Atardece y una nena de no más de dos años corre sola por el campo. No se trata del campo pampeano, porque hay montañas con bosques densos que interrumpen y enmarcan el plano. Ese detalle vuelve a la escena --filmada en el infrecuente formato de 4:3, con un lente biselado que provoca un efecto de duplicación circular en la periferia del cuadro-- inesperadamente opresiva, agorafóbica. Más allá de eso no hay diferencias: hay vacas, perros, y caballos que corren y que a su vez son corridos por los perros que ladran y les lanzan tarascones. La nena camina entre los animales y va nombrando en su embrionaria lengua todo lo que ve: vaca, caballo, perro (“perrito”, dice ella). Pero también dice mamá, papá, Eleazar, mientras mira, no mucho pero lo hace, a algo o alguien que permanece fuera de campo: ¿realmente está sola? El cielo enrojece, cae la noche, se acerca una tormenta y ella sigue ahí, entre animales que le son enormes pero no ajenos y parece feliz. En la oscuridad los rayos recortan su silueta contra el cielo, mientras su voz se pierde entre los truenos. Despacio, de a una, sobre el fondo negro van apareciendo las tres palabras que componen el título del opus cuatro del mexicano Carlos Reygadas: no hay forma de que una película pueda empezar de manera más conmovedora y sutilmente intimidante.
Post tenebras lux está filmada con una exquisitez formal y una potencia narrativa tal que es una tentación ponerse a describir en detalle cada una de las escenas que la componen. Sin embargo ese trabajo representaría el camino fácil, mucho menos arduo que intentar realizar una sinopsis eficiente de ella. Del mismo modo en que es más cómodo intentar reducir su estructura dramática a la categoría de “experiencia onírica”, que buscar al menos una línea de sentido para su imbricada red de textos cinematográficos. No es que esté mal pensarla como una pesadilla recurrente y cíclica, porque sin dudas también es eso. La clave reside justamente ahí: en esa inabarcable arquitectura cinematográfica en la que siempre parece haber un lugarcito más para otro “también”.
La película expone de manera central, pero no lineal, momentos de la historia familiar de Juan, Natalia y sus hijitos Eleazar y Ruth (la nena del comienzo). Luego de un despertar idílico, Juan muestra signos claros de un temperamento bipolar, capaz de ser un padre amoroso pero también el más brutal inquisidor. La familia se ha mudado al campo en busca de una paz y un equilibrio que sin embargo Juan no consigue encontrar. Luego de un perturbador e inexplicable arranque de violencia contra una de sus perras, él asiste al grupo de Alcohólicos Anónimos que sus vecinos pobres sostienen en un rancho de chapa y cartón, y confesará su adicción a la pornografía virtual. También se verá a Juan y a su familia en una fiesta de la aristocracia mexicana más rancia, en donde una abuela reparte sobrecitos con dólares entre sus nietos, deseándoles un feliz destino de empresarios. O se verá a Juan y Natalia en una orgía ritual que se lleva a cabo en unas catacumbas ubicadas en alguna parte de la Europa francófona y en la cual nadie parece conectar demasiado con los otros; o sosteniendo una tensa discusión sotto voce que apenas es capaz de contener la evidente violencia que en ella subyace. Pero en Post tenebras lux también hay lugar para mucho más que una saga familiar. Hay un diablo definitivamente macho, rojo y fluorescente, que por las noches se cuela en las casas con su cajita de herramientas para hacer su trabajo. Un leñador muy sociable que abandonó a su familia y un terrateniente que detesta a la suya y para quien tumbar un árbol tiene el mismo peso simbólico que la cabeza de caballo en El padrino.
Reygadas construye un laberinto dispuesto en forma de viñetas intercaladas, una encrucijada que revela diferentes caminos pasibles de ser encadenados. Los abismos sociales de un país que responde antes a un orden de castas que de clases. Un relato signado por la culpa y una mirada más bien moral que ética, en dónde el mero deseo es el motor de la acción. La escena de la orgía es obvia respecto de esa tensión entre deseo y culpa que la película nunca consigue resolver, y que acaba en regulares estallidos de violencia. Una violencia que también puede provenir del choque cultural que da origen al México actual, entre el mundo occidental y cristiano contra a ese otro, original y ancestral. Un choque en donde el sacrifico humano, tan caro a ambas culturas, parece ser el punto de impacto. Post tenebras lux es una película inusual, magnífica a la vez que despreciable e hipnótica, digna de un director que no acostumbra hacerle las cosas fáciles a espectadores cómodos o caprichosos. Por supuesto que se le puede volver a achacar a Reygadas el pecado de saberse virtuoso y no disimularlo, pero esa profusión de virtuosismo no es sino otra de las máscaras que el exceso se calza aquí para salir a escena. Al final será la tierra la que se tiña de rojo, cerrando un ciclo que, no caben dudas, se abrirá de nuevo, igual que la noche sucede al día y la luz sólo nace en la oscuridad.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculo de Página/12.
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