martes, 1 de diciembre de 2009

CINE - Criatura de la noche (Låt den rätte komma in), de Tomas Alfredson: Sinfonía nocturna para nieve y sangre

Como ha mencionado el desaparecido crítico Alberto Farina en su artículo El éxito del vampiro posmoderno, publicado en estas mismas páginas el 3 de Enero de este año, tanto el mito moderno del vampiro, encarnado en el Drácula de Bram Stoker, como el nacimiento del cine en las manos de los hermanos Lumiere, son dos hechos contemporáneos fácilmente emparentables con el pensamiento positivista imperante a finales del siglo XIX. El vampiro es entonces para el naciente siglo XX, entre otras cosas, el espíritu convulso de una época, de un viejo orden que se niega a desaparecer: como el cine, el último legado de aquel siglo en extinción para el nuevo paradigma de la modernidad naciente. En los albores del siglo XXI, muchas de las fantasías que el cine y la literatura se encargaron de acumular durante cien años ya han quedado atrás: de 1984 de Orwell a 2001 del tándem Clarke/ Kubrick -por nombrar casos ejemplares en los que determinadas invenciones se asocian de manera directa con una fecha precisa-, el tiempo se ha encargado de deshacer el carácter horangélico que tales obras no necesariamente pretendían tener, pero que el imaginario popular gustaba sostener casi como profecías.

Sin embargo, el mito del vampiro sigue tan vigente en la actualidad como en 1897, cuando Stoker publicara su novela, en la cual reunió en una única historia la multitud de leyendas populares previas. El vampiro se ha convertido desde entonces en el más importante mito del siglo pasado, herencia de una decadente era anterior que luchaba contra su propia desaparición. Pero sin dudas ha sido el cine, cumpliendo con la función que miles de años atrás ocupaba la tradición oral y que en menor grado realizó la literatura hasta el siglo XIX, quien se encargó de transmitir, preservar y hasta crear el canon mitológico vigente. Desde allí, el género del Terror se ha encargado de alumbrar y sostener una mitología global: el vampiro (y el zombie, otra forma del cannibal undead, el No-Muerto que se alimenta de la carne de los vivos) se ha multiplicado y consigue ser verosímil en cualquier latitud, como representación de aquello a lo que se desprecia y se teme. Estocolmo, ciudad en donde el negro de noches interminables se complementa con la fantasmal presencia de la nieve, resulta un marco posible para la aparición del mito de los que vuelven con las sombras. El paisaje perfecto.

Basada en la exitosa novela Déjame entrar, del escritor sueco John Ajvide Lindqvist, Criatura de la noche es una película intensa y sumamente cálida, en contra de los fríos escenarios en los que transcurre. Justamente el paisaje es un importante protagonista en tanto fondo fotográfico cuyo potencial poético es aprovechado con precisión; pero también como caldo social indispensable para que la narración alcance su dimensión real. La película no puede comenzar sino con una persistente cortina de nieve cayendo contra el oscuro telón nocturno. Con ese fondo, desde su ventana, puñal en mano, Oskar simula un ataque. “Grita cerdo, grita”, dice el niño a su víctima imaginaria. Pero quizá Oskar no este jugando, tal vez practica: tiene doce años y como tantos chicos de todas partes del mundo, es el blanco de las burlas violentas de algunos compañeros de clase. La completa falta de defensa ante la crueldad ajena, su juego y la colección de recortes periodísticos sobre sangrientos casos policiales que esconde en su habitación, hablan del ambivalente carácter del chico, de su potencial a la vez sádico y masoquista. Como en la película islandesa El albino, de Dagur Kari, Oskar es el raro de una escuela y de un barrio perdido en un desierto blanco. Incluso se puede jugar a imaginar que el Noi de la película de Kari, es un futuro probable para Oskar. Ambas películas reflejan un desolador panorama social de individuos más abandonados que solitarios, alcohólicos y descreídos de todo futuro posible, en el que los chicos son invisibles a la mirada adulta, ocupada en sus propias frustraciones.

Una de esas noches, en el parque helado frente al monobloc en que vive sólo con su madre, practicando sus estocadas contra un tronco, Oskar conoce a Eli en una escena tan llena de tensión sobrenatural como de una belleza tierna e inocente. Tienen la misma edad y ella acaba de mudarse junto a un hombre mayor a un departamento vecino. Eli aclara de inmediato que no pueden ser amigos. En aquel paraje suburbano, esa misma noche comenzará una serie de desapariciones, en la que los extraños se verán involucrados. La relación entre la niña y el hombre que la acompaña proporciona al film otro costado, a la vez humano y sórdido: por distintos motivos, ambos se necesitan para seguir viviendo. En la novela de Lindqvist hay un elemento pedófilo implícito en esta relación, que el director de Criatura de la noche, Tomas Alfredson, ha elegido atenuar con inteligencia, al punto de ser necesario preguntarse quién es ese hombre que mata por amor. El tono de igualdad con que adulto y niña se relacionan, y la cándida fascinación con que él la contempla y la obedece, sumadas a una sobrecogedora escena final, permiten establecer cierto paralelo y suponer que, como Oskar y Eli, quizá ellos también se conozcan desde niños.

Otros elementos aportan complejidad a la trama de Criatura de la noche, algunos novedosos, otros ya presentes en versiones previas del mito vampírico. Que la película transcurra en Suecia durante los años 80 permite asociar la aparición de esa niña extraña con los síntomas y la forma de transmisión de la por entonces misteriosa Peste Rosa, el VIH. Desde Carmillia y Drácula, el mito del vampiro siempre ha convivido con el estigma de agente dispersor de pestes y enfermedades y Criatura de la noche aprovecha delicadamente la posibilidad. Por otra parte, la presencia del personaje del profesor Ávila, maestro de educación física en la escuela de Oskar que en algún momento de la película insultará y se quejará en un perfecto español sudamericano, aporta otro rasgo propio de la década de los 80: el recuerdo de que las naciones nórdicas, principalmente Suecia, han sido un importante refugio para los exiliados y perseguidos políticos que escapaban de las tremendas dictaduras latinoamericanas de aquella época, ellos también muertos en vida. Basta recordar el famoso caso del futbolista Claudio Tamburrini, retratado en la película de Adrián Caetano Crónica de una fuga.

La escena en la pileta que marca uno de los finales de la película, dejará satisfechos a los que vayan al cine en busca de lo más visceral del género. Es que Criatura de la noche no desperdicia ni escatima sangre, elemento vital (y sexual) del vampiro. En ese sentido, este film es a la popular saga Crepúsculo, lo que
la mencionada Carmillia de Sheridan Le Fanú a las novelas de Stephanie Meyer: la expresión en contra de la represión. Sin embargo el Grand Finale se viene preparando desde mucho antes. Cuando Oskar le confiesa a Eli que le gusta, ella pregunta “Y si no fuera una chica, ¿te seguiría gustando?” En ese entorno sin porvenir, Oskar verá en la extraña, la mutilada Eli, la cercana posibilidad de un nuevo camino. En la recién citada última escena, que remite al escape final de la bellísima Melody, de Waris Hussein, sobre guión de Alan Parker (paradigmático retrato de esa edad mágica y trágica en que la inocencia se diluye en el descubrimiento del propio dolor y placer), Lindqvist y Alfredson consiguen plasmar sin palabras aquel sentimiento que justamente se basta a sí mismo en el silencio y que, como el vampiro, es capaz de obviar la muerte.

Artículo publicado originalmente en la revista Ñ del diario Clarín.

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