versos cortos, de pocas palabras, pero quería que el sonido fuera un poco áspero. En general busco el contrapunto entre ese sonido áspero y lo musical, versos más largos que generen alguna clase de musicalidad armónica o bella", relata.
La división del libro en cuatro secciones genera que además de poder leer cada poema de manera unitaria, también sea posible percibirlos como la parte de un relato más amplio. Incluso en algunas de estas secciones, sobre todo en la primera ("Máscara de mapache") y en la última ("Calendario de siembra"), hasta hay algo casi de prosa, de narración que se ha acomodado en el clásico formato poético de versos y estrofas. "Es muy común encontrar una historia en el poema. Aunque aparezca enfocada de otro modo, con partes faltantes, y sugerencia en vez de desarrollo, la historia está presente", admite el escritor y agrega que "el límite entre la poesía y la prosa es más difuso de lo que se suele pensar". "A la poesía se la asocia, en general, con la condensación del lenguaje y la belleza", dice, "pero está muy presente el elemento narrativo". Ante esa dificultad para establecer los territorios de la poesía y de la prosa, que también puede ser vista como una saludable elasticidad de los géneros, Gómez aporta su experiencia como autor que los ha abordado a ambos. "Aunque tengo escrito un libro de cuentos y algunos proyectos de novela en marcha, lo cierto es que todavía no edité nada en narrativa. Pero creo que hay que leer y escribir poesía y narrativa, creo que la poesía puede enriquecer el sonido de la narrativa y que la narrativa puede aportar desde el desarrollo y el planteo de una historia, que es algo que, como lectores, incluso con todos los experimentos literarios pasados y futuros, seguimos y seguiremos buscando."
Para tenerlo
Calendario de siembra de Jonás Gómez se consigue en las librerías Alamut (Borges 1985) y Clásica y moderna (Av. Callao 892).
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
Una de las principales características de Calendario de siembra –publicado a través de la editorial artesanal Barba de abejas que trabaja con tiradas chicas en las que la totalidad de los ejemplares están hechos a mano– es la aparición de una fauna profusa, que yendo detrás de aquel animal atropellado va colándose por los resquicios de esa imagen rígida que los hombres se han hecho del mundo luego de milenios de eso que llamamos progreso. Sus poemas contagian la idea algo paranoica de que estamos siendo observados, vigilados por ese gran otro al que hemos ido desplazando, al que cada vez más vamos dejando afuera del mundo. "Me llaman mucho la atención los animales, las distintas identidades a partir del cuerpo y del sonido, los roles que ocupan en la naturaleza y en la cadena alimentaria", dice Gómez como aceptando una lectura posible. "Pensemos en las escamas, las plumas, el cuero, los cuernos, pelos y picos que hay distribuidos en el afuera. Me llama mucho la atención la interacción entre animales y humanos que, a grandes rasgos, pueden ser mascota, alimento o parte de un escenario salvaje que genera un movimiento interno profundo en quien observa." La cuestión, entonces, es saber si realmente es posible construir una mirada poética del vínculo con lo animal. "Hay mucha intensidad y mucha belleza en los encuentros entre humanos y animales, y eso suele aparecer en lo que escribo", reflexiona el autor, "pero no sé si forma parte de una agenda poética. En todo caso voy a lo que me llama la atención y construyo desde ahí, más desde la intuición que desde lo conceptual".
Tal vez en ese vínculo desigual entre hombre y animales pueda verse también una mirada que añora una vida agreste, librada antes a los elementos naturales que a los de la cultura. Como si la esencia de la vida estuviera necesariamente contrapuesta a un progreso que le pasa por encima a todo sin mirar el tendal que su avance va dejando. "Quizás esto tenga alguna relación con la aparición de los animales, con una idea de la naturaleza como el estado puro de la vida", admite Gómez. "Me interesa lo primitivo, me interesa encontrar las constantes de estilos de vida más crudos en el presente, que está tan atravesado por lo industrial y lo tecnológico. Hay mucha fuerza en el 'hágalo usted mismo' de construir un refugio, herramientas y algo para salir a buscar comida. Nunca fui a cazar, no es algo que haya experimentado, pero mi imaginario vuelve a esos personajes que tienen cercanía con lo primitivo", concluye.
Ese juego con las figuras animales, que se extiende a lo largo de la cuatro secciones en las que se divide Calendario de siembra, también genera cierto tono de fábula que incluso puede llegar a evocar el espíritu de determinados relatos de la literatura infantil, que de algún modo le dan a su libro un perfil de evocación de la infancia. "Es cierto que hay una veta del período de la infancia en el libro, pero no fue algo buscado", sostiene Gómez. "Cuando elegí los poemarios (las series son de distintas épocas) quería que hubiera unidad en el recorrido. Podría haber incluido alguna serie que chocara con el resto de los poemas, pero preferí armar un cuerpo de lectura que funcionara de forma orgánica." "No sé si el mito de la propia infancia es importante, o más importante que otras etapas para la creación de una voz poética", afirma el poeta. "Creo que todo puede confluir en esa voz. La infancia es una parte de ese todo, pero no sé si se impone sobre el resto de las partes."
Algunos de los textos de Calendario de siembra parecen algo así como haikus extendidos: poemas que concentran su sentido en breves construcciones de dos o tres versos que se van encadenando hasta formar un texto mayor. Ciertos escenarios como arrozales o la observación de detalles en apariencia triviales como el orden de algunos adornos sobre un mueble ayudan a que esa idea gane fuerza. Sin embargo el autor relativiza esa posibilidad: "Leí poca literatura japonesa (haiku o no haiku) y si eso aparece en el libro, creo que se trata de algo más casual que buscado." Para Gómez, ese efecto es consecuencia de otro tipo de búsqueda. "Cuando empecé a escribir Calendario de siembra, puntualmente la serie que le da nombre al libro, estaba buscando llegar a un tono que fuera entre seco y lírico. No quería trabajar con versos cortos, de pocas palabras, pero quería que el sonido fuera un poco áspero. En general busco el contrapunto entre ese sonido áspero y lo musical, versos más largos que generen alguna clase de musicalidad armónica o bella", relata.
La división del libro en cuatro secciones genera que además de poder leer cada poema de manera unitaria, también sea posible percibirlos como la parte de un relato más amplio. Incluso en algunas de estas secciones, sobre todo en la primera ("Máscara de mapache") y en la última ("Calendario de siembra"), hasta hay algo casi de prosa, de narración que se ha acomodado en el clásico formato poético de versos y estrofas. "Es muy común encontrar una historia en el poema. Aunque aparezca enfocada de otro modo, con partes faltantes, y sugerencia en vez de desarrollo, la historia está presente", admite el escritor y agrega que "el límite entre la poesía y la prosa es más difuso de lo que se suele pensar". "A la poesía se la asocia, en general, con la condensación del lenguaje y la belleza", dice, "pero está muy presente el elemento narrativo". Ante esa dificultad para establecer los territorios de la poesía y de la prosa, que también puede ser vista como una saludable elasticidad de los géneros, Gómez aporta su experiencia como autor que los ha abordado a ambos. "Aunque tengo escrito un libro de cuentos y algunos proyectos de novela en marcha, lo cierto es que todavía no edité nada en narrativa. Pero creo que hay que leer y escribir poesía y narrativa, creo que la poesía puede enriquecer el sonido de la narrativa y que la narrativa puede aportar desde el desarrollo y el planteo de una historia, que es algo que, como lectores, incluso con todos los experimentos literarios pasados y futuros, seguimos y seguiremos buscando."
Para tenerlo
Calendario de siembra de Jonás Gómez se consigue en las librerías Alamut (Borges 1985) y Clásica y moderna (Av. Callao 892).
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
domingo, 1 de marzo de 2015
CINE - Paulo Pécora, retrospectiva general: Películas sobre el margen
Durante todo el mes de marzo el Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken ofrecerá una retrospectiva general del cineasta argentino Paulo Pécora. El ciclo incluirá el preestreno mundial del documental Amasekenalo, filmado en Angola y Etiopía, y se realiza en coincidencia con el estreno del último largometraje de ficción rodado por el director, Marea baja, que tendrá lugar el jueves 19 de marzo en el Espacio Incaa Km. 0 Cine Gaumont.
La obra de Pécora tal vez no resulte muy conocida para quien sólo se vincula al cine a través de la oferta limitada de los estrenos comerciales, pero sin duda será identificada rápidamente por los que se permitan hurgar en festivales y otros espacios no tradicionales en los que la difusión cinematográfica se mueve por carriles menos transitados pero más ricos y complejos. Puede decirse que al cine de Pécora, como al de tantos otros artistas, nunca se llega por el camino más sencillo, sino que es necesario ser dueño de un espíritu curioso y, sobre todo, aventurero. Porque de alguna manera eso es lo que también es este director, cuyos dos largometrajes, El sueño del perro –estrenado en 2009 y premiado en el Festival de San Sebastián– y la ya mencionada Marea baja, transcurren en ese espacio onírico entre civilización y barbarie que es el delta del río Paraná. De alguna manera Pécora utiliza al cine, un dispositivo que claramente pertenece al lado civilizado de la dicotomía, para penetrar y retratar esos territorios. “No estoy muy seguro qué herramientas me otorga el cine para adentrarme tanto en esos espacios salvajes y selváticos, pero sí tengo muy claro que si no fuera por el cine quizás no me hubiera aventurado tanto en ellos”, confiesa el cineasta y sigue. “Yo encuentro un placer muy especial en esos lugares, no sólo porque son escenografías naturales para darle un marco apropiado a muchas de mis historias, sino también porque es ahí donde me siento más pleno, más vital, más ser humano. Es extraño, sobre todo para una persona tan urbana como yo, pero cuando me adentro en la naturaleza rejuvenezco, vivo descalzo, me mimetizo mucho con el ambiente, entablo una relación muy íntima con los animales y me siento mucho mejor.”
Más allá de sus dos películas, Pécora es reconocido por su trabajo como director de medio y cortometrajes, formatos en los que realizó más de 30 trabajos, casi todos ellos multipremiados en festivales alrededor de todo el mundo. Entre ellos se incluye, por ejemplo, el mediometraje Las amigas, un logrado ejercicio expresionista centrado sobre el género del terror, estrenado en la competencia Vanguardia y género del BAFICI 2013. “Considero al cortometraje como un género en sí mismo, con sus propias reglas, valores y posibilidades, que paradójicamente surgen de sus propias limitaciones”, resume Pécora, que inmediatamente vuelve a definir al cine, y en particular al género del cortometraje, como un espacio de “plena libertad creativa, que no sólo se remite a lo estético y narrativo, sino también a lo económico, ya que es posible hacer un cortometraje con casi nada, intentando encontrar un equilibrio entre lo que se tiene y lo que se puede”. En referencia a los medios que demanda la producción de un corto, el director aclara que “en general me gusta filmar con lo poco que tengo a mi alrededor, con pocos equipos, pocos actores y pocas locaciones, y eso me hace sentirme mucho más liviano y libre”. En cuanto a las restricciones propias del cortometraje, Pécora sostiene que “la limitación temporal opera como un disparador para la imaginación, tanto a la hora de elegir qué historia narrar como para decidir qué estética es la más apropiada”.
La retrospectiva incluye además el documental Amasekenalo, que representó para un director argentino la infrecuente posibilidad de filmar en el continente africano. Pécora cuenta la experiencia con satisfacción. “La verdad que nunca se me había cruzado por la cabeza la posibilidad de viajar a África. Tuve la suerte de ser convocado por Pablo César para hacer un making-off de su película Los Dioses de Agua, cuyo rodaje transcurría en Angola y en Etiopía. La verdad que fue una experiencia increíble, no sólo a nivel cinematográfico, sino también a nivel humano, ya que me permitió conocer otras culturas e idiosincrasias que me enseñaron otras formas de ver el mundo y concebir la vida. Como había filmado más de 20 horas de material, nos decidimos a dejar de lado el making-off tradicional y me volqué a hacer un documental, un diario de rodaje donde no sólo se ve el trabajo del director, los actores y los técnicos argentinos y africanos, sino también quedan reflejadas todas nuestras vivencias, las buenas y las malas, los problemas, los dramas y las alegrías”.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
La obra de Pécora tal vez no resulte muy conocida para quien sólo se vincula al cine a través de la oferta limitada de los estrenos comerciales, pero sin duda será identificada rápidamente por los que se permitan hurgar en festivales y otros espacios no tradicionales en los que la difusión cinematográfica se mueve por carriles menos transitados pero más ricos y complejos. Puede decirse que al cine de Pécora, como al de tantos otros artistas, nunca se llega por el camino más sencillo, sino que es necesario ser dueño de un espíritu curioso y, sobre todo, aventurero. Porque de alguna manera eso es lo que también es este director, cuyos dos largometrajes, El sueño del perro –estrenado en 2009 y premiado en el Festival de San Sebastián– y la ya mencionada Marea baja, transcurren en ese espacio onírico entre civilización y barbarie que es el delta del río Paraná. De alguna manera Pécora utiliza al cine, un dispositivo que claramente pertenece al lado civilizado de la dicotomía, para penetrar y retratar esos territorios. “No estoy muy seguro qué herramientas me otorga el cine para adentrarme tanto en esos espacios salvajes y selváticos, pero sí tengo muy claro que si no fuera por el cine quizás no me hubiera aventurado tanto en ellos”, confiesa el cineasta y sigue. “Yo encuentro un placer muy especial en esos lugares, no sólo porque son escenografías naturales para darle un marco apropiado a muchas de mis historias, sino también porque es ahí donde me siento más pleno, más vital, más ser humano. Es extraño, sobre todo para una persona tan urbana como yo, pero cuando me adentro en la naturaleza rejuvenezco, vivo descalzo, me mimetizo mucho con el ambiente, entablo una relación muy íntima con los animales y me siento mucho mejor.”
Más allá de sus dos películas, Pécora es reconocido por su trabajo como director de medio y cortometrajes, formatos en los que realizó más de 30 trabajos, casi todos ellos multipremiados en festivales alrededor de todo el mundo. Entre ellos se incluye, por ejemplo, el mediometraje Las amigas, un logrado ejercicio expresionista centrado sobre el género del terror, estrenado en la competencia Vanguardia y género del BAFICI 2013. “Considero al cortometraje como un género en sí mismo, con sus propias reglas, valores y posibilidades, que paradójicamente surgen de sus propias limitaciones”, resume Pécora, que inmediatamente vuelve a definir al cine, y en particular al género del cortometraje, como un espacio de “plena libertad creativa, que no sólo se remite a lo estético y narrativo, sino también a lo económico, ya que es posible hacer un cortometraje con casi nada, intentando encontrar un equilibrio entre lo que se tiene y lo que se puede”. En referencia a los medios que demanda la producción de un corto, el director aclara que “en general me gusta filmar con lo poco que tengo a mi alrededor, con pocos equipos, pocos actores y pocas locaciones, y eso me hace sentirme mucho más liviano y libre”. En cuanto a las restricciones propias del cortometraje, Pécora sostiene que “la limitación temporal opera como un disparador para la imaginación, tanto a la hora de elegir qué historia narrar como para decidir qué estética es la más apropiada”.
La retrospectiva incluye además el documental Amasekenalo, que representó para un director argentino la infrecuente posibilidad de filmar en el continente africano. Pécora cuenta la experiencia con satisfacción. “La verdad que nunca se me había cruzado por la cabeza la posibilidad de viajar a África. Tuve la suerte de ser convocado por Pablo César para hacer un making-off de su película Los Dioses de Agua, cuyo rodaje transcurría en Angola y en Etiopía. La verdad que fue una experiencia increíble, no sólo a nivel cinematográfico, sino también a nivel humano, ya que me permitió conocer otras culturas e idiosincrasias que me enseñaron otras formas de ver el mundo y concebir la vida. Como había filmado más de 20 horas de material, nos decidimos a dejar de lado el making-off tradicional y me volqué a hacer un documental, un diario de rodaje donde no sólo se ve el trabajo del director, los actores y los técnicos argentinos y africanos, sino también quedan reflejadas todas nuestras vivencias, las buenas y las malas, los problemas, los dramas y las alegrías”.
El ciclo Paulo Pécora - Retrospectiva general se llevará a cabo durante todos los sábados y domingos
de marzo a las 16, en la sede del Museo del Cine, Caffarena 51, en el barrio de
La Boca, con entrada libre y gratuita. Teléfonos: 4300-4820 / 4307-1969
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.