En el mismo momento que el papel de los medios de comunicación es cuestionado todos los días hasta por los mismos hombres que los componen, el Festival de Cine y Video Río Negro Proyecta eligió como uno de sus ganadores al film del director Nicolás Herzog, cuyo apellido ilustre tal vez preanunciaba su éxito. Orquesta roja es el título de la película, que gira en torno a las figuras de Juan María Chelo Lima, Carlos Sánchez y Patricia Rivero, los combativos líderes de uno de los movimientos sociales que, durante los años finales de la década menemista, comenzaron a utilizar la herramienta de los cortes de ruta en la empobrecida Concordia, ciudad donde creció Herzog. Pero también son los protagonistas de uno de los momentos más memorables de la televisión de los últimos 20 años. Mezclando lo documental con reconstrucciones ficcionalizadas, que recurren con eficacia a elementos propios del policial negro, del cómic o el expresionismo alemán, el trabajo de Herzog se luce no sólo en lo formal y técnico, con cuidadas puestas de cámara, una estupenda musicalización y un gran sentido del ritmo para el montaje y la dosificación de sus recursos, sino que consigue exponer con claridad la tesis crítica que postula desde su narración.
El 5 de abril de 2000, un grupo de guerrilleros armados y encapuchados se presentó ante las cámaras de Crónica TV, entre las ruinas de un palacio en las afueras de la ciudad. Su líder se presentó como el subcomandante Carlos y con un discurso de barricada anunció al país que el Comando Savino Navarro, luego de años de secreto entrenamiento militar en la selva, estaba listo para reiniciar la lucha armada en defensa de las causas sociales y prometía el regreso de la década de 1970. Luego de enhebrar diatribas, el subcomandante es alertado por sus subalternos y anunció que por razones de seguridad el Comando debía retirarse y, a la carrera, todo el grupo comenzó a desaparecer en la espesura de la selva entrerriana. Con tanta mala suerte que uno de los soldados, súper entrenados para salvar al pueblo de las garras del neoliberalismo, va y se tropieza torpemente con algo y, perdido el equilibrio, ejecuta una involuntaria pirueta que lo deja en ridículo.
Los habitantes de Concordia reconocieron bajo las capuchas, y casi de inmediato, las figuras de Chelo, Carlos y Patricia, los tres líderes que promediando los ’90 habían conseguido un alto grado de adhesión y respaldo por parte de la masa desocupada que habitaba la ciudad. Enmascarada tras aquella noticia se oculta una puesta en escena orquestada por ellos en complicidad con periodistas de Crónica TV. La parodia fue repetida por decenas de programas de televisión, hasta convertirla en objeto de culto, en un fetiche televisivo que aún hoy vuelve a aparecer cada tanto para hacer las delicias de un público acostumbrado a consumir sin cuestionar, a tragar sin preguntar. El trabajo de Herzog es justamente la regurgitación de aquello que no debió tragarse. Desde su variedad, Orquesta roja construye recovas, boulevares y rotondas narrativas, allí donde el documental tradicional apenas hubiera conseguido levantar un muro de información concreta. Una construcción sobre ruinas que no sólo son las de esos viejos palacios de Concordia sino, sobre todo, las de una ciudad empobrecida. En el camino pone en evidencia a medios de comunicación concebidos como factorías dedicadas a la manufactura de la noticia, antes que observadores imparciales de la realidad. Diez años después, no se habla de otra cosa.
Artículo Publicado originalmente en la sección Cultura, del diario Tiempo Argentino.
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