La competencia argentina entró en su sexto día, trayendo propuestas siempre interesantes, que desde un lugar u otro aportan elementos que merecen ser discutidos. Es ineludible mencionar la figura del escritor y director Gonzalo Castro, de quien se proyecta Dioramas, su nueva película. Puede decirse que Castro es un clásico del Bafici, habiendo presentado aquí sus trabajos anteriores, y por lo tanto su participación no es inesperada. Dioramas sigue la vida de una pareja de chicas desde dos enfoques que se encuentran en permanente cruce. Por un lado se nos permite ser testigos de su intimidad, de sus actividades domésticas y sus escarceos amorosos; de sus juegos dentro del agua del río o sobre ella, en un bote, o junto a los árboles de la ribera. Por otro lado, en un registro más cercano al documental de observación, se es testigo de las clases de danza contemporánea de las que ellas son parte. Allí, la voz del maestro es la guía que los integrantes del cuerpo de baile siguen, asumiendo los roles que él dispone o intentando cumplir con las consignas que imparte. Pero esa voz también resulta una guía para el espectador, entregando certeros apuntes sobre estética del movimiento que pueden resultar muy útiles para reinterpretar las escenas domésticas también como una danza exquisita y sensual. Dioramas confirma a Castro como dueño de una mirada sutil y coreográfica, devoto de la observación. Una virtud que en sus películas anteriores quedaba semi escondida entre las muchas que este joven director sigue mostrando.
Menos claro es el panorama a la hora de hablar de 17 monu- mentos, la nueva película de Johnatan Perel, quien ya había dirigido El predio, documental en el que recorría las instalaciones de lo que fuera el centro de detención clandestino de la ESMA. En consonancia con aquel trabajo, aquí Perel presenta los diecisiete monumentos levantados en los lugares en los que funcionaron centros similares a ese, a partir de planos fijos de tres minutos cada uno, en los que cada tanto algún detalle se altera. Una bolsa de plástico llevada por el viento; el cambio de las luces de un semáforo; un soldado que pasa en bicicleta. Sin embargo lo que representan esas postales apenas animadas permanece imperturbable: detrás de ellas está la historia. En la sequedad minimalista con que se muestran esos monumentos solitarios, casi abandonados, el film de Perel resulta demasiado ambiguo y su lectura demanda del espectador tal vez más de lo que debiera, corriendo el riesgo de haber arrojado al mar del cine sino una botella vacía, al menos sin una tapa que le dé cierre o al menos encapsule un contenido.
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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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