No caben dudas de que todos en Buenos Aires han recorrido con cierta frecuencia el barrio de Balvanera (Once para los amigos), con lo cual es probable que cada uno de los porteños haya pasado al menos una vez en la vida frente a la puerta de la casa de Abelardo Castillo. Es bien sabido que las puertas se parecen a sus dueños, sin embargo es inútil intentar identificar a esta, porque, salvo para sus íntimos, de Castillo sólo se conoce el gesto entre huraño y compadrito que asume para las fotos que custodian las solapas de sus novelas, sus ensayos y sus libros de cuentos. Y aunque estos son muchos, la cara de ogro siempre es la misma. Pero alcanza con tenerlo delante un rato, mesita y grabador de por medio, para saber que aquella cara es una impostura, un disfraz para esconder el carácter a la vez frontal y fraterno, propio de quien admite simpatizar desde siempre con los anarquismos, que Castillo se reserva para alumnos, amigos y, sobre todo, para Sylvia, su mujer.
Si la idea es hablar de los 30 años de democracia que la Argentina se apresta a celebrar, entonces Abelardo Castillo es una buena elección. Tal vez la mejor, porque no sólo es escritor, sino un intelectual activo y activista, parte de una de las generaciones más brillantes de la literatura argentina del siglo XX, y conocedor por experiencia propia de la materia que da cuerpo a la historia argentina. Pero para abordar el tema del regreso de la democracia al país, es ineludible descender primero al infierno de los años anteriores y que Castillo se niega a contar sólo desde 1976. “En realidad reducir los años de dictadura sólo a esos siete es un equívoco”, dice Castillo como declaración de principios. “Onganía declaró al asumir que para llegar en paz al año 2000 los militares debían estar 20 años en el poder. En realidad, el único gobierno civil que tuvimos entonces fue el de Cámpora; y el de Isabel Perón, si es que a eso se lo puede llamar gobierno. Un lapso en el que ni siquiera cabría Perón, porque Perón sube al gobierno vestido de general. Mirado así, puede decirse que se cumplieron 18 años de los 20 que había profetizado Onganía. Así que darle un valor único a la dictadura que empieza en 1976 es un error, porque equivale a pensar que antes no hubo datos que pudieran hacernos pensar que una dictadura de ese tipo podía instaurarse en la Argentina.”
-Sin embargo esos siete años fueron difíciles y se deben haber vivido con mayor dificultad.
-Se vivió como se pudo. Exilio hubo siempre y hombres que se quedan hubo siempre. Yo fundé en 1977 una revista literaria, El Ornitorrinco, que fue la primera revista de resistencia: no había más que leerla para saber que estaba en contra de la dictadura. Fue el primer lugar que publicó un manifiesto de las Madres de Plaza de Mayo pidiendo que dejaran en libertad a sus hijos, y prácticamente el único en donde se habló del premio Nobel de la Paz de Pérez Esquivel, porque estaba prohibido y hacerlo te convertía en una especie de subversivo. Esa fue mi manera de vivir esos años. No es una diferencia muy grande ni tiene ningún valor heroico si te sentís un intelectual comprometido con tu historia. Tiendo a hablar de intelectual comprometido porque no creo ni en la literatura comprometida, ni en la música comprometida ni en la poesía comprometida: creo en la buena literatura, la buena música y la buena poesía. Los que se comprometen son los hombres y no tienen porque comprometer a su disciplina,
-Suele reducirse las opciones posibles en esos años de acuerdo a ciertas acciones: quienes se exilaron eran perseguidos y los que se quedaron, cómplices silenciosos o héroes. ¿Qué piensa de esas categorías?
-Ni todos los que se fueron lo hicieron por patriotas revolucionarios, ni todos los que nos quedamos colaboramos ni remotamente con el régimen. De lo contrario habría que decir que las primeras Madres de la Plaza estaban con el régimen; o quienes hicieron Teatro Abierto; o la clase obrera, que se quedó toda, y todos los estudiantes y los dirigentes que estaban acá. No sólo es un maniqueísmo inexacto si no malintencionado, que la derecha inventó para dividir. Y para algunos –algunos- cuyo único mérito fue haberse ido, una buena manera de lograr el prestigio intelectual y revolucionario que nunca tuvieron.
-¿Cómo se define qué es una víctima? Porque puede quedar la idea de que sólo se considera como tal a los desaparecidos, los muertos, los torturados, y que quienes no sufrieron esos extremos no tienen el derecho de sentirse víctimas.
-Es un problema intelectual, que en medio de la dictadura se plantea en otros términos: ¿cómo reaccionarías si te detuvieran? Porque hasta no estar frente al hecho concreto no sabés quién sos. A veces sucede que sólo tuviste suerte de que no te ocurra. ¿Cómo hubiera reaccionado si sacaban a patadas de la casa a un chico o a una mujer en mi presencia? Como no sucedió, hay una parte de mi conducta que es intachable, porque nunca sabré qué hubiera hecho. ¿Hubiera optado por hacerme el mártir, lo cual no era políticamente efectivo? ¿O hubiera salido disparando, lo cual no era humanamente moral?
-El hecho de obligarnos a esa disyuntiva nos convierte en víctimas.
-Claro. Una dictadura como esta, como el fascismo o el nazismo, corrompe a todos, al torturador y al torturado. ¿Un hombre está hecho para soportar la tortura? Evidentemente no. Ahora, si ese hombre al que torturan confiesa hasta lo que no le piden, ¿es realmente un culpable, o es una víctima incluso moral? Esa es la perversidad demoníaca que tienen las dictaduras, que casi todas las conductas te transforman en culpable.
-¿Cree que es relevante opinar respecto de las actitudes y decisiones que entonces tomaron los escritores más importantes, como Borges o Sábato?
-No opino sobre eso, ya se ha hecho bastante y mucho de lo que se opinó fue por conveniencia personal. Muchos de los que opinaron en contra de Borges o Sábato no eran mejores que ellos. Incluso Borges en los últimos años no estaba con la dictadura y Sábato dirigió la CONADEP apenas minutos después de terminada. Había que tener coraje para hacerlo. Pero en esa no entro, porque es una polémica típicamente argentina: buscar los defectos ajenos, en general para justificar la inacción de uno mismo. Yo hice lo que creí que debía hacer y dije lo que tenía que decir, como pude, en el momento en que había que decirlo, no veinte años después. Todavía nos quedan cosas pendientes que rehabilitar, pero no son justamente estas.
-¿En que momento tomó conciencia de que la dictadura no daba para más y la cosa se encaminaba a la recuperación democrática?
-Te diría que hubo algo que le salió muy mal a los militares: el Mundial78. En el Mundial oías a la gente cantar en la cancha “¡Dale Campeón!” con la melodía de la Marcha Peronista (momento en que algunos aprovechaban para decir ¡Viva Perón!). Ahí había una realidad que no tuvieron en cuenta ni los militares, ni los estupendos sociólogos argentinos que veían eso como una catástrofe. No: esa gente que salía a la calle a cantar bajo la bandera argentina, era la que iba a terminar sacando a los militares.
-Nunca lo había pensado así.
-No se lo piensa así porque es más cómodo pensar que todos los que iban a la cancha en el 78 eran miserables y todos los que se quedaban diciendo porquerías de los militares en Suecia eran héroes epónimos. La verdad es que para saber qué pasaba en la realidad argentina no había más que ver eso. Porque eso expresaba otra cosa: la necesidad de la gente. Aunque para entonces ya estaba casi terminada lo que se llamó “la guerra” contra la subversión.
-¿Usted cree que fue una guerra?
-No, no fue una guerra. Pero sabés quiénes instalaron la palabra guerra: los Montoneros. Se vestían como militares, tenían jerarquías y tomaban determinaciones de tipo militar, y decían estar en guerra contra el estado capitalista. Con lo que le dieron la excusa servida a los militares, que dijeron: “¡Ah! ¿Estamos en guerra? Entonces estamos en guerra.” Pero que va a ser una guerra: ¡eso fue una masacre total! El problema de la violencia de los militares es que no se limitaba a una batalla entre ejército y, digamos, fuerzas armadas populares. Los militares aplicaban la violencia contra todo el mundo. ¿Vos creés que todos los muertos y desaparecidos eran guerreros? Ese es el verdadero terror, no cuando la lucha es nítida de A contra B, sino cuando cualquiera puede morir por cualquier causa. Eso fue la dictadura argentina, por eso es perversa y siniestra.
-¿Qué rol tuvieron los intelectuales en la reconstrucción democrática?
-Entrando en la democracia pasamos a un problema que debe ser analizado muy seriamente. La Argentina, y el mundo entero, están en la antesala de la democracia, en el umbral, no hemos llegado a ninguna democracia. Porque, ¿qué es la democracia? Yo me atengo a la etimología: democracia es el gobierno del pueblo. Pero, ¿existe un gobierno del pueblo? Porque eso no sólo quiere decir que el pueblo debería estar en el gobierno, cosa que no ocurre en ninguna parte, si no que debería tener una función de elección y de dirección muy grande. ¿Vos viste lo que dice nuestra Constitución? Que “el pueblo no delibera ni gobierna… sino a través de sus representantes”. Parece escrito por Borges, parece un lapsus freudiano. ¿Por qué dice “NO delibera NI gobierna”? ¡Por qué tanta negación! ¡Por qué no dice lo que debe decir! Que el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes. O porque no se les ocurrió, o porque lo importante en la cabeza de todos los constitusionalistas (porque mirá que han reformado la Cosntitución y eso nunca se tocó), es la idea de que el pueblo no delibera ni gobierna. Y nuestro pueblo no delibera ni gobierna, porque qué deliberación tiene un chico de 16 años de la Puna de Atacama. O la palabra libertad: para nuestros políticos, y me estoy refiriendo a todos, democracia es votar. Y democracia no es votar, sino un montón de cosas más: es comer, educarse, tener salud social. Ni siquiera votar es elegir: votar es meramente optar entre las opciones que te dan. Una elección real es la del hombre que elige lo que quiere, y en una elección política elegís sobre lo que hay. Me dirás “pero de qué otra manera se puede hacer”. No sé, yo sólo estoy describiendo cómo son las cosas. No hay que confundir falta de prohibición o derecho, con libertad. Todos tenemos derecho a ir a la escuela, pero no todos vamos a la escuela. ¿Por qué? Porque no podemos. Los políticos nos enseñan que libertad es votar cada tantos años y que eso es la democracia. Pero eso no es ni remotamente la democracia. Entonces creo que nos tenemos que dejar de mentir con grandes palabras como libertad, derecho o democracia, y ponernos a reflexionar acerca de cómo se hace para que realmente el hombre sea libre de elegir su destino, no en papel sino en la vida real.
-¿Piensa que los argentinos no sabemos vivir en democracia?
-Dos problemas tenemos en la Argentina con nuestros dirigentes, militares o no. El primero es: ¿llegará hasta el final este gobierno? Alfonsín no llegó. El otro es el de querer perpetuarse en el poder. Cuando nos saquemos de encima esos problemas tal vez podamos empezar a hablar de democracia. Y no hablo ni de una ideología ni de un partido político, ni de la oposición ni del oficialismo. Esas categorías están fuera de… de mi mundo, te diría.
-Pero algo debemos haber aprendido para poder vivir 30 años, no digamos en democracia si no quiere, pero con gobiernos elegidos a través del voto del pueblo.
-Creo que ahí empezó a aprenderse algo, pero enseguida cometimos el primer baldón contra la democracia: Alfonsín no pudo terminar su gobierno y no fue por elección propia. Lo que no sé es si el gobierno de Alfonsín representó un avance sobre gobiernos muy anteriores, como los de Yrigoyen, Perón o Frondizi. Lo que sí sé es que cuando el país había tocado fondo, a partir de 2002 no tuvimos más remedio que avanzar. Seguramente algo aprendimos, ¿pero lo aprendimos todos? Porque hay tipos que no lo aprendieron en lo absoluto. No sé si soy suficientemente optimista, pero es lo que pienso.
Una imagen para recordar
Cuando se le pregunta cuál es la imagen que le devuelve la memoria cuando piensa en el retorno de la democracia en 1983, Abelardo Castillo se toma un buen rato para recordar. Le cuesta encontrar un símbolo propio para aquel momento histórico. Sin embargo cuando al fin logra dar con esa imagen, una sonrisa como un anuncio se adelanta a las palabras. “La imagen personal que mejor representa para mí lo que significó el regreso de la democracia es la alegría de una mujer muy humilde, muy vinculada a nosotros, a Sylvia (Iparraguirre, su mujer) y a mí, que cuando Alfonsín asume aquel primer gobierno democrático, sin ser ella radical, porque era peronista, estaba exultante y feliz. Entonces entendí realmente que ella ni siquera sabía por qué estaba feliz, pero que intimamente se daba cuenta de que algo había cambiado y de golpe tenía grandes esperanzas. Ella se llamaba Nilda, o se llama (ahora vive en la Patagonia) y de verdad estaba exultante, aunque probablemente no había ganado su candidato político, pero eso no le importaba. Lo que le importaba es que de pronto vio la figura de un presidente constitucional. Era la imagen de un civil y no la de un militar la que en ese momento tenía la banda con los colores de la bandera sobre el pecho. Es esa la imagen con al que mejor identifico la vuelta a la Constitución en nuestro país: recordando a Nilda, porque en su felicidad pude reconocer que a la gente le estaba pasando algo en ese momento. ¡Qué gran persona es Nilda!”
Artículo publicado originalmente en el suplemento 30 años de democracia de Tiempo Argentino
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