lunes, 18 de abril de 2011

CINE - BAFICI [13]: Telón final y un justo ganador

La edición 13ª del Festival de Cine Independiente llegó a su fin y deja un saldo muy positivo. En primer lugar como espacio dedicado a un cine diverso, alejado de las tendencias que dominan las pantallas durante el año y cuyo objetivo final no es la difusión de obras, sino su explotación comercial. Por eso el BAFICI es importante, porque antepone un criterio estético –el cual se puede discutir o no, pero que es definitivamente muy claro y sólido– al mero negocio, convirtiéndose en uno de los órganos de difusión cultural más potentes de la Argentina. Y es importante tener claro que esa es la prioridad y no el bienvenido éxito en las boleterías. El BAFICI, como el Festival de Mar del Plata, son fenómenos que deben ser apoyados con convicción, aun cuando no convocaran tantos espectadores como lo hacen. Incentivar y propagar la cultura tiene que ser una vocación en la que no deben influir eventuales arqueos de caja, ya que los beneficios de una sociedad estimulada con propuestas tan ricas como estas, van siempre mucho más lejos de lo económico.
La programación de esta edición representó un desafío estético de alto nivel, convocando en su sección principal 19 películas que abarcaron un espectro de propuestas muy amplio. Entre ellas, hay al menos siete títulos de máximo nivel y un segundo grupo de ocho o nueve que han honrado al público y a la competencia con su participación. Eso sin contar el resto de las secciones y las diferentes muestras y focos no competitivos.
En el grupo de élite de la competencia internacional se cuentan Attemberg, de la griega Athina Tsangari; la uruguaya La vida útil, de Federico Veiroj; La balada de Genesis y Lady Jaye, de Marie Losier; las nacionales El estudiante, de Santiago Mitre y el documental Yatasto, de Hermes Paralluelo; Le quattro volte, de Michelangelo Frammartino, y la gran ganadora del festival, el documental Qu’ils reposent en révolte (Les figures de guerres), del francés Sylvain George, que además de obtener el premio principal fue distinguida con el que otorga la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (Fipresci). No deja de ser llamativo que estos dos jurados, uno integrado por cineastas y productores, y el otro por críticos de cine, hayan coincidido en su elección. Aunque no hubiera sido injusto que cualquiera de las mencionadas se llevara el premio. Mérito de Sergio Wolf, director del BAFICI desde hace cuatro años, y de su equipo de programadores.
Hecha esa salvedad, hay un buen número de razones por las que Qu’ils reposent en révolte ha resultado elegida. En primer lugar, porque no deja de ser notable que una película que sigue el derrotero de los inmigrantes clandestinos provenientes de África, suspendidos en un tránsito sin certezas a través de Europa, sea premiada en la Ciudad de Buenos Aires durante el gobierno de Mauricio Macri, a poco de los infelices acontecimientos del Parque Roca. Porque retrata de manera original un tema que necesita ser revisado con urgencia y que no es ajeno a la realidad de toda la Argentina. Porque lo hace de un modo crudo y desgarrador, pero sobre todo con una puntillosidad formal inapelable. Porque utiliza con eficiencia las herramientas y recursos que el cine pone a su disposición –fotografía, sonido, montaje, por ejemplo–, no sólo para presentar su tema, sino para hacerlo con una belleza superlativa. Porque consigue sostener un ritmo narrativo intenso a lo largo de más de dos horas y media de película, e incluso desde ahí, trasladar al espectador esa sensación de espera indefinida a la que sus personajes son condenados. Porque siendo un film político no se permite caer en la tentación panfletaria ni provocar una tendencia en el público, pero aporta los elementos para que cada quien pueda elaborar un juicio propio. Porque no condesciende ni muestra lástima por sus personajes, pero tampoco manipula, sino que deja que las conclusiones sean el resultado natural de un relato al que no se le pueden hacer objeciones. Porque representa una declaración de principios hecha a gritos, en contra de un mundo en el cual los Derechos Humanos han dejado de ser universales, para convertirse en un privilegio de clase. Porque se trata de un film producido desde una independencia militante y, por lo tanto, representa de manera cabal a ese espíritu que desde hace 13 años sostiene, cada vez con mayor fuerza, a este festival que es parte del patrimonio cultural de Buenos Aires y de toda la Argentina. Más allá de cualquier gestión, gobierno o tendencia política efímera.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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