Ante la noticia más o menos reciente de que Dogville, de Lars von Trier, era una de las películas favoritas de Anders Behring Breivik, el autor de la matanza de Noruega, no está de más rescatar y reconstruir un viejísimo texto fragmentado, publicado a finales de 2003 en varios comentarios en un foro de discusión de películas. A continuación, el asunto:
“El Sábado fui a ver Dogville a una de esas funciones especiales que se hacen gratis cambiando entradas por marquillas, obviamente auspiciadas por una marca de cigarrillos. No puedo evitar hacer algunos cometarios. Voy en orden:
1- Antes de entrar a ver la película escuché el siguiente comentario de uno de los asistentes a la función anterior: ‘Esta película quedará en la historia por su patetismo’. Me hubiera gustado saber a qué definición de patetismo adscribiría el tipo. Porque ciertamente puede decirse que Dogville, la historia que cuenta el director Lars von Trier en su película, tiene algo de patético. Pero supongo (estoy convencido) que no había un elogio en aquella afirmación oída al pasar.
1.1- Un dato muy elocuente que puede servir para saber qué tipo de película es Dogville es mencionar que el cine estaba colmado al comenzar la función, pero un 30% del público se levantó y se fue antes de los 20 minutos, siempre de manera brusca y expresando su malestar de un modo expansivo. De los que quedamos en la sala, otro 20% se pasó un buen rato silbando o quejándose ruidósamente de cualquier cosa que sucedía en pantalla (hubiera preferido que se fueran también, aunque no me impidieron ver la película lo más tranquilo). Y eso que ni siquiera tuvieron que pagar la entrada.
2- Esta obra de von Trier se basa por completo en el trabajo de sus actores, que es intachable. Magnifica y hermosa la niña Kidman como protagonista y, sólo por dar un ejemplo de un elenco incomparable, sorprende el gran Ben Gazzara, quien suele participar en proyectos atípicos como este (basta recordar sus papeles en Buffalo 66, de Vincent Gallo -otra película rara e interesante-, o en Felicidad de Todd Solondz). Pero nobleza obliga a destacar al elenco completo.
3- La historia que se narra es notable. Extraña, como acostumbra Lars von Trier, el hombre que dirigió y escribió Contra viento y marea, Los idiotas, Bailarina en la oscuridad, por ejemplo. Todas películas que exigen al espectador un poco más que sentarse a ser hipnotizado frente a la pantalla. Tal vez por eso tanta gente se fue tan rápido, como si el hecho de que se le exigiera utilizar una vez el cerebro fuera una afrenta gratuita e imperdonable.
4- La película transcurre en un set completamente vacío, en cuyo piso se encuentran delineadas, como un plano de arquitectura en escala 1:1, todas las locaciones que representan un pequeño pueblo completo, con sus calles, casas, comercios y hasta la entrada a una vieja mina. No hay puertas, no hay ventanas, no hay paredes. Sólo líneas en el suelo que indican virtualmente dónde comienza una cosa y termina la otra. Más allá de la luz que ilumina ese plano, la oscuridad impide ver que hay más allá.
5-La ausencia de límites en Dogville tiene un costado obvio en esa economía y en ese despojo visual concretos, que no sean esas líneas trazadas como con tiza. En esa carencia de puntos de referencia físicos se sostiene la sensación de que Dogville (el pueblito) podría encontrarse emplazado en cualquier lugar del universo, en medio del infinito, y lo mismo da que estuviera en las montañas, que en el desierto o en la Antártida.
Sin embargo esa ausencia de límites físicos lejos de quitar puntos de referencia o liberar, fortalece otro tipo de límites, aquellos que son naturalmente invisibles, como los psicológicos o los sociales. Son esos límites los que mantienen el microclima de Dogville y que hacen que sus habitantes estén condenados a vivir allí, como en un pueblo maldito en el cual se entra pero del que es imposible salir. Aunque en principio parece que sí, hay que destacar que el de Kidman no es él único personaje que llega desde afuera y queda atado literalmente a Dogville.
El primer límite que comienza a percibirse claramente, es el cerco que los habitantes del pueblo van creando alrededor de la protagonista, hasta dominarla completamente. Al extremo de que esos límites simbólicos acaban siendo concretos en esa curiosa prisión que le imponen.
Por otro lado, ese 'pueblo-prisión' (en un momento se habla de que el pueblo está cerca de una prisión real; un detalle interesante) que mantiene a los habitantes recluidos dentro de esos límites que no se ven (el despojo escenográfico no es un capricho) provocan una caótica falta de límites internos, que lentamente van transformando a Dogville de un paraíso hippie tipo El Bolsón, en un verdadero pabellón de criminales peligrosos, que no merecen perdón ni compasión.
Creo que eso queda bastante claro el final: un cierre moralista para una historia cruel y ciertamente patética."
Comentarios publicados originalmente en el foro Argenteam.
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