Los manuales de periodismo obligan a decir cuanto antes que el 3 de Junio Fernando Noy presentó Piedra en flor, su nuevo libro de poemas, en el Centro Cultural Recoleta. Pasado el furor por cumplir con la noticia, el cronista cae en la cuenta de que los caprichos informativos se devoran lo verdaderamente importante del asunto. Porque lo que ocurrió este domingo apenas el sol se llamó a silencio, trascendió por mucho la presentación del último libro del poeta: fue un aquelarre lo que ahí tuvo lugar. Y ya se sabe, no hay mejor lugar que una sala vecina a un cementerio para juntar brujas, locas y corderos para nada inocentes dispuestos a dejarse hechizar por la música, la poesía o el poder hipnótico de esa gran chamanesa desaforada que es Fernando Noy, él mismo bruja, loca y poeta, todo a la vez. Como la Santísima Trinidad.
Hábil ignorante de los protocolos, Noy fue el encargado de bienvenir, a los gritos desde el escenario y micrófono en mano, a todos los que aceptando la invitación colmaron el auditorio. Para quien está acostumbrado a que las presentaciones de libros se reduzcan a un intercambio lisonjero entre tres viejos aburridos o tres jóvenes pedantes, esto representó el alivio de lo anómalo . Y lo que faltaba por venir no haría más que afirmar esa felicidad. Ya se sabe (y quien no lo sepa se entera) que Fernando Noy es una especie de leyenda viva, no sólo por lo que representa como poeta sino porque él mismo es una gema que parece haber domesticado al don de la ubicuidad, hasta erigirse en parte de muchos de los más notorios momentos culturales de la Argentina y, por qué no, de América Latina. Amigo de Alejandra Pizarnik; exiliado en Brasil durante la explosión del Tropicalismo; parte de la intensa movida under de los 80, cuyo epicentro fue el mítico Parakultural, y tanto más. Donde hay ruido, ahí está él.
Admirado y querido, a Noy le brotan los buenos amigos como a un árbol siempre verde. Y que mejor momento para demostrarlo que la presentación de su libro: como si se tratara de uno de esos programas ómnibus que ya no encajan en la burda televisión de hoy, celebrar el nacimiento de Piedra en flor fue la excusa para que una legión de artistas consiguieran a la vez homenajear al poeta amigo y encantar al auditorio con sus magias. La lista es asombrosa: Fabián Keoroglanián, Sofía Spano, Raúl Carnota, Laura Peralta, Susy Shock, Ezequiel Borra, Bárbara Palacios, Sofía Viola, la luminosa picardía de Lucero Carabajal y las notables Lucía Montero, Rita Cortese y Dolores Solá. Un insuperable vademécum de talentos, que el anfitrión fue engarzando igual que un orfebre con el histriónico recitado de sus versos. Como buen poeta -como buen amigo-, Fernando Noy se permitió el lujo de compartir su poesía y su espacio con otros, para hacer de su fiesta una fiesta para todos. Los que estuvieron ahí, felices, todavía lo agradecen.
Palabras que dibujan el cosmos
Los poemas reunidos en Piedra en flor son un testimonio que acentúa y confirma la idea de que Fernando Noy es él mismo su mejor obra. Cada uno de sus versos evoca su voz, el sortilegio de conversar con él. Porque si existe en Noy la vocación del poeta oral con dedicación full time, el que habla como si vivir fuera vivir para recitar, su textos impresos llevan esa potente intención poética hasta alturas y profundidades inéditas. Y lo hacen de manera pródiga, como en una charla, dejando huecos y resquicios para que uno, lector, pueda intercalar lo suyo.
Esa intención de construir poesías como espacios abiertos al diálogo se hace explícita en la absoluta ausencia de puntuación. En Piedra en Flor no existen los puntos, las comas, los paréntesis: el poeta se abstiene de indicar dónde hacer una pausa, cuándo esperar o en qué lugar detenerse. Nada. Poemas librados a la voluntad del lector; lectores sometidos a la potencia pura de las palabras. O al menos eso es lo que Noy, generoso, nos permite creer, rotas las cadenas de la puntuación.
Sin embargo, invisible en lo evidente, ahí está su mano, guiando al lector como el flautista a sus ratones más queridos. Para él no existen límites en el blanco de la hoja: todo lo salpica con palabras y antes pareciera dibujar que escribir. Igual que un demiurgo, Noy acomoda sus versos como constelaciones y cada poema es entonces, fatalmente, el universo completo. En ese cosmos está el verdadero arte del poeta.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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