viernes, 19 de marzo de 2010

CINE - Número 9, de Shane Acker: Rage against The Machine

Basada en un cortometraje titulado simplemente 9, nominado a los premios Oscar en el año 2006 en el rubro Mejor Corto Animado (puede verse completo en YouTube), Número 9 resulta una interesante carta de presentación para el debutante Shane Acker. Apadrinado por el cada vez más acomodado director ruso Timur Bekmambetov y el ya consolidado Tim Burton (extraña pareja que ya planea su segundo paso con un proyecto tan extraño como su unión: Abraham Lincoln, cazador de vampiros), Acker expande la historia de aquel corto suyo, manteniendo el ambiente oscuro y distópico pero al fin esperanzador del original. Film animado de estética cyberpunk (o steampunk), Número 9 combina, al estilo de Brazil de Terry Gilliam, el relato futurista anclado en un mundo que remite claramente al de los años ’40. Con ese perfil resulta curioso que la trama desarrolle una visión que tiene mucho del imaginario cristiano, a pesar de que cuestione cierto dogma, sin dejar de ser ella misma una película dogmática.
Como en 2001, Odisea del espacio o la saga Terminator, las máquinas construidas para servir al hombre se han vuelto contra él y en una guerra total la humanidad es aniquilada. Un científico es el responsable de haber creado a La Máquina, un robot diseñado a imagen de su capacidad intelectual, pero que manipulada por el poder político (una nueva representación del régimen nazi) ha sido el primer motor del exterminio. Lleno de culpa, el científico intenta reparar su error en soledad, forjando una serie de pequeños autómatas artesanales a los que él mismo infunde vida a costa de la propia. Ellos son su legado, su esperanza de preservar la esencia humana. El número 9 es el último de ellos: librado a ese mundo desolado, comenzará a encontrar a los de su clase y a recibir algunos consejos. El número 2 le advierte al asistirlo entre las ruinas: hay cosas que es mejor no tocar. Del mismo modo le dirá que no están solos, una afirmación que tiene un triple valor que se irá confirmando a lo largo de sus breves 79 minutos.
No están solos porque hay otros siete como ellos habitando ese espacio muerto y ajeno; no están solos porque aún subsiste el enemigo implacable. Pero sobre todo no están solos porque ese universo (la película toda) no podría existir sin el soporte y la certeza de un más allá, un mundo supernatural que justifica no sólo la existencia de los pequeños monigotes animados, sino que constituye la génesis del nuevo orden creado. Sobre ese concepto descansará la posible (imaginable) reconstrucción. Pero antes de eso, 9 no comprenderá el consejo de número 2 y será él mismo, mezcla de Prometeo y Pandora, quien reactive la máquina de destrucción y la nueva raza volverá a combatir al viejo enemigo dormido.
Aunque de escasa aparición, en el personaje del científico se apoya lo más importante de la estructura narrativa de Número 9. En él descansa el papel de demiurgo todopoderoso, cuyo carácter dual es comparable al de viejas deidades asirias o persas e incluso al del mismo dios judeocristiano: fuente de toda destrucción, pero también hacedor de toda vida nueva. La voz del científico está a cargo de Alan Oppenheimer, veterano intérprete de famosas voces del pasado, como el Súper Ratón, alguno de los cien Pitufos o el diabólico Skeletor en aquel hito de los ’80 que fue la serie de dibujos animados He-Man. Lo curioso de la elección es que Oppenheimer es primo del mucho más famoso Robert Oppenheimer, líder del proyecto Manhattan y padre de la bomba atómica: dos hombres de ciencia de currículos bastante similares. Un dato que no modifica en nada lo que Número 9 es como película, pero de potencia suficiente como para acentuar el perfil del personaje y resignificar los detalles de la historia, sosteniendo la certeza de que el mundo fuera de la pantalla no ha dejado nunca de ser un polvorín.
Gran trabajo de animación tanto en lo técnico como en lo estético, Número 9 no es sin embargo un film que haya sido pensado con el público infantil como principal objetivo. Lo cual no quiere decir que los chicos no pueden llegar a disfrutar de su propuesta, sobre todo aquellos que gusten de los cuentos de misterio y de horror gótico, de los robots, los monstruos más estrafalarios y uno que otro susto bien dado. Claro que hoy en día ese perfil encaja con la mayoría de los menores de 12 y aún más si son varones: la generación Burton. De todas formas no está de más advertir que algunas escenas pueden resultar algo perturbadoras; aunque no tanto como ver Policías en acción por la tele.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos del diario Página 12.

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