jueves, 11 de septiembre de 2008

CINE - Juntos, nada más (Ensemble, c´est tout), de Claude Berri: Nuevo club de corazones solitarios

El cliente siempre tiene razón. La frase no sobra si se la utiliza para hablar de Juntos, nada más, una película donde uno de los protagonistas es un joven chef parisino que espera algún día tener su propio restó -¿Ratatouille? La gastronomía es uno de los negocios en los que el cliente, por tradición y necesidad, nunca se equivoca y sus deseos deben ser saciados. En el cine al cliente se lo llama espectador y como en la cuestión culinaria, por lo general se estila dejarlo satisfecho, “porque lo importante no es que venga, sino que vuelva”.
El chef se llama Frank (Guillaume Canet, muy parecido al resucitado Patrick Dempsey) y es mujeriego, algo dado al exceso de alcohol, tal vez homofóbico, en el fondo tierno y único sostén de abuela enferma. En cambio Camille (“Amelie” Tautou) es encantadora: trabaja de noche limpiando oficinas -quizá por puro capricho pequeño burgués- y su salud es algo frágil. Jugando con las versiones que le endosan a la actriz algún desorden alimenticio, no hay personaje que a lo largo de la película no se preocupe por su falta de carne y le sugiera engordar un poco. Ella vive en el mismo edificio de Philibert, muchacho afectado y tartamudo, de roído linaje aristocrático, a quien su familia le permite ocupar un amplio departamento a la espera de que al fin se venda, y que él comparte con Frank. La pobre Camille debe conformarse con alquilar un altillo. Philibert y Camille comienzan una amistad que incomoda a Frank y, verdadero club de corazones solitarios, el conflicto aparece cuando Philibert lleva a Camille al departamento, para ayudarla a reponerse de una gripe.
Algunas películas eligen atiborrar al espectador: Juntos, nada más es más sutil, aunque eso no evita que flaqueé (esta vez la película; no Tautou): todo parece sacado del Manual de Belleza Francesa. Los actores lo son incluso cuando representan pobreza (moderada, nunca real), desaliño (la barba crecida está todo el metraje bajo control), o decadencia (con gracia); los escenarios van del suburbio a la campiña, siempre con un aire a Monet o Lautrec, nada de arruinados barrios argelinos; los altillos nunca son miserables, sino que se parecen al que ocupaba modesta pero parisinamente el bueno de Lingüini -sí: otra vez Ratatouille. Sin embargo no se puede decir que Juntos, nada más le falte el respeto al cliente. El plato está bien servido, oficio de ese cocinero viejo que es Claude Berri: la historia de amistad funciona; la del buen nieto también; a la pareja protagónica sin sobrarle, tampoco le falta química, y las actuaciones no están para nada mal. Así, los deseos del espectador van siendo saciados uno a uno, como haría Frank si al fin alcanzara los sueños de tener su restó, de que Anton Ego le hiciera una buena crítica, y de quedarse con Camille después de rellenarla un poco, ma non troppo, a fuerza de platos gourmet. Ahora, si el cliente prefiere no ser tan mimado, busque el diario del jueves pasado y trate de averiguar por qué una mujer puede perder la cabeza.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)

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