Autor
Hija de artistas plásticos, puede decirse de Blanca Lema que es una artista de amplio espectro: ante todo poeta (se la puede encontrar en Youtube.com recitando alguno de sus textos), también se ha dedicado al teatro, la pintura, la escritura de guiones para cine, el ensayo y hasta la publicidad. Consagrada hace años al estudio del Butoh, danza contemporánea de origen japonés, Taper Ware es su primera novela.
Tema
Pablo necesita aferrar el sentido de las cosas: quizá por eso es lingüista, aunque deje su trabajo para revolver la basura durante la noche. Todo desperdicio es pasible de ser leído, de entregar ese sentido: ergo, nada es desperdicio. Un mundo nuevo se abre para él -no delante: bajo sus pies-, urdido por personajes que recuerdan el impostado absurdo de alguna novela de Marechal y que debe ser leído boca abajo para hallar su cara cierta.
Opinión
Taper Ware provoca el ansia del criptógrafo que busca (y encuentra) en cualquier combinación de símbolos, mensajes íntimos; pedidos de auxilio; esperanzas embotelladas en papel y tinta, arrojadas a un mar de palabras. Novela que impulsa al juego de reordenar sus capítulos como versos de un poemario épico y secreto, sólo una de las formas para descubrir la punta del sedal que lleve al héroe a la salida de un mandala de 255 páginas.
Artículo publicado originalmente en la revista ADN Cultura, del diario La Nación.
martes, 22 de diciembre de 2009
sábado, 19 de diciembre de 2009
LIBROS - La fiesta de cumpleanños, de Panos Karnezis
A principios de los años 40, Orson Welles realiza su debut como director cinematográfico con El ciudadano, película que escondía un secreto no muy hermético: tras su escabroso protagonista se escondía un velado retrato de William Randolph Hearst, magnate periodístico considerado el padre de la prensa amarilla. Hearst nunca aprobó el contenido del film e incluso llegó a intentar comprar los derechos para que no se estrenara. Desde entonces (desde antes) las adaptaciones no asumidas, inspiraciones mudas y demás yerbas no autorizadas, forman parte del mundo del arte. Algo de eso hay en La fiesta de cumpleaños, nueva novela del escritor griego radicado en Londres Panos Karnezis.
En 1974 Marco Timoleon es el hombre más rico del mundo. Vive en una isla en el mar Mediterraneo, donde esa noche recibirá a una multitud de invitados para celebrar los veinticinco años de su hija Sofía. Pero la fiesta oculta un motivo oscuro: el magnate sabe que ella esconde un embarazo y en secreto ha hecho montar un quirófano en una habitación de la villa. Así, hombre de negocios tan supersticioso como maquiavélico, espera resolver el asunto a su manera. Más allá de esta anécdota sobre la que gira la historia, Marco Timoleon no es otra cosa que un alter ego del magnate naviero Aristóteles Onassis y la novela de Karnezis, una suerte de biografía inconfesa, tanto que podría hablarse de gemelos idénticos. Nacidos en Esmirna, ambos emigran a Buenos Aires en busca de mejores horizontes; con astucia, allí consiguen colarse entre la aristocracia y comenzar a inventar sus imperios; mujeriegos los dos, con un yate privado bautizado con el nombre de su hija, creadores de métodos que revolucionaron los sistemas financieros de su época; casados en primeras nupcias con la hija adolescente de un competidor, y en segundas con mujeres de la aristocracia norteamericana a las que sus hijos rechazan; ambos hijos varones mueren en un accidente aéreo y las hijas son adictas a los farmacos e intentos de suicidio. Como el padre de Onassis bautizó a su hijo Aristóteles Sócrates, Karnezis hizo que el de Marco fuera aficionado a la lectura de los clásicos: hubiera sido exagerado que el personaje de su novela se llamara Empédocles Platón.
Aunque el atractivo del protagonista sea sólo un reflejo del hombre que cautivó desde las páginas de las revistas de chismes hace más de cuarenta años, La fiesta de cumpleaños resulta una novela entretenida. Sin embargo, cuando parece que el final desembocará con vigor en plena tragedia griega, acaba cediendo a la tentación del Best Seller, convirtiendo al desenlace en un flácido remilgo. Un cierre de una circularidad tan ingeniosa como artificial, falsamente borgeano, que con su sorpresa deshecha por completo el potencial dramático. Y de paso, en un extraño homenaje, incluye a Borges en su novela: se trata de un loro ciego que vive sentado en el regazo de una vieja aristócrata. De modo transitivo Borges sería apenas una suerte de parlanchín, cuya máxima habilidad consiste en repetir azarosamente lo que primero le ha oído repetir a otros. Seguramente a don Jorge Luis también le hubiera hecho gracia el chiste.
Artículo publicado originalmente en la revista ADN Cultura del diario La Nación.
sábado, 12 de diciembre de 2009
MUSICA - Una historia del Thrash Metal, por Hugo Moreno
Otra vez Hugo Moreno, a quien ya podríamos entregar una placa que lo perpetuara como único admirador de Karma que se atreve a reconocerlo en público, vuelve a recordarnos en uno de sus siempre completos informes acerca de la escena del Metal en la Argentina. Como siempre desde acá nuestro saludo y gratitud.
En este artículo, Hugo traza una línea genealógica básica para gráficar los origenes de este sub género del Heavy Metal que es el Thrash.
Para quienes quieran acceder al texto completo de este artículo, aqui queda el link Undersite, el sitio del Metal Under
Aquí un estracto:
¿Como comenzar a hablar o intentar contar la historia de un estilo musical como el Thrash Metal? ¿Cómo se gesta un genero tan importante y que marco un quiebre en la historia del Heavy Metal? ¿Podríamos hablar de Motorhead y Venom como Thrash Metal? ¿Cómo y cuando empieza el Thrash? ¿Qué importancia tienen el Punk en este estilo que, supuestamente, viene heredado del árbol genealógico del Heavy Metal? Todo esto te lo contamos en este informe para que sepas como, porque y donde...
El Thrash en Sudamérica y la Argentina
En 1991 mediante la gestión de Marcelo ‘Tommy’ Moya (por aquel entonces manager de Hermética y Horcas) el sello Radio Tripoli edita un compilado con las mejores bandas del estilo que venían tocando y editando producciones independientes en los últimos tiempos. El compilado llevo el nombre de “Thrash” y sirvió de carta de presentación para esta nueva camada de bandas. Muchas de ellas llegaron a editar discos, Escabios, Nepal, Militia, Kief, Depredador y los cordobeses Hammer. El disco lo completaban Rapier, Genocidio, Krupp, Thnathor, Satánica, resistencia Nativa y Funeral Funny. También podrían citarse bandas como Karma (sacó uno de los mejores discos del Thrash nacional, “Fear Of Destiny”), Trepanador, Kobalto, Velocet, Bestial y Sentencia como buenos representantes del estilo en el país. Actualmente Serpentor es un buen exponente del Thrash Metal por estas tierras.
Como verán pasaron muchos años desde la aparición en la escena Metálica del Thrash Metal. Tuvo su apogeo y su caída, pero siempre estuvo vigente mas allá de que en algunos momentos ninguna banda mencionaba la palabra Thrash dentro de sus influencias. Hoy escuchamos Thrash por todos lados, en el revival de las viejas glorias y disfrazado de otros estilos que lo tienen como principal influencia.
Artículo publicado originalmente en Undersite, el sitio del Metal Under.
martes, 1 de diciembre de 2009
LIBROS - Envidia, de Yuri Olesha: En la frontera de dos mundos
Hay un mensaje en esos bisontes pardos e inmóviles, en esas manos grabadas en la piedra de cuevas paleolíticas que alguna vez fueron atelier de artistas primales: el arte es consecuencia de la contemplación. Observar es un arte. Podría decirse que de eso se trata hasta la más onírica o fantástica de las creaciones, de arriesgar una versión de la realidad. Desde entonces son muchos los autores que aun antes de la historia se han dedicado al sutil arte de observar y retratar lo que ven. Eso hace el escritor ucraniano (y soviético) Yuri Olesha en su novela de 1927, Envidia. En sus páginas narra el desprecio que siente Kavalérov, alcohólico y casi vagabundo, por Bábichev, prohombre de la Revolución dedicado entre otras cosas a la administración de un frigorífico, quien lo ha rescatado de las calles y hospedado gentilmente en su casa.
Kavalérov es un hombre apabullado, que a pesar de los vicios todavía es capaz de obtener una visión lúcida del mundo. A la vez que carga con la conciencia de su propio fracaso, se ve a sí mismo como una joya turbia, un tesoro que nadie más que él mismo alcanza a apreciar. Desde el suelo, impune como sólo se puede ser desde el resentimiento de la derrota, apenas se permite mirar por encima del hombro al resto de la humanidad. Su carácter rabioso y despectivo revela una naturaleza patética que lo liga a la genealogía de la literatura rusa, en particular a los oscuros antihéroes que deambulan por la obra de Dostoievsky, ese universo de almas desoladas.
Envidia es el retrato de dos mundos en pugna, chocando justo frente a la mirada de su autor, capaz de retratar el pujante surgimiento del frío hombre nuevo (y el doloroso desplazamiento del antiguo orden, decadente y resentido), con una poesía fina y desencantada. Un potente e ingenioso diagrama de una realidad y de una historia posibles. Un defecto: el precio de la edición importada.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.
CINE - Criatura de la noche (Låt den rätte komma in), de Tomas Alfredson: Sinfonía nocturna para nieve y sangre
Como ha mencionado el desaparecido crítico Alberto Farina en su artículo El éxito del vampiro posmoderno, publicado en estas mismas páginas el 3 de Enero de este año, tanto el mito moderno del vampiro, encarnado en el Drácula de Bram Stoker, como el nacimiento del cine en las manos de los hermanos Lumiere, son dos hechos contemporáneos fácilmente emparentables con el pensamiento positivista imperante a finales del siglo XIX. El vampiro es entonces para el naciente siglo XX, entre otras cosas, el espíritu convulso de una época, de un viejo orden que se niega a desaparecer: como el cine, el último legado de aquel siglo en extinción para el nuevo paradigma de la modernidad naciente. En los albores del siglo XXI, muchas de las fantasías que el cine y la literatura se encargaron de acumular durante cien años ya han quedado atrás: de 1984 de Orwell a 2001 del tándem Clarke/ Kubrick -por nombrar casos ejemplares en los que determinadas invenciones se asocian de manera directa con una fecha precisa-, el tiempo se ha encargado de deshacer el carácter horangélico que tales obras no necesariamente pretendían tener, pero que el imaginario popular gustaba sostener casi como profecías.
Sin embargo, el mito del vampiro sigue tan vigente en la actualidad como en 1897, cuando Stoker publicara su novela, en la cual reunió en una única historia la multitud de leyendas populares previas. El vampiro se ha convertido desde entonces en el más importante mito del siglo pasado, herencia de una decadente era anterior que luchaba contra su propia desaparición. Pero sin dudas ha sido el cine, cumpliendo con la función que miles de años atrás ocupaba la tradición oral y que en menor grado realizó la literatura hasta el siglo XIX, quien se encargó de transmitir, preservar y hasta crear el canon mitológico vigente. Desde allí, el género del Terror se ha encargado de alumbrar y sostener una mitología global: el vampiro (y el zombie, otra forma del cannibal undead, el No-Muerto que se alimenta de la carne de los vivos) se ha multiplicado y consigue ser verosímil en cualquier latitud, como representación de aquello a lo que se desprecia y se teme. Estocolmo, ciudad en donde el negro de noches interminables se complementa con la fantasmal presencia de la nieve, resulta un marco posible para la aparición del mito de los que vuelven con las sombras. El paisaje perfecto.
Basada en la exitosa novela Déjame entrar, del escritor sueco John Ajvide Lindqvist, Criatura de la noche es una película intensa y sumamente cálida, en contra de los fríos escenarios en los que transcurre. Justamente el paisaje es un importante protagonista en tanto fondo fotográfico cuyo potencial poético es aprovechado con precisión; pero también como caldo social indispensable para que la narración alcance su dimensión real. La película no puede comenzar sino con una persistente cortina de nieve cayendo contra el oscuro telón nocturno. Con ese fondo, desde su ventana, puñal en mano, Oskar simula un ataque. “Grita cerdo, grita”, dice el niño a su víctima imaginaria. Pero quizá Oskar no este jugando, tal vez practica: tiene doce años y como tantos chicos de todas partes del mundo, es el blanco de las burlas violentas de algunos compañeros de clase. La completa falta de defensa ante la crueldad ajena, su juego y la colección de recortes periodísticos sobre sangrientos casos policiales que esconde en su habitación, hablan del ambivalente carácter del chico, de su potencial a la vez sádico y masoquista. Como en la película islandesa El albino, de Dagur Kari, Oskar es el raro de una escuela y de un barrio perdido en un desierto blanco. Incluso se puede jugar a imaginar que el Noi de la película de Kari, es un futuro probable para Oskar. Ambas películas reflejan un desolador panorama social de individuos más abandonados que solitarios, alcohólicos y descreídos de todo futuro posible, en el que los chicos son invisibles a la mirada adulta, ocupada en sus propias frustraciones.
Una de esas noches, en el parque helado frente al monobloc en que vive sólo con su madre, practicando sus estocadas contra un tronco, Oskar conoce a Eli en una escena tan llena de tensión sobrenatural como de una belleza tierna e inocente. Tienen la misma edad y ella acaba de mudarse junto a un hombre mayor a un departamento vecino. Eli aclara de inmediato que no pueden ser amigos. En aquel paraje suburbano, esa misma noche comenzará una serie de desapariciones, en la que los extraños se verán involucrados. La relación entre la niña y el hombre que la acompaña proporciona al film otro costado, a la vez humano y sórdido: por distintos motivos, ambos se necesitan para seguir viviendo. En la novela de Lindqvist hay un elemento pedófilo implícito en esta relación, que el director de Criatura de la noche, Tomas Alfredson, ha elegido atenuar con inteligencia, al punto de ser necesario preguntarse quién es ese hombre que mata por amor. El tono de igualdad con que adulto y niña se relacionan, y la cándida fascinación con que él la contempla y la obedece, sumadas a una sobrecogedora escena final, permiten establecer cierto paralelo y suponer que, como Oskar y Eli, quizá ellos también se conozcan desde niños.
Otros elementos aportan complejidad a la trama de Criatura de la noche, algunos novedosos, otros ya presentes en versiones previas del mito vampírico. Que la película transcurra en Suecia durante los años 80 permite asociar la aparición de esa niña extraña con los síntomas y la forma de transmisión de la por entonces misteriosa Peste Rosa, el VIH. Desde Carmillia y Drácula, el mito del vampiro siempre ha convivido con el estigma de agente dispersor de pestes y enfermedades y Criatura de la noche aprovecha delicadamente la posibilidad. Por otra parte, la presencia del personaje del profesor Ávila, maestro de educación física en la escuela de Oskar que en algún momento de la película insultará y se quejará en un perfecto español sudamericano, aporta otro rasgo propio de la década de los 80: el recuerdo de que las naciones nórdicas, principalmente Suecia, han sido un importante refugio para los exiliados y perseguidos políticos que escapaban de las tremendas dictaduras latinoamericanas de aquella época, ellos también muertos en vida. Basta recordar el famoso caso del futbolista Claudio Tamburrini, retratado en la película de Adrián Caetano Crónica de una fuga.
La escena en la pileta que marca uno de los finales de la película, dejará satisfechos a los que vayan al cine en busca de lo más visceral del género. Es que Criatura de la noche no desperdicia ni escatima sangre, elemento vital (y sexual) del vampiro. En ese sentido, este film es a la popular saga Crepúsculo, lo que la mencionada Carmillia de Sheridan Le Fanú a las novelas de Stephanie Meyer: la expresión en contra de la represión. Sin embargo el Grand Finale se viene preparando desde mucho antes. Cuando Oskar le confiesa a Eli que le gusta, ella pregunta “Y si no fuera una chica, ¿te seguiría gustando?” En ese entorno sin porvenir, Oskar verá en la extraña, la mutilada Eli, la cercana posibilidad de un nuevo camino. En la recién citada última escena, que remite al escape final de la bellísima Melody, de Waris Hussein, sobre guión de Alan Parker (paradigmático retrato de esa edad mágica y trágica en que la inocencia se diluye en el descubrimiento del propio dolor y placer), Lindqvist y Alfredson consiguen plasmar sin palabras aquel sentimiento que justamente se basta a sí mismo en el silencio y que, como el vampiro, es capaz de obviar la muerte.
Artículo publicado originalmente en la revista Ñ del diario Clarín.
Sin embargo, el mito del vampiro sigue tan vigente en la actualidad como en 1897, cuando Stoker publicara su novela, en la cual reunió en una única historia la multitud de leyendas populares previas. El vampiro se ha convertido desde entonces en el más importante mito del siglo pasado, herencia de una decadente era anterior que luchaba contra su propia desaparición. Pero sin dudas ha sido el cine, cumpliendo con la función que miles de años atrás ocupaba la tradición oral y que en menor grado realizó la literatura hasta el siglo XIX, quien se encargó de transmitir, preservar y hasta crear el canon mitológico vigente. Desde allí, el género del Terror se ha encargado de alumbrar y sostener una mitología global: el vampiro (y el zombie, otra forma del cannibal undead, el No-Muerto que se alimenta de la carne de los vivos) se ha multiplicado y consigue ser verosímil en cualquier latitud, como representación de aquello a lo que se desprecia y se teme. Estocolmo, ciudad en donde el negro de noches interminables se complementa con la fantasmal presencia de la nieve, resulta un marco posible para la aparición del mito de los que vuelven con las sombras. El paisaje perfecto.
Basada en la exitosa novela Déjame entrar, del escritor sueco John Ajvide Lindqvist, Criatura de la noche es una película intensa y sumamente cálida, en contra de los fríos escenarios en los que transcurre. Justamente el paisaje es un importante protagonista en tanto fondo fotográfico cuyo potencial poético es aprovechado con precisión; pero también como caldo social indispensable para que la narración alcance su dimensión real. La película no puede comenzar sino con una persistente cortina de nieve cayendo contra el oscuro telón nocturno. Con ese fondo, desde su ventana, puñal en mano, Oskar simula un ataque. “Grita cerdo, grita”, dice el niño a su víctima imaginaria. Pero quizá Oskar no este jugando, tal vez practica: tiene doce años y como tantos chicos de todas partes del mundo, es el blanco de las burlas violentas de algunos compañeros de clase. La completa falta de defensa ante la crueldad ajena, su juego y la colección de recortes periodísticos sobre sangrientos casos policiales que esconde en su habitación, hablan del ambivalente carácter del chico, de su potencial a la vez sádico y masoquista. Como en la película islandesa El albino, de Dagur Kari, Oskar es el raro de una escuela y de un barrio perdido en un desierto blanco. Incluso se puede jugar a imaginar que el Noi de la película de Kari, es un futuro probable para Oskar. Ambas películas reflejan un desolador panorama social de individuos más abandonados que solitarios, alcohólicos y descreídos de todo futuro posible, en el que los chicos son invisibles a la mirada adulta, ocupada en sus propias frustraciones.
Una de esas noches, en el parque helado frente al monobloc en que vive sólo con su madre, practicando sus estocadas contra un tronco, Oskar conoce a Eli en una escena tan llena de tensión sobrenatural como de una belleza tierna e inocente. Tienen la misma edad y ella acaba de mudarse junto a un hombre mayor a un departamento vecino. Eli aclara de inmediato que no pueden ser amigos. En aquel paraje suburbano, esa misma noche comenzará una serie de desapariciones, en la que los extraños se verán involucrados. La relación entre la niña y el hombre que la acompaña proporciona al film otro costado, a la vez humano y sórdido: por distintos motivos, ambos se necesitan para seguir viviendo. En la novela de Lindqvist hay un elemento pedófilo implícito en esta relación, que el director de Criatura de la noche, Tomas Alfredson, ha elegido atenuar con inteligencia, al punto de ser necesario preguntarse quién es ese hombre que mata por amor. El tono de igualdad con que adulto y niña se relacionan, y la cándida fascinación con que él la contempla y la obedece, sumadas a una sobrecogedora escena final, permiten establecer cierto paralelo y suponer que, como Oskar y Eli, quizá ellos también se conozcan desde niños.
Otros elementos aportan complejidad a la trama de Criatura de la noche, algunos novedosos, otros ya presentes en versiones previas del mito vampírico. Que la película transcurra en Suecia durante los años 80 permite asociar la aparición de esa niña extraña con los síntomas y la forma de transmisión de la por entonces misteriosa Peste Rosa, el VIH. Desde Carmillia y Drácula, el mito del vampiro siempre ha convivido con el estigma de agente dispersor de pestes y enfermedades y Criatura de la noche aprovecha delicadamente la posibilidad. Por otra parte, la presencia del personaje del profesor Ávila, maestro de educación física en la escuela de Oskar que en algún momento de la película insultará y se quejará en un perfecto español sudamericano, aporta otro rasgo propio de la década de los 80: el recuerdo de que las naciones nórdicas, principalmente Suecia, han sido un importante refugio para los exiliados y perseguidos políticos que escapaban de las tremendas dictaduras latinoamericanas de aquella época, ellos también muertos en vida. Basta recordar el famoso caso del futbolista Claudio Tamburrini, retratado en la película de Adrián Caetano Crónica de una fuga.
La escena en la pileta que marca uno de los finales de la película, dejará satisfechos a los que vayan al cine en busca de lo más visceral del género. Es que Criatura de la noche no desperdicia ni escatima sangre, elemento vital (y sexual) del vampiro. En ese sentido, este film es a la popular saga Crepúsculo, lo que la mencionada Carmillia de Sheridan Le Fanú a las novelas de Stephanie Meyer: la expresión en contra de la represión. Sin embargo el Grand Finale se viene preparando desde mucho antes. Cuando Oskar le confiesa a Eli que le gusta, ella pregunta “Y si no fuera una chica, ¿te seguiría gustando?” En ese entorno sin porvenir, Oskar verá en la extraña, la mutilada Eli, la cercana posibilidad de un nuevo camino. En la recién citada última escena, que remite al escape final de la bellísima Melody, de Waris Hussein, sobre guión de Alan Parker (paradigmático retrato de esa edad mágica y trágica en que la inocencia se diluye en el descubrimiento del propio dolor y placer), Lindqvist y Alfredson consiguen plasmar sin palabras aquel sentimiento que justamente se basta a sí mismo en el silencio y que, como el vampiro, es capaz de obviar la muerte.
Artículo publicado originalmente en la revista Ñ del diario Clarín.
LIBROS - El mejor mundo posible, de Milena Agus: Cándido, al sur de Cerdeña.
“Optimismo es la manía de sostener, cuando todo va mal, que todo va bien”. Incluida en Cándido la frase pertenece a Voltaire, uno de los escritores que con más habilidad han hecho uso del ingenio y la ironía. Un buen alumno suyo, Ambrose Bierce, completa la idea en su Diccionario del Diablo, afirmando que “siendo una fe ciega, el optimismo no percibe la luz de la refutación”. En Cándido era Pangloss, maestro y tutor del protagonista, quien llevaba la afirmación de la filosofía de Leibniz de que estamos en el mejor de los mundos posibles, a extremos que ponían en evidencia su carácter maniqueo. La italiana Milena Agus aprovecha el viejo epigrama acuñado por Leibniz no para reafirmarlo, sino para voltearlo una vez más.
A partir del tono episódico que le dan sus capítulos breves, encastrados de manera que parecen no seguir un orden determinado -algunos hasta pueden leerse de forma unitaria, como si de cuentos se tratara-, El mejor mundo posible relata una serie de situaciones crueles o enrevesadas para luego jugar a convencerse de que de otra manera, el modo correcto, lejos de mejorar se estará siempre ante una alternativa todavía peor. Es ejemplar el caso del niño olvidado por sus padres, a quien Dios mismo parece escuchar en persona. De forma sutil, y a veces hasta brutalmente, la realidad no deja de aparecer mostrando todo el tiempo ese rostro amargo que se empecina en desacreditar a Leibniz. Con paulatina suavidad, aquella apariencia aleatoria va dejando lugar a un cosmos metódicamente encadenado.
Agus ha sabido elegir a la narradora de El mejor mundo posible: la hija adolescente de un ludópata cuyas deudas y desaparición han empujado a su familia a una paradójica reclusión en una paradisíaca casa en la playa al sur de Cerdeña. Los paisajes familiares que ella presenta cada vez más oscuros, contrastan con el estilo inocente de un discurso que, de manera deliberada, intenta teñir de inocencia al desencanto. No por nada el título original de la novela es Ali di babbo, literalmente Alas de papá; a sabiendas de que es la propia narradora quien manifiesta durante el relato su pasión por lo hiperbólico, aun queda la alternativa de que lo narrado no sea sino el único recurso de la niña para aceptar la realidad: desfigurar los detalles miserables de un mundo al que es preferible filtrar a través de la poesía. Todo un síntoma de buena salud.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.