lunes, 1 de septiembre de 2008

CINE - Rancho aparte: Sutil juego de las diferencias


Tal vez no exista quien no haya sentido, al menos una vez, que los lazos de sangre no necesariamente involucran intimidad, cercanía ni ligazón; que las uniones filiales o fraternales no son sino arbitrarias, una prueba de que es el caos quien rige la creación, y que padres, hijos y hermanos no tienen más en común que una genealogía tan ajena a ellos, como ajenos se sienten entre sí. Sin embargo es poco el tiempo que esta idea puede sostenerse: tarde o temprano aparecen el punto de inflexión, el momento exacto en la memoria, el sentimiento preciso que ha vuelto extraños a quienes el destino obligó a compartir la carne. Tal vez en ese extrañarse, palabrita oportunamente dual, es que el concepto de familia se complejiza, admitiendo tantas versiones como individuos la compongan. De esos conflictos, y desde allí de otras cosas, se ocupa Rancho aparte, ópera prima de Edi Flehner.
En un rancho en medio del monte vive Tulio con la hija de su hermana muerta, Susana. Estereotipo del gaucho tosco y desconfiado -y tal vez haya motivos que lo justifiquen-, Tulio se encuentra limitado a una silla de ruedas y esa circunstancia no ha hecho más que acentuar su carácter misántropo. Susana se ha convertido en su única familia y compañía; casi enfermera, casi hija, casi esposa, ella no hace más que atenderlo y apañarlo. Cuando la hija del hombre fuerte del pueblito en que viven deba casarse de apuro, Tulio y Susana se verán obligados a dejar el rancho a causa de viejas deudas con aquel. Sin más remedio que partir para Buenos Aires, allá buscarán refugio en lo de Clara, la otra hermana de Tulio, mujer de posición acomodada y semipiso en Barrio Norte. Clara los recibirá ante todo con sorpresa, porque es mucha la distancia que los separa, no sólo en tiempo y espacio; también en lo cultural, lo social, lo económico, todos aspectos que el recurso del choque de opuestos aprovecha para destacar.
Las estupendas actuaciones del trío protagónico potencian de forma elocuente el juego de las diferencias que marca el pulso del relato, patética comedia que juega al costumbrismo sin dejar de hacer foco en la dramática certeza de dos visiones y hasta dos países distintos, puestos a coexistir en un único espacio físico. La dirección de Edi Flehner se ha ocupado no sólo de permitir a sus actores encontrar el tono justo para sus personajes, sino de hallar elementos cinematográficos que ayudaran a transpolar esta rica dramaturgia de Julio Chávez a la pantalla, como oníricos flashbacks o indiscretas tomas supinas, que como por casualidad revelan manchas de humedad en los rincones (y en el conformismo pequeño burgués de Clara). Rancho aparte propone un espacio inclusivo no libre de fricciones, en el que una versión de la realidad no invalida a la otra, aunque parezca imposible encontrar entre ellas un punto de acuerdo. Y sin habérselo propuesto, hasta queda espacio para homenajear con absurda simpatía al recién partido Jorge Guinzburg.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)

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