“La gracia no sabe nada de sí, lo único que la define es la inconsciencia. A la inconsciencia de la gracia la llamamos inocencia. […] Y la inocencia es un desamparo que se ignora.” La cita casi textual corresponde al capítulo que el poeta y ensayista Sergio Cueto le dedicó al dramaturgo y novelista alemán Heinrich von Kleist en su libro Otras versiones del humor (Beatriz Viterbo, 2008), pero sirve perfectamente para comenzar a hablar de Habi, la extranjera, el debut cinematográfico de María Florencia Álvarez, que este año pasó por la Competencia Argentina del 15° BAFICI. En primer lugar porque gracia e inocencia es lo que transmite Martina Juncadella, la joven actriz que vuelve a demostrar que es una de las más talentosas y versátiles de su generación, en la piel de esta chica de pueblo recienvenida, a quien la ciudad le provoca una fisura en la estrechez su mundo privado. Es desde esa inocencia que Habi, la protagonista, se permite rasgar repentinamente el capullo de su adolescencia para permitirse una nueva vida posible. Es ahí donde se hace evidente el desamparo con el que finaliza la cita, que ella padecerá sin registrarlo.
La joven pueblerina interpretada por Juncadella llega sola por primera vez a Buenos Aires para entregar en distintos comercios unas artesanías que produce una amiga de su madre. Pero ese simple encargo acabará por convertirse en un viaje iniciático, que abrirá la posibilidad de una fantasía que ella irá construyendo a medida. El quiebre se dará a partir del contacto fortuito con la comunidad árabe, con sus ritos y su idioma. Y con un chico, porque los primeros amores nunca son un detalle menor. A partir de ahí fingirá un origen libanés y se hará llamar Habiba, nombre que toma de un cartelito fotocopiado en el que se pide información acerca de una niña extraviada. Esa simple referencia a una nena perdida subraya el juego de oposición inicial entre inocencia y desamparo, elementos que suelen formar parte indispensable en la estructura de cualquier cuento de hadas. Porque algo de eso hay en Habi, la extranjera: algo de ese peligro potencial, que surge de la tensión entre ambos elementos, acecha a esta Caperucita suelta en la ciudad. Sin embargo Álvarez, directora y guionista, evita el camino siniestro y elije resolver la ecuación por el lado de una fantasía naif casi al estilo de Amelie, de Jean-Pierre Jeunet, pero omitiendo los detalles fantásticos. Lejos de ser amenazante, aunque ese sentimiento tampoco es ajeno al relato, el camino que Habi va haciendo discurre a través de una galería de personajes anclados entre lo real y lo inverosímil.
A medida que vaya avanzando en su metamorfosis, los lazos que irá desarrollando con la cultura árabe, símbolo paradigmático de una otredad idealizada por ella, serán cada vez más intensos y también será mayor la sensación de extrañeza y desamparo. Habi pronto encontrará los límites de esa construcción ideal que ha levantado para sí misma, y la realidad comenzará a meterse por las mismas grietas por las que antes se filtró la fantasía. Si una virtud tiene Habi, la extranjera es la ausencia de pretensión mal entendida, manteniéndose a resguardo de los extremos, y que le permiten sortear con lo justo el riesgoso coqueteo con un costumbrismo que podría definirse como mágico. Aunque no puede evitar caer en algunas sensiblerías que acaban por restar potencia y precisión al relato, debe decirse, sin embargo, que ese es un problema con el que sólo se enfrentan quienes asumen ciertos desafíos.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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