jueves, 11 de septiembre de 2008

CINE - La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet: Lenguaje corporal


En La vida secreta de las palabras -cuyo guión publicó aquí Ediciones B-, el espectador dispone ya desde el título de dos elementos que serán esenciales para poder ingresar en el universo amargo que la película propone: un secreto: las estoicas mujeres de Coixet suelen obligarse a una doble vida; y el mundo de las palabras, tal vez porque no exista ninguna capaz de contener o representar fielmente esos secretos que abarcan vidas completas, y que sólo pueden definirse en el silencio, el tacto, la respiración. Lo mejor de la película aflora mientras esas palabras todavía esconden antes que revelar.
Cuando quiere quedarse sola, Hanna, una chica cerrada y extranjera de todo, no tiene más que bajar el volumen de su audífono: es sorda y casi no necesita hablar. Ante el horror de lo que no puede ser descrito, las palabras dejaron de tener para ella mayor utilidad. En el otro extremo de la misma oscuridad está Josef. Postrado, con su cuerpo cubierto de llagas y temporalmente ciego a causa de un accidente en la plataforma petrolífera en la que trabaja, él todavía se aferra al verbo como quien abraza un tablón en un naufragio. Como Hanna es la encargada de cuidarlo, él insiste en mostrarse seductor llamándola Cora, igual que la enfermera de un cuento de Cortázar. Ciegos, sordos, sin palabras, los personajes de La vida secreta... deberán descubrir a tientas el camino para encontrarse todavía plenos, en el dolor que comparten sin saberlo. Todos…
…porque en torno a Hanna y Josef, encarnados con potencia extraordinaria por Tim Robbins y sobre todo Sarah Polley, se aprieta una galería de seres abandonados en medio del océano, ocultos tras la excusa de no desear ser molestados. Un cheff sensible y enamoradizo que cocina platos étnicos para mantenerse vivo; dos maquinistas toscos, ásperos, que ceden más a la pasión de las mutuas caricias que a la distancia que los separa de sus familias en tierra; un oceanógrafo que cuenta las olas del mar como un lamento y sueña salvar al mundo; ni siquiera la mascota de la plataforma, una oca, puede escapar al común denominador del dolor: su dueño ha muerto en el mismo accidente en que Josef quedó herido. La figura de una oca huérfana es el sufrimiento reducido al absurdo, y sin dudas el símbolo que mejor define el espíritu de esta película: todo sufrimiento es mudo, desgarrador, pero también absurdo y siempre ajeno.


(Artículo publicado originalmente en revista GataFlora)

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