Los años ochenta agrupan un arco de experiencias que difícilmente vuelva a repetirse en la historia argentina. La represión, los desaparecidos y la Guerra de Malvinas conviven con la primavera alfonsinista, la desazón hiperinflacionaria y el enigma menemista. Un caldo de cultivo que parió una generación creativa e inquieta, que al amparo de la cultura punk y de figuras icónicas como los poetas Néstor Perlongher y Alejandra Pizarnik, comenzó a alumbrar potentes expresiones artísticas. Entre ellas el nuevo rock –de Los Violadores a Virus, pasando por Sumo, Soda y Los Redonditos– y la renovadora ola de teatro under, que echó raíces en el emblemático Parakultural. Allí, el viento amontonaba una variedad de propuestas como el dúo Los Melli, Las Gambas al Ajillo, o el poeta Fernando Noy. Entre ellos hubo un trío que se destacó por la veneración que despertaba: se trata del ensamble que integraban Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta y Walter Barea, que combinando performances poéticas con humor, descontrol y transformismo, crearon espectáculos que con el tiempo devinieron mito. Pero fue Barea quien, bajo el nombre artístico de Batato, acabó convertido en Santa Patrona y uno de los mártires involuntarios (junto a Luca Prodan y Federico Moura) de aquella camada. La peli de Batato, dirigida por el tándem integrado por Peter Pank y Goyo Anchou, rescata a ese artista único y junto a él a aquella pubertad sucia y feliz, que se fue extinguiendo de a poco contra la mediocridad que en los ’90 empezó a copar los espacios visibles.
La película parte de una entrevista que le realizara Peter Pank a Batato, apenas unos meses antes de que el VIH terminara de apagarlo, hace ya 20 años. Como uno de los más jóvenes integrantes de aquella movida, la película tiene para él la carga de una cuenta pendiente. “Conocí a Batato y lo filmé para mi tesis de la Escuela de Cine de Avellaneda”, dice. “Poco antes de morir le pidió a su mamá que me ubique y me pida que el material no se pierda. Fue un mandato y una promesa hecha que al fin pude cumplir.” El codirector Goyo Anchou agrega que hace más de seis años comenzó a insistirle a su compañero para retomar el proyecto, pero que “una parte de ese tiempo se perdió en intentar que alguien nos prestara atención. Una vez conseguido el visto bueno del INCAA, tardamos un año en armarla”. Uno de los problemas para Pank era la potencia icónica de Batato: “Yo quería hacer cosas nuevas, construirme a mí mismo como artista sin sentir que estaba a la sombra de Batato. Pero me di cuenta que era importante para mí volver a eso.”
Es así: volver a Batato significa regresar a toda una época que terminó con los tres diciembres negros (1987, 1988 y 1991) que ponen en serie las muertes de Prodan, de Moura y del propio Batato. Tres muertes que marcan un progresivo epílogo, el fin de esa juventud activa. “En los tres casos fueron los propios cuerpos los que marcaron los límites de cada uno. La muerte joven da una sensación de Apocalipsis, de falta de sentido”, afirma Anchou, quien cita a dos de las entrevistadas para La peli de Batato. María José Gabín dice: “Fuimos una generación perseguida por los desaparecidos y aplastada por el sida”, una definición que gana profundidad cuando la artista plástica Marcia Schvartz confiesa que “no hay nada peor que se te mueran los amigos”. Para Pank, “siempre que un artista muere joven, bello y en la plenitud de su talento, se vuelve un ícono para los que siguieron vivos”.
A 20 años de su muerte, Pank y Anchou eligen rescatar el valor de la militancia sexual de un artista como Batato, quien no dudó en colocarse implantes mamarios como una declaración de principios no sólo estéticos, sino también éticos. “No tenemos que olvidarnos que en el informe de la CONADEP no se habló de los desaparecidos por razones de género. Ser homosexual era un acto tan condenable y despreciable que imponía el silencio incluso ante el horror de la desaparición forzada. Es en ese marco que se realizan las primeras marchas del Orgullo en la Argentina, en cuya organización participa Batato”, dice Anchou. “No hubiera sido posible la simpatía con la cual se avaló la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario sin este plantarse ante la mirada pública con orgullo, tanto en las calles como en los escenarios. Para Batato ponerse tetas fue un acto político, y que eso lo haya convertido en un ídolo de la juventud habla de la efectividad de su acción, teniendo en cuenta que otros referentes generacionales, como Pergolini, hacían de la homofobia y la misoginia una bandera exitosa”, completa el director.
La peli de Batato acaba de ganar la edición 2011 del Festival Nacional de Cine y Video Río Negro Proyecta.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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