miércoles, 30 de octubre de 2013

ENTREVISTA - Charla con María Esther Vázquez: Silvina Ocampo, la desdicha apasionada

No caben dudas de que Silvina Ocampo es una de las narradoras más importantes de la literatura argentina del siglo XX, autora de una de las obras en prosa más extrañas y complejas que se hayan escrito en el país. No sorprende que a poco de conmemorarse el vigésimo aniversario de su muerte (falleció el 14 de Diciembre de 1993), ya comiencen a sucederse los recuerdos y homenajes a su figura. Uno de ellos, organizado por la Fundación Victoria Ocampo, tendrá lugar hoy en la sede de la Asociación Biblioteca de Mujeres. Ahí la escritora María Esther Vázquez dará una charla centrada en la obra de esta gran autora. Vázquez, quien además se desempeña como directora de la mencionada fundación, es una de las pocas personas que en la actualidad pueden hablar en primera persona de los integrantes de aquella brillante generación de escritores, con quienes mantuvo una relación amistosa. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, José Bianco y las hermanas Victoria y Silvina Ocampo, formaron parte de las amistades de esta mujer que en su juventud se encontró formando parte del círculo integrado por aquellos escritores que admiraba.
Bajo el título de Silvina Ocampo, veinte años después, Vázquez compartirá las memorias de su particular amistad con la menor de las Ocampo, intentado intercalar una mirada sobre su excepcional obra literaria. “Silvina Ocampo, ha sido una de las mujeres más inteligentes que he conocido en mi vida”, dice Vázquez a poco de comenzada la entrevista. Y aunque Ocampo Es recordada sobre todo por su trabajo literario, es imposible no empezar por la pintura, su puerta de entrada al mundo de las artes. “Tras la muerte de su padre Silvina pudo irse a París, donde estudió pintura con Giorgio de Chirico, y participó del famoso Grupo de París, en donde estaban pintores como Horacio Butler o Héctor Basaldúa. Se llamaba Grupo de París para diferenciarse de los pintores que fueron a estudiar a Italia, como Soldi. Silvina se integró mucho con ellos”, agrega la escritora.  

-¿Y por qué cambió la pintura por las letras?  
-Silvina pintaba muy bien. He visto retratos pintados por ella en los años 40 y son mejores que los que pintó después. Pero en 1934 lo conoce a Bioy: ella tenía 31 años y él 20. Enseguida se juntaron (fueron novios, como se dice ahora) y se fueron a vivir a la estancia del padre de él hasta los años 40, cuando el padre de Bioy les dijo “déjense de hacer papelones” y entonces se casaron. Así estuvieron casi 60 años. Con ciertas dificultades, porque él era un donjuán, y casarse con un donjuán realmente trae demasiados problemas para hacer la felicidad de una persona. Sin embargo empezó a escribir insitada por Bioy, que le dijo “vos que lo hacés tan bien: ¿por qué no te largás a escribir y dejás la pintura?” Y aunque ella siguió pintando, empezó a escribir.  
-¿Cómo conoció a las Ocampo?
-Me las presentó Borges. A él lo conocí en el primer año de la facultad. Yo tendría apenas 17 años cuando le hicimos una visita con un grupo de estudiantes y tres años después entré a trabajar como contratada en la Biblioteca Nacional, donde él era director. Y luego Borges me llevó a [la revista] Sur y ahí las conocí a ellas y a Bioy. Con Silvina me hice bastante amiga. Ella publica en 1937 su primer libro, Viaje olvidado, que es un libro de cuentos, con prólogo de Victoria. Después sigue escribiendo cuentos y poesía. En sus primeros libros de cuentos hay bastante crueldad (hablo de La furia o Las invitadas), pero en los últimos, sobre todo en Y así sucesivamente y Cornelia frente al espejo, el fondo de sus cuentos cambia. Son libros extraordinarios con cuentos entrañables. Es otro tipo de literatura, otra Silvina, mucho más cerca del sentimiento del ser humano ante la desdicha. Una aproximación a la desdicha, claro, porque indudablemente fue una mujer desdichada, sobre todo a medida que los años pasaban y Bioy tenía sus infinitas y diversas aventuras. Y eso que no hubo una sola noche en que Bioy no estuviera comiendo en su casa: siempre volvía a cenar y jamás faltó de noche en su casa. Pero no solamente la noche es propicia para las aventuras. Y aunque era tremendamente inteligente, también era una mujer que no aceptaba la realidad y en eso se parecía a Borges. 
-Sin embargo ella pareció entregarse a esa realidad, como si no hubiera salida.  
-Ella llevó la pasión por ese hombre a un límite extremo, pero no se notaba. Era una mujer muy querible, que tenía cosas inusitadas. Siempre se la consideró la más fea de las hermanas Ocampo, pero yo he visto fotos de ella de joven y era una mujer muy atractiva. No era flaquita consumo año 2013, pero era una mujer muy sensual con unos ojos inmensos color de agua. Pero la vida la maltrató bastante y haberse casado con Bioy fue una cosa horrorosa.  
-¿Cómo influyó esa relación en su obra?  
-Tanto Borges como Bioy decían que el hecho de ser la hermana menor de Victoria la oscurecía y no es verdad. El hecho de tener al lado a Bioy y a Borges fue lo que la oscureció, porque ellos eran muy amigos y aunque ella formó con ellos una especie de trío, poco a poco fue sintiéndose desplazada por ellos dos, que escribieron mucho juntos.  
-¿De ahí vendrá ese carácter oscuro de Silvina?  
-Ella tuvo otro problema. No sólo fue la menor de las Ocampo, sino que la hermana que venía antes que ella, Clara, murió en menos de una semana a causa de un ataque fulminante de diabetes infantil cuando tenía 11 años. Silvina tenía 5 y entonces vio que se tapaban los espejos, que nadie hacía ruido, que se cerraban las persianas y ya no tuvo con quien jugar. Cuando preguntó dónde se fue Clara y le responden que al cielo, entonces todas las noches rezaba para no ir al cielo, porque veía a todo el mundo llorar en la casa y le parecía que el cielo era un horror. En esa casa había una costurera negra y Silvina, con 6 años, le pregunta cómo se hace pare ser negra, y la costurera se ríe y le dice que uno nace negro o blanco. Silvina muy preocupada le dice que ella quiere ser negra, y cuando la costurera le pregunta por qué, ella responde “para que no me vean”. ¡Fijate la soledad de esa criatura!  
-Su humor también era bastante negro.  
-Me acuerdo que para un año nuevo, cuando yo escribía para La Nación, la llamé por teléfono y le pregunté qué es lo que esperaba del año que empezaba. Entonces me dijo: “que lo maligno y horroroso se convierta en maravilloso, y que lo maravilloso se contente con serlo”. Una cita extraordinaria.  
-Esa frase puede reflejar ese cambio en su obra, en su literatura.  
-Quizás. Porque si ella hubiera seguido con el dibujo y la pintura, quizás hubiera dejado realmente una huella en la plástica. No obstante eso, escribía muy bien: escribía unas cartas increíbles donde contaba sueños estrafalarios, y que no sé si a medida que los iba escribiendo no los iba inventando. En cuanto a su literatura (no tanto su poesía como su narrativa) me parece interesantísima, tanto en su primera época como en la segunda. En cambio los cuentos de la última parte de su obra (y muchos que están inéditos, pero no sé muy bien dónde están) tienen otro tipo de valor. Ahí ya no es la mera sorpresa, sino que hay algo mucho más profundo y más dolido también. Pero a la vez tenía salidas muy graciosas, absurdas. Una vez estábamos en la playa San Jorge, en Mar del Plata, y Martita [Bioy, hija de Bioy Casares, adoptada por Silvina Ocampo], que entonces tendría 8 o 9 años, estaba jugando en la arena. Entonces ella la mira y me dice: “Fijate que raro: el codo es lo más horrible del mundo, porque aun en los niños, en quienes todo es hermoso, el codo es la única cosa que estando derecha se arruga”. El comenrtario no sólo es gracioso sino real, porque realmente el codo es una cosa fea. ¿O no?  
-Tiene algo de reptil.  
 -Yo pensaba eso: como de tortuga. Y en la charla de hoy pienso hablar de esas cosas, porque aunque me voy a referir a su obra, también hablaré de su personalidad y su vida.  


María Esther Vázquez, directora de la Fundación Victoria Ocampo, conversará sobre Silvina Ocampo, hoy a las 19 hs. en la Asociación Biblioteca de Mujeres, Marcelo T. de Alvear 1155. La entrada será libre y gratuita.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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