Está claro que Piraña 3D, la nueva película de Alexandre Aja, no es una joya del cine, pero tampoco lo pretende. Si algo no se le puede reprochar es su honestidad para no traicionar los recursos narrativos y de género elegidos. Con los extremos como objetivo, Piraña 3D jugará durante 90 minutos a la incorrección política desde el humor negro, el gore y la exposición del cuerpo femenino a la manera de las viejas películas que combinaban el terror con el sexploitation, basadas en el clásico pack de tetas y sangre. Claro que esa incorrección política no pasa de ser eso, un juego: todo es leve en sus módicas transgresiones. Pero esa levedad, que en otros casos podría ser reprochable, tiene una raíz lúdica y también eso es un objetivo cumplido por Aja, quien desde el éxito de Alta tensión, película con la que saltó a la fama en 2003, viene abordando el género con éxito desparejo. Piraña 3D es, entonces, su obra más lograda, porque se toma muy en serio el trabajo de no tomarse con seriedad.
Alcanzan la primera escena y la secuencia de títulos para saber cuál es el escenario que durante hora y media propondrá la película, remake del film de 1978 dirigido por Joe Dante. Un hombre en un botecito pesca en un lago solitario y cristalino. Es un señor mayor, con un gorrito de lana negro y anteojos, que silba una canción que tal vez algún espectador reconozca. Se trata del gran Richard Dreyfuss, reconstruyendo casi 40 años después las señas de Matt Hooper, el nerd antihéroe de Tiburón (1975), el film que le abrió la puerta grande a Steven Spielberg. Que ese tipo que ha sobrevivido a las quijadas del Gran Blanco acabe en el agua devorado por un cardumen de pirañas antediluvianas, liberadas por una grieta abierta en el fondo del lago por un breve movimiento sísmico, es la segunda gran broma de Piraña 3D. La primera fue dada antes de entrar a la sala, con el propio afiche promocional de la película que, como el del original de 1978, también remeda el poster de Tiburón. Las referencias al trabajo de Spielberg es una de las bases de Piraña 3D y la secuencia de títulos vuelve a jugar con eso. Es que el pueblito a orillas del lago Victoria se convierte en verano en un importante centro de veraneo, como ocurría con Amity en Tiburón.
Esa escena de estudiantina divirtiéndose en el agua es la excusa para comenzar con otro de los pilares de la película: la exhibición del cuerpo femenino potenciado con la tecnología del 3D, con una estética ligada al porno (otro juego, reforzado con los cameos de algunas reconocidas actrices del género, que esta vez acabarán mal). Sin embargo, ambos recursos requieren del espectador entrar rápidamente en la sintonía que la película propone, caso contrario no se verá en ellos el humor que evidentemente tienen. Nada de esto libra a Piraña 3D de una primera mitad llena de convenciones: al juego del pueblito playero invadido por el horror se suma el adolescente tímido entre mujeres exuberantes, los investigadores atacados por los monstruos, etc. Pero cuando la tragedia al fin se desata, llega lo mejor de la película. El humor negro es llevado muy lejos: el exceso constante de sangre, vísceras y referencias sexuales es tal que, en lugar de producir impresión, provoca risa. Y eso está bien. Sobre todo para un director como Aja, que comenzó su carrera en 1999 adaptando al cine un cuento de Julio Cortázar (en Furia, basada en “Graffiti”, incluido en el libro Queremos tanto a Glenda), con una todavía desconocida Marion Cotillard como protagonista, pero cuyos últimos trabajos (El despertar del diablo y Espejos siniestros) pretendían una seriedad que Piraña 3D por suerte no tiene.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos y Cultura de Página/12.
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