sábado, 26 de mayo de 2012

MUSICA - Taura: Por qué una banda nacional de Rock no es lo mismo que una banda de Rock Nacional


Inception. Banda formada a comienzos de siglo, Taura es el resultado de la suma de sus partes: Alejo, Leo, Santiago y Chaimon son engranajes de un mecanismo sensible y único, diseñado para hacer canciones. Batería, bajo, guitarra y voz, el combo de rock básico explotando sus posibilidades al máximo. Pero, ¿qué tiene de especial Taura que no pueda encontrarse en los casi 50 años de historia del rock nacional? En primer lugar, Taura es una banda nacional de rock, que no es lo mismo que decir que es una banda de Rock Nacional. ¿Dónde está la diferencia? En la intención: mientras el Rock Nacional ha conseguido con éxito asimilar como propio un género extranjero hasta convertirlo en otra cosa que no siempre es “El Rock”, el Rock –rock a secas, el que huele a The Who, a Hendrix, a Zeppelin y así- ha continuado con su vida como si nada. Taura no es hija de Charly García y las ramas de su árbol genealógico llegan más rápido a Black Sabbath que a Manal. Tampoco hay que exagerar: no se trata de un embrión gestado fuera del útero. En el rock hecho en la Argentina hay enormes cantidades de fluidos subterráneos que responden antes al modelo original, que a aquello que se ha perdido en la traducción. Sobre todo en lo que tiene que ver con los exponentes menos comerciales de géneros como el Punk, el Hardcore y las muchas vertientes que nacen en lo más pesado del Heavy Metal. Ese es el caldo de cultivo de Taura, que tiene en algunos de sus integrantes a veteranos de la escena underground. Tal es el caso de Gabriel Raimondo (aquí Chaimon), quien durante los 90 fuera cantante de Vrede, banda pionera que llegó a grabar dos buenos discos fusionando elementos de Hardcore y Metal. Tomando además como antecedente cercano el surgimiento de Los Natas, la banda stoner de Sergio Chotsourian, apenas pasada la mitad de aquella década, tendremos una muestra aproximada del ADN de Taura.
Y sí hubiera que encontrar un génesis nacional para ellos, acaso habría que pensar en “Post-Crucifixión”, la canción que cierra Desatormentándonos, primer álbum de Pescado Rabioso, que en 1972 no tenía nada que envidiarle a lo más rockero de la época (incluidos los omnipresentes Black Sabbath: si hasta se puede encontrar un parentesco en las voces de Ozzy y el Flaco).

Secreto a gritos. Acaso profecía auto- cumplida, El fin del color, tercer disco de Taura, era tan inevitable como la noche. Será que la oscuridad de cada uno de sus discos anteriores lo anunciaba, y que en ella todo tiende a empastarse: el amor al dolor, pero también la estela de sal de una lágrima sobre los destellos apagados de una sonrisa. Sí, en todo eso está El fin del color. Desde su tapa -una fotografía que representa un muestrario de todos los grises que es capaz de captar el ojo humano-, se muestra la figura diminuta de un hombre parado al filo de un edificio. Vemos a ese hombre como desde la vereda, con sus brazos abiertos en cruz y dándonos la espalda, pasajero de una inercia que ya ha trazado el evidente comienzo de una parábola que pronostica su caída inevitable. Ese también es el final del color, eso también es Taura.
Luz negra. Si de algo sirve sentar a esta mesa a Pescado Rabioso, la banda de Spinetta, el verdadero gran héroe del rock nacional, es para sumar a la paleta de recursos de Taura el logrado trabajo poético de sus letras, un rubro que por lo general es una cuenta pendiente en las bandas locales. Los textos de Chaimon se sostienen en una poética simple como delicada, que le permiten abordar temas tan transitados como la pasión, el desengaño, el dolor del amante sin consuelo, de amores no correspondidos o truncos. Incluso en El fin del color se ha permitido despojarse casi por completo de lirismo, para transitar un camino más crudo que combina bien con las canciones de la banda, que suelen ir de lo poderoso a lo melancólico con la misma facilidad con que pasan de estructuras rockeras muy sólidas, a un formato mucho más melódico. En todos estos avatares, la voz a veces desgarrada, a veces entre susurros del cantante tiene mucho que ver. Si en Huésped, su disco de 2008, podían escucharse (y leerse) versos como “No buscaré, ¿para qué?/ Si mi sol rompió./ Hoy no es hoy,/ es ayer y nunca más./ Y cada vez/ estoy peor./ Mi único mal soy yo” (“Habitación que oscureció”), en El fin del color todo se vuelve aun más sencillo, pero no por eso menos rico. La canción “200 días” (cuyo clip puede verse en YouTube.com) se habla de “200 días muertos/ llenos de canciones peligrosas./ 200 días muertos,/ repletos de canciones que te nombran.” Nadie que no ame la música podrá negar el poder evocador que en estos versos se atribuye a las canciones, dicho de un modo notable por lo sencillo y directo, que prescinde de palabras grandilocuentes. Esto en una banda de rock, cuyos letristas por lo general pecan de sobreescritura, es tan infrecuente como bienvenido. Eso no impide reconocer que en ese camino de búsqueda de lo simple, en algún momento se desborde el límite hacia el lugar común. Sólo un poco y aun así, con elegancia.
El amor y la furia. Desde lo musical, Taura discurre por los caminos alternativos del rock más duro. En sus composiciones tanto pueden detectarse los elementos opresivos del Stoner Rock más elegante; resabios de Grunge, sobre todo en la oscuridad de sus atmósferas y letras; y pasajes que llegan a coquetear con lo más pesado del Metal. Sí con algo dialogan fluidamente tanto El fin del color como Huésped, los dos últimos discos de Taura, es con The second wave, gran primer disco de la banda sueca Khoma, o con Around the fur, lejano disco de los Deftones. El dato que falta para proyectar a Taura como banda a seguir, es el nivel de profesionalidad con que encaran sus proyectos, desde la edición de sus discos, a la preparación de cada una de sus presentaciones en directo. Por todo eso es y será grato verlos crecer.

Taura presenta su tercer disco El fin del color este jueves 31 de mayo a las 21hs. en La Trastienda, Balcarce 460. El valor de algunas entradas incluye la posibilidad de llevarse también el disco.

Artículo publicado originalmente en el suplemento de Cultura de Tiempo Argentino.

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