domingo, 16 de octubre de 2011

LA COLUMNA TORCIDA - Un policial con perspectiva de género

Ella avanza la noche, abandonada dentro de una chaqueta larga que estiliza aun más su figura esbelta. Avanza con una colilla apenas encendida en la boca, entre transeúntes y transeúntas que entorpecen su marcha de caminanta nocturna. Oscara O’Hara es, como su nombre, una de esas mezclas extrañas propias de Buenos Aires; una mezcla que hizo de ella una mujer irresistibla. Su padre era irlandés y su madre, una aborígena ranquela; de él hereda la altura, de ella la belleza nativa. Oscara agradece que sea así y no al revés, porque llamarse O’Hara se lleva bien con su profesión: es detectiva privada. Justo ahora se dirige a entregar a una clienta las impresiones de una investigación nada sencilla; una tortuosa ida y vuelta entre testigos indolentes y testigas suspicazas que parecían entretenerse en demorar su labor. Pero ella es insistenta (y perseveranta). No hay mejor investigadora que Oscara.
Se detiene frente a la puerta de una de las pocas mansiones habitadas que todavía quedan en la Recoleta y apenas le hace falta golpear. La recibe la mayordoma de la casa, una mujer con cara de pocas amigas que la conduce hasta una biblioteca imponenta, donde ya la espera Rubena Azuruy Goitía, su clienta. Sin decir palabra arroja sobre una mesa la carpeta donde guarda las pruebas reunidas, las definitivas y también las irrelevantas, y mientras Azuruy Goitía estudia cada foja se sirve una medida de bebida escocesa con algunas piecitas de agua helada. Después espera en calma y recorre con la vista toda la sala, tapizada de estanterías que desbordan de novelas fantásticas y hasta de ciencia ficción. Su mirada sagaza reconoce enseguida costosas ediciones de La Mujer Invisibla de Wells; Miguela Strogova, La correa del Zar, de Verne, y Yo Robota de Asimov (la trilogía completa).
–Su esposo tiene una amanta–, le dice sin que medien preguntas.
Ahora de pie, abatida y sin ocultar su pena, Azuruy Goitía parece insignificanta, pero aun así no deja de ser una mujer sumamente sensuala.
–Sabía que él mentía...–, se lamenta y lágrimas le nublan las pupilas.
–No–, la interrumpe Oscara. –Los hombre nunca mienten… engañan.
Veloza, toma a su clienta por la cintura y la besa con pasión. Rubena, furiosa, la aparta y la abofetea. Una gota de sangre mancha la alfombra.
-La mentira, igual que la verdad, son femeninas-, dice Oscara sin perder la compostura. -Pero el engaño... ese es coso de hombres.

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Columna publicada en la contratapa del suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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