lunes, 10 de noviembre de 2014

CINE - "Los Boxtrolls", de Graham Annable y Anthony Stacchi: Una felicidad hecha a mano

En tiempos en los que la animación digital se ha convertido poco menos que en palabra santa dentro del rubro del cine para chicos, una película como Los Boxtrolls, que viene a ofrecer un delicado trabajo de animación cuadro por cuadro, representa no sólo un infrecuente desafío artístico, sino también una bienvenida ventana abierta que cumple con aquello de proveer aire fresco. No se trata de que el trabajo artesanal realizado por los estudios Laika (también responsables de otras dos muy buenas películas como Coraline y la puerta secreta o la más reciente Paranorman) aparezca en desventaja frente a los procesos industriales con los que producen sus blockbusters los grandes estudios dedicados al cine infantil, como Pixar o Dreamworks. Por el contrario, en Los Boxtrolls no sólo la animación es estupenda sino que el diseño estético consigue destacarse por su estilo personal, tan cerca del dibujo animado como de las viejas marionetas. Pero sin olvidar que se trata de un producto dirigido a los despabilados chicos modelo siglo XXI, las primeras generaciones de nativos digitales para quienes la comunicación audiovisual representa una lengua familiar y cotidiana. En todo eso la película cumple.
Y del mismo modo dignifica en lo dramático y narrativo, ofreciendo una historia que abona a ese espíritu vintage que impulsa a un cuento que tiene mucho de clásico pero nada de antiguo. Los hechos transcurren en una pequeña ciudad estilo Luis XV, un escenario típico para un cuento de hadas del siglo XVIII, pero enriquecido con un toque steampunk que permite incorporar detalles anacrónicos para potenciar estética y narrativamente el relato. Un pueblo asolado por su propia plaga, los Boxtrolls del título, pequeños ogros que viven en las cloacas de la ciudad y que también cargan con su propia mitología maldita. Según ella son malvados y se alimentan con la carne de los infortunados que se atreven a andar de noche por la calle. En especial si se trata de chicos que se alejaron de sus casas y de la presencia protectora de sus padres. Sin embargo, toda esa mala fama se basa en un único caso: el secuestro de un bebé y la desaparición de su padre. 
Bien aferrado al modelo clásico, el pueblo de Cheesebridge –donde el queso en todas sus variedades forma parte excluyente de la dieta de sus habitantes- ha confiado la erradicación de los Boxtrolls al señor Hurtado, un exterminador de plagas que es pariente cercano del Flautista de Hamelin, pero mucho menos bienintencionado. Él y su heterogéneo grupo de tareas se encargan de capturar a las temidas criaturas durante la noche, cuando estas salen a saquear el pueblo. Pero no pasan más de tres o cuatro escenas para que quede claro que los personajes son inofensivos. Vestidos no más que con cajas de cartón (de ahí su nombre), los pequeños ogros son en realidad una raza confinada al submundo, donde han creado su propio universo merced su habilidad como constructores. Justamente sus incursiones en el mundo superior obedecen a la necesidad de encontrar materia prima para sus inventos entre los aparatos descompuestos y la chatarra que los habitantes del pueblo tiran a la basura. Cualquier parecido con cartoneros recorriendo la noche de Buenos Aires no es coincidencia.
Si Los Boxtrolls comienza reproduciendo de algún modo el esquema social que H. G. Wells proponía para el futuro de la humanidad en La máquina del tiempo, en donde los horribles Morlock aterrorizaban y se alimentaban de los inocentes y hermosos Eloi, la cosa acabará más cerca de la Metrópolis de Fritz Lang, con los oprimidos del subsuelo rebelándose contra los vecinos de arriba. Claro que esto sigue siendo Hollywood y aprovechando el formato de la fábula, sobre el final la película se permite innecesarios detalles tranquilizadores, aunque eso no alcanza para arruinar lo bueno que la película ofrece. Entre otras cosas, la canción de la película compuesta por el ex- Monty Python, Eric Idle. Y una pareja de exterminadores capaces de filosofar acerca del bien y del mal, de dudar de su verdadero rol dentro de la historia y, en una estupenda escena después de los títulos, de preguntarse borgeanamente si no habrá, más allá de ellos mismos, una voluntad superior que decide sin consultar cada uno de sus movimientos y decisiones.

Artículo escrito originalmente para la sección Cultura y Espectáculos de Página/12, pero  publicado por primera vez en este blog.

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