Habitante de un panteón en el que lo acompañan Isaac Asimov, Arthur C. Clark, Stanislav Lem, Theodore Sturgeon y muy pocos más, Ray Bradbury ha sido de ellos uno de los pocos capaz de trascender de manera notable los límites muy precisos de su género de origen. Porque Bradbury es además un notable escritor de relatos fantásticos, en los que no necesita valerse de sistemas planetarios, viajes por el cosmos o criaturas extraterrestres para conseguir cuentos que son incluso superiores a los que supo contar desde la Ciencia Ficción. Quienes hayan leído sus libros de cuentos, como El hombre ilustrado o Las doradas manzanas del sol, por tomar de entre ellos dos de los más notables, sabrán cuán cierto es. De los relatos incluidos en el último de esos libros, “El niño invisible” tal vez sea el que más admirablemente nos habla de Bradbury y de su talento para imaginar historias. En esta, una vieja que tiene todo el perfil de las brujas de cuentos de hadas encuentra un nene perdido y pretende quedarse con él, para calmar las angustias que le provoca la soledad. Es que ella misma ha perdido alguna vez un chico en las profundidades de su larga vida. Pero como el chico se resiste a quedarse, ella lo convence de que tiene el poder de volverlo invisible y ante semejante oferta, el niño duda. Ella finge un conjuro y de inmediato simula no verlo, ante la incredulidad del niño, que se agita frente a los ojos de la vieja que parecen mirar como a través de él, como si realmente no lo vieran. Liberado por el poder de la invisibilidad, el niño comienza a hacer todo tipo de diabluras, mientras la mujer se ve obligada a mantener la calma y la farsa, con tal de no perder al chico. Pero tan travieso es él que la vieja, ya harta de sus burlas, se resigna y de a poco comienza a verlo de nuevo. Al fin, recuperada su visibilidad por completo, el chico se escapa y la vieja se queda sola, quizá para siempre. Un cuento admirable, intenso, perfecto. Y uno se pregunta, ¿cuál de esos dos personajes es Bradbury: el niño o la vieja? Sin dudas él hubiera asumido enseguida ser ambos. La vieja ingeniosa, capaz de hacernos creer invisibles sólo para retenernos entre sus páginas. Pero también ese chico caprichoso y travieso cuya única preocupación es seguir jugando.
Algo de esto ha dicho su nieto
Ray Bradbury tenía más de 90 años. Viajó a Marte a bordo de sus Crónicas marcianas; imaginó el horror de un mundo sin libros en Farenheit 451; y hasta se permitió opinar sobre el oficio de los escritores, en los ensayos de Zen en el arte de escribir. Y si una mariposa aplastada puede cambiar el devenir de la historia, ¿cómo no estar seguro de que sus libros sin dudas ya lo han hecho?
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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