lunes, 11 de agosto de 2014

LIBROS - Hans Christian Andersen y la Sirenita: El cuerpo partido al medio

Si mañana nos ganara el capricho de ir a pasear una tardecita a Copenhague, capital de Dinamarca, y el medio de transporte elegido fuera un barco, seguramente lo primero que se vería al tocar tierra sería la imagen entre melancólica y soñadora de una sirenita bronceada que, sentada de costado, descansa encima de una roca que se alza sobre el agua muy cerca de la costa y que no puede evitar mirar fijamente mar adentro, como esperando que alguien venga a buscarla montado a las olas del Báltico. Si uno además es hombre, no tendrá forma de contradecir toneladas de literatura mitológica escrita al respecto y de inmediato quedará cautivado, deseando ser aquel por quien aguarda en silencio esa mujercita inmóvil y delicada, de pantorrillas y pies escamosos que parecen adheridos blandamente, casi fundidos a la piedra. Esa sirenita, que en dos semanas cumplirá 101 años, no es otra que “La sirenita”. Sí: la del famoso cuento publicado en 1837 por el danés Hans Christian Andersen, el mismo que inspiró infinidad de adaptaciones en todas partes del mundo. 
La más célebre de todas ellas es esta de bronce que custodia la entrada del puerto de Copenhague, obra del escultor Edvard Eriksen y símbolo más reconocido de la ciudad. Pero en el cine también están la pelirroja Ariel, protagonista de la película estrenada por Disney hace ya 25 años, y la mucho más libre y exquisita Ponyo en el acantilado, último trabajo cinematográfico estrenado en el país del más grande maestro vivo del animé, el japonés Hayao Miyazaki. Sin dejar de mencionar la enorme cantidad de versiones ilustradas del cuento, como la que acaba de publicar la editorial UnaLuna, cuyas exquisitas imágenes, realizadas por el artista plástico mexicano Luis Gabriel Pacheco, son una obra de arte en sí mismas. 
Pero si todos estos datos y fechas no alcanzaran para justificar este artículo sobre Andersen y su criatura más famosa, bastará con recordar que hace una semana exacta se cumplieron 139 años de la muerte del escritor, el más notable autor de cuentos infantiles de la historia. O por lo menos, de muchos de los que en pleno siglo XXI todavía se mantienen entre los más populares. Claro que primero debería dirimir la cuestión batiéndose a duelo con los prolíficos hermanos Grimm, pero ese ya sería tema para otra nota.
Además de su reconocida sirenita, Andersen es autor de otros grandes relatos. “El traje nuevo del emperador”, “El patito feo”, “El soldadito de plomo”, “La princesa y la arveja” o “El ruiseñor” son sólo algunos de ellos y dan fe de la importancia y trascendencia que su obra sigue teniendo. Pero como ocurre con otros escritores recordados sobre todo por una exitosa obra infantil, como el inglés Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, o el escocés James Matthew Barrie, autor de Peter Pan, no puede decirse que Andersen haya sido afortunado en el amor. El autor de “Las zapatillas rojas” cargó con una vida sentimental complicada, dicen, de amores no correspondidos y una bisexualidad reprimida e insatisfecha, y tal vez, como ocurría con Carroll y Barrie, sus cuentos fueron un bálsamo para su corazón dolido. Un espacio de felicidad entre una multitud de desengaños. Quizá por eso también el sufrimiento y la renuncia tienen una presencia destacada en muchos de sus trabajos y “La sirenita” no es ajena a la regla.
La historia de esa criatura del océano que por amor a un hombre acepta renunciar a su naturaleza marina, es también una declaración de principios y una revelación. Porque más allá de la alegoría acerca las renuncias que el propio autor estaba dispuesto a hacer por amor, “La sirenita” además pone en evidencia la doble naturaleza de un deseo que, como le ocurría al personaje, también a él le partían el cuerpo en dos. Un bellísimo ejemplo de lo que el dolor puede provocar en un artista. Y cuando ese artista tiene la talla de Andersen, el más grande escritor de cuentos infantiles de la historia (porque, volviendo al tema, admitamos que los Grimm fueron más recopiladores que autores), entonces el arte deviene en una maravilla capaz de volverse universal y eterna. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino

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