Las grandes estrellas suelen interesarse a veces en proyectos pequeños o difíciles, cuyos presupuestos no alcanzan a cubrir el valor de sus cachet. Su sola presencia resulta vital para subir la categoría de esas producciones y garantiza que otros actores y productores de sumen a ellas. Es lo que sucede con Luciérnagas en el jardín: el joven director Dennis Lee se inspiro para su guión en un poema homónimo escrito por el poeta norteamericano Robert Frost, y su trabajo sedujo nada menos que a Julia Roberts; luego llegó Emily Watson y el resto del reparto se fue sumando en consecuencia. Los versos de Frost hablan de otra clase de estrellas: de las que iluminan la noche y de las que pretenden serlo. Y aunque un buen elenco sea bastante, el resultado no es necesariamente un cielo estrellado.
Michael nunca tuvo una buena relación con Charles, su padre. Ni cuando era niño ni ahora de grande, convertido en exitoso escritor de novelas románticas. No es que fuera un chico débil, pero la naturaleza irascible y exigente de Charles no fue una buena influencia. Tal vez a eso se deba el carácter distante e irónico que Michael muestra al volver a casa después de muchos años, para participar de un acontecimiento familiar. Pero un accidente automovilístico le costará la vida a su madre el día mismo de su llegada. A partir de esa ausencia, haciendo uso de una narración paralela, la película intentará conseguir que pasado y presente confluyan para modelar el drama íntimo de una familia que intenta reconstruirse entre viejos traumas y verdades apenas entrevistas.
Merced a su origen poético, Luciérnagas en el jardín se esfuerza por traducir en una historia concreta lo que los versos de Frost apenas expresan entre metáforas y rimas, una tarea infrecuente en el cine. El riesgo no es menor y merece valorarse. Y es justamente el poema de Frost -que le sirve al director para ilustrar la mirada que el niño tiene de sus padres y cuya lectura constituye a la vez un desafío, un grito adolescente- el que aporta un sólido elemento de juicio al respecto. En una traducción apresurada, el texto pierde ritmo, rima y toda su poesía, aunque conserva lo esencial:
Aquí vienen estrellas verdaderas a colmar los altos cielos,
y aquí en la tierra llegan emulantes voladores,
que aunque nunca igualen en tamaño a las estrellas,
(y en el fondo realmente nunca lo han sido)
a veces logran un comienzo muy parecido al de ellas.
Sólo que, claro, no consiguen sostenerlo.
Y es rigurosamente cierto que Luciérnagas en el jardín tiene un comienzo prometedor, pleno de potencia dramática, personajes fuertes, sólidas interpretaciones y una fotografía delicada. Pero como dice el verso final, no consigue sostenerlo y la causa no es sencilla de encontrar. No es que lo antedicho se desvanezca; más bien sucede que el guión acaba por ceder a no pocas convenciones, al mismo tiempo que mantiene un ritmo narrativo demasiado uniforme que le resta impacto; un relato monocorde que a pesar de sus matices trágicos, nunca alcanza a producir ni empatía ni conmoción en el espectador. La película es al texto de Frost lo que una luciérnaga a las estrellas: un remedo, u otra cosa. Pero nunca un poema. Problemas que sólo tiene quien se atreve a poner el piso demasiado alto.
Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.
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