domingo, 6 de septiembre de 2009

CINE - Mentiras piadosas, de Diego Sabanés: El abrazo del cine y la biblioteca.


En ocasión del estreno de su segunda película, El niño pez, la directora y escritora Lucía Puenzo afirmaba que son pocos los directores argentinos que se acercaron a cuentos o novelas de nuestra literatura y las adaptaron para llevarlas al cine. Esa idea de que la literatura puede ser un magnífico combustible, es habitual en otras cinematografías como la norteamericana, que desde siempre se ha dedicado a escarbar entre libros y que suele alimentarse constantemente de otros géneros, como la historia y la historieta, la televisión y los videojuegos e incluso, caníbal insaciable, de su propia carne. Menos poderoso, en el cine argentino estos cruces suelen ser ocasionales y no siempre felices. Por eso sorprende el caso de Mentiras piadosas, del director Diego Sabanés, película que basada en el cuento La salud de los enfermos, de Julio Cortázar, consigue hacer de esa incursión por la literatura una experiencia valiosa. Nada menos.
Uno de los ejes sobre los que se para el espectador que se acerca a una obra adaptada, es de modo ineludible la comparación. Una herramienta que el público más abierto utiliza para medir hasta que punto el nuevo artista ha sabido introducir su propia visión, y de la que el fanático echa mano para demoler al adaptador, colocándolo en el mismo asiento de traidor que se suele reservar a los traductores. Sabanés ha tenido un criterio de adaptación interesante, que pone de relieve el grado de compromiso asumido en la tarea. Si bien el cuento de Cortázar que se ha elegido como base para la película es el mencionado La salud de los enfermos (perteneciente al libro Todos los fuegos el fuego), en los que una familia completa decide ocultarle a la madre enferma la muerte del hijo menor, escondiendo un sorpresivo viaje de negocios detrás de un mecanismo de cartas inventadas y falsas memorias, Sabanés se ha permitido retorcer esa historia a partir de otra obra del mismo escritor. Se trata del emblemático Casa tomada. El director ha sabido encontrar una serie de conexiones tendidas entre ambos textos de una manera tan sólida, que de algún modo parece que hubieran sido escritos para complementarse.
Sin dudas gran parte del éxito con que la película discurre sobre la historia montada por el director, recae en el compacto rendimiento de un elenco apoyado sobre figuras de reconocida trayectoria teatral. Marilú Marini, Claudio Tolcachir, Paula Ransenberg, Verónica Pelaccini, más las apariciones de Lydia Lamaison y Victor Laplace, entre todos: ninguna de las piezas del reparto aparece nunca fuera del registro trágico de la narración, pero que a la vez requiere de suma delicadeza para incorporar los pincelazos de humor negro que, lejos de oscurecer el relato, consiguen colorear cada acto del tono adecuado. Que la película cierre sobre si misma, con ese plano espiralado que desciende y asciende sobre el centro de esa casa, habla del carácter claustrofóbico de esa familia que lo ha resuelto todo puertas adentro, pero también de la saludable circularidad que ha enhebrado, juntos, cine y literatura.


Artículo publicado originalmente en revista Ñ.

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