jueves, 10 de julio de 2014

LIBROS - "La calambre", de Ángel Mosquito: Los vampiros cartoneros

Argentina, año 2001. El mundo se cae a pedazos, se desintegra en fragmentos y astillas que de a poco se reacomodan formando un nuevo mapa. Las paredes de la realidad se descascaran y dejan ver lo que se esconde detrás: una realidad menos brillante, más sucia, más olorosa y dolorosa, más real. El caldo de cultivo de donde surgirán los males menos deseados: la miseria, el hambre, los vampiros. Dos años más tarde esos vampiros recorren los barrios bajos del Conurbano Bonaerense juntando cartones para sobrevivir, aguantando los calambres que les provocan el hambre y la abstinencia causada por la represión de su propio deseo de sangre. Sangre humana. En ese ingenioso cruce entre fantasía gótica y realismo sucio hace pie La calambre, notable novela gráfica creada por el historietista Ángel Mosquito, que acaba de publicar en España la prestigiosa editorial del género La Cúpula.
Pero el universo que propone La calambre no se queda ahí. Los vampiros cartoneros no sólo luchan contra el instinto de saciar su hambre como un adolescente de la calle lo haría contra el paco, sino que además deben lidiar con una división secreta de la Policía Bonaerense cuya función es investigarlos y mantenerlos bajo control. La desintegración social no sólo convive con la corrupción de las instituciones: en La calambre la degradación humana no perdona ni a los muertos. "La historia surgió en 2003, cuando el país estaba saliendo o intentando salir de ese momento de decadencia", revela Mosquito, "y sin saber lo que iba a pasar diez años después se me ocurrió hacer una historieta de vampiros situada en ese momento, en el barrio en el que vivo".  
–¿Por qué es tan importantes mantener tus ficciones tan próximas a ciertos escenarios reales?
–Es un berretín, digamos. Si viviera en una isla del Caribe las historias transcurrirían ahí, porque de alguna manera yo me siento en una silla a ver qué pasa. Imaginar que los lugares que veo todos los días son los escenarios en donde pasan cosas inventadas. Supongo que será una forma de hacer más digeribles a esos lugares, que en gran parte son feos. Creo que la ficción enriquece esa realidad, la recorta, la rearma, la organiza para que sea legible y transmisible. Y supongo que el subproducto de ese gusto que me doy es una empatía con el lector que también vive esa realidad.  
–La jugada de asimilar la figura del vampiro a la del cartonero que es fruto de esa forma de trabajar es arriesgada, porque podría haberse prestado a malas interpretaciones.  
–Es arriesgada si uno lo mira de esa manera. Los vampiros que protagonizan la historia son marginales que quieren ser parte del sistema, quieren tener una casa, plata, una vida digna y normal. Y no pueden porque son vampiros, tienen mal aspecto y son indocumentados. Son totalmente materialistas, porque a mí me gusta ese discurso. Y me gusta contradecirme, y después darme la razón y ridiculizarme y volver a contradecirme. Estos tipos, por sobre todas las cosas, y a su pesar, son pobres. Y adictos a la sangre, porque son vampiros.  
–Sin embargo conseguís dar una imagen muy potente de la miseria sin caer en figuras retóricas ni sensibleras ni reaccionarias, y sin olvidarte del carácter fantástico del relato.
–Creo que la metáfora, más que de la pobreza, es una metáfora del querer salir de esa adicción y entrar al sistema. Pero, la verdad, mientras escribía la historia nunca pensé en metáforas de este tipo. La idea era hacer vampiros fuera del estereotipo del vampiro refinado y meterlo en una situación como la que vivíamos en esos años, en un país con mucha pobreza y desesperanza. Tal vez ellos hoy seguirían viviendo de la misma forma.  
–Es interesante que el tema que da nombre al libro sea el hambre, un hambre doloroso que además los protagonistas se esfuerzan por ignorar, un detalle que en la temática de vampiros ya se ha abordado en múltiples formatos, de la literatura al cine y la historieta (Entrevista con el vampiro, la saga Crepúsculo o Blade, por ejemplo), pero no siempre con una connotación social tan clara. En todos los casos la lucha contra ese deseo que provoca el hambre parece tener un origen ético y a veces también moral.
–Los vampiros se reprimen porque necesitan ser parte de la sociedad. No le tienen miedo a la ley que los reprime y que ellos ignoran. Es una cuestión de querer vivir mejor. No sé si ellos lo ven como un derecho, lo ven como un deseo, aunque en algunas partes les salta la térmica. Creo que ellos desearían vivir libremente matando y comiéndose a la gente, pero también entienden que viven en una sociedad y quieren ser parte de ella. Se aburguesaron moralmente, supongo. En general uno se imagina absolutamente todo y cuenta sólo un pedacito en la historia. Pero a veces hay cosas que los personajes no terminan de mostrar y que yo tampoco sé. Tal vez sea un error no conocer en un 100% a tus personajes, pero en este caso me gusta que sea así.  
–Está bueno el contraste que el relato logra poniendo en paralelo los diferentes tipos de corrupción: la corrupción de la carne, la de los cuerpos muertos por un lado; la de un tejido social degradado por otro; y la de las instituciones (como la policía) por el otro. ¿Por qué decidiste montar ese juego de espejos y cuál creés el resultado, la imagen final que se consigue con esa oposición?  
–La verdad, no pensé en armar una estructura como la que percibiste, y agradezco esa percepción. Sí pensé en un ambiente sucio, corrupto y degradado y puse personajes en ese escenario. En materia de corrupción, la policía siempre está primero en la lista, no quise ser original con eso. Me gustaba la idea de que seres tan novelescos como los vampiros sean algo común y corriente para una división de la policía y que además sea algo secreto: el resto de la sociedad no sabe que los vampiros existen. El Estado sí, y hace su trabajo, que es mantenerlos controlados, como todo Estado hace con las personas que lo conforman. En este caso los policías son corruptos, pero no del todo ineficaces. No quise hacer personajes tan determinados, me gusta que no tengan una moral tan definida, tan monolítica. Me gustó que sea así en esta historia. Pero todo esto lo pienso ahora. En el momento de escribir y dibujar, eran tipos que querían algo contra tipos que querían lo contrario y yo amaba a todos los personajes por igual. No sé qué imagen resultó de todo eso. Supongo que fue algo que impresionó a los españoles, tal vez a algunos locales y que le dio risa a otros, que es la idea final, que sea gracioso.  
–Haber conseguido publicar La calambre en la editorial española La Cúpula es un gran logro, que de algún modo te coloca dentro de una elite del cómic en idioma español ¿Qué significa para vos este logro?  
–La Cúpula es una editorial muy importante. No por el tamaño económico si no por lo que significa simbólicamente, porque publica a los que a mí me gusta leer. Eso para mí fue una alegría, como haber sido convocado a la selección. El sueño del pibe. No me coloca en una elite, porque para eso hay que trabajar muchos años, publicar mucho y, lo más difícil, mantenerse trabajando con una calidad aceptable, 20 o 25 años como mínimo. Yo en Argentina publico desde fines de los '90 y sigo sin ser conocido. Pero, bueno, se abre una puerta en una editorial que publica con gran calidad. Cómo le vaya al libro ya es cuestión del libro, que habla por sí mismo. En Buenos Aires el libro está en las comiquerías, en especial en La Revistería que es el que lo distribuye acá. Y La Cúpula editó el libro en dos versiones: una en el castellano rioplatense original, que es la que se consigue acá, y otra traducida al argot español ("joder, gilipollas, hostias", y todas esas palabras). Una alegría extra es que también será editada en Francia en octubre, a través del sello Editions Rackham.  

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino

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