jueves, 11 de septiembre de 2008
CINE - Paisito, de Ana Diez: País chiquito, horrores grandes
Percibir la imagen deforme del propio país, disminuida por cierta pequeñez de espíritu que no se corresponde con el destino proyectado desde el imaginario colectivo, parece ser un mal común en Latinoamérica. De ahí lo de Paisito, diminutivo que entre la piedad y el desdén utilizan en la vecina Uruguay para describirse, y que fácilmente encuentra su reflejo en la autocompasión determinista que se practica en esta otra orilla (tan distintos, tan iguales; así sucede entre hermanos), tierra de eternos campeones morales. Paisito, la múltiple coproducción dirigida por la española Ana Diez -cuyo único antecedente en el país es Ander y Yul, estrenada en el marco del ciclo La mujer y el cine en el Festival de Mar del Plata de 1989-, parte en tiempo más o menos presente del encuentro de Xavi y Roxana: ella casi española, uruguaya en el destierro; él, futbolista que se fue de Peñarol a un clubcito de segunda, a quemar sus últimos cartuchos en España, suerte de exilio rentado, signo de estos tiempos globalizados.
La reunión en cancha ajena no es fortuita: Roxana busca reconstruir su historia a partir de los recuerdos infantiles de su relación con Xavi, para tratar de entender los sucesos que en 1973 determinaron no sólo el desmembramiento de aquella amistad, sino el de sus familias y de una nación entera. Con recursos muy similares a otras películas que intentan entender los años de hierro -como Cordero de dios, reciente opera prima de Lucía Cedrón-, Paisito va y viene en el tiempo registrando los intentos infructuosos de estos dos amigoamantes por rellenar las grietas de sus duelos sin cerrar, mientras narra la historia de sus padres -jefe de policía de Montevideo y pretenciosa dama pequeño burguesa los de ella; ama de casa y zapatero español y republicano los de él-, que de un lado y del otro van dando forma a la trama fraticida. Quienes se queden sin escoger un bando, los tibios bíblicos, serán las primeras víctimas: Paisito hará de esta convicción su leitmotiv.
A pesar de ser un producto dignamente cerrado, Paisito adolece de una necesidad de connotar a través de algunos personajes cuyos discursos abundan en referencias y metáforas, o son ellos mismos símbolos obvios. Algunos parlamentos pretenciosos, casi teatrales, son consecuencia de esto. Hay, sí, un buen trabajo de ambientación: Montevideo todo es un gran decorado de anacrónica belleza suburbana que la película sabe aprovechar. En lo dramático, dentro de un elenco parejo, se destacan Gutierrez Caba (presente en los repartos de La colmena, de Camus, y La comunidad, de de la Iglesia) como padre de Sabih; Ricardo Fernández Blanco, también autor de un guión correcto pero, se ha dicho, a veces demasiado pendiente de sus personajes; y con leves altibajos, Mauricio Dayub como padre de Roxana. A estos últimos les cabe juegar una tirante escena de Obediencia Debida explícita, en la que se insiste que en política como en el fútbol (que a veces es la guerra), o se es de Nacional o de Peñarol y el resto no cuenta.
(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario